El mandato de felicidad redobla su apuesta en esta cuarentena, no es solo un imperativo de la época, tenes que aprovechar el tiempo: producir, seguir trabajando, estudiar, aprender cosas nuevas, reunirte por zoom, estar y disfrutar de les hijes, hacer tareas del cole, limpiar la casa, renovar, pintar, coger, tener sextng, etc.
Hay un meme que me hace reír, un gato furioso con una ametralladora en mano frente a todos estos mandatos. ¿Cómo se instala en cada une de nosotres la respuesta a eso? ¿Somos conscientes y podemos pesquisar a la letra lo potente de ese discurso? ¿Por qué habría que "aprovechar" el tiempo de ese modo en cuarentena? ¿Qué implicancias tiene ese supuesto aprovechamiento?
Sabemos que cada vez que se instala un discurso que propone “herramientas para estar bien", los sujetos corremos a ponernos la camiseta. Pero este discurso es más bien siniestro, en plena cuarentena y aislamiento social hacer creer que son unas seudovacaciones donde tenés que aprovechar el tiempo invita al menos a interrogarlo.
En este sentido se delinean al menos dos vías para pensar: por un lado, la cuestión del aprovechamiento como una supuesta ganancia de placer y por el otro, el mandamiento del discurso amo que pareciera tener la posta de la cuarentena, te dice: "hace cosas, no pares de producir y así serás más feliz".
Me interesa interrogar estas dos vertientes específicamente en el contexto de la cuarentena. Comencemos por la primera: ¿qué es aprovechar? Búsquenlo en el diccionario que fuera, sacar provecho, obtener una ganancia.
Describo uno de sus significados literales: “Emplear útilmente algo, hacerlo provechoso o sacarle el máximo rendimiento”.
¿Cuál es mi ganancia en la cuarentena? Cada uno podrá ver eso en las propias coordenadas de su vida; en términos capitalistas la ganancia apunta al plusvalor, a enriquecer cada vez más a los grandes magnates del mundo, pues si no hay muchos pobres no habría un par de ricos que estén al poder.
No es mi tema la sociología ni la economía política, pero tampoco hay que ser una luz para comprender eso.
Sacarle provecho a la cuarentena se ordena en la misma línea de siempre: una exigencia que invita a que todos aquellos que se sientan mal por estar aislados y viviendo tiempos donde hay un virus suelto que mata gente se sobreexijan creyendo que, por ejemplo, "si fuera normal haría un curso de algo y estaría bien", es mentira.
La cuarentena instala un “entre tiempo” y si pensamos en esa idea, en términos cronológicos, podríamos decir que el tiempo 1 fue el decreto de nuestro presidente, pero el tiempo 2 aún no está establecido, no lo sabemos, suponemos ciertas cosas nomás. Lo que sí sabemos es que en algún momento el tiempo 2 llegará, o sea, sabemos que en algún momento termina, aunque no sepamos cuándo.
Adelantarse en el tiempo es una virtud neurótica por excelencia, vivimos adelantándonos: adelantamos nuestra existencia pensando "cuando tenga esto, pasará esto otro", "cuando sea aquello, lograré tal cosa", incluso adelantamos las respuestas del otro "si le digo tal cosa me dirá esto otro".
Adelantarnos en el tiempo nos hace caer siempre en nuestra propia trampa: creyendo que me voy a calmar con la "idea adelantada" me genero mayor ansiedad, nerviosismo, malestar. Es que el único tiempo que puedo vivenciar es hoy. Claro está que ese hoy integra en mí un ayer, un pasado, una historia, así es como armamos un cuerpo que anda por el mundo cargado de afectos, ideas, ilusiones, desilusiones, vidas, muertes, etc.
Lo que más escuchamos hoy en día es la inestabilidad, cada quien, con su propia historia, pero montada sobre un escenario de cuarentena y pandemia que sienta las bases más inciertas que hemos vivido hasta el momento, en la misma medida lo incierto se vuelve cada vez más cierto: "si no hago algo este es un año perdido".
Quizás la ganancia subjetiva tenga que ver con esa pérdida, es como cuando en las relaciones amorosas uno le dice a otro "no quiero perder el tiempo, decime si vamos a convivir o no", por dar un ejemplo. Y bueno, si no están conviviendo pues es que no lo están, hay algo que no puede forzarse allí. Entonces "no perder el tiempo" se instala como una idea capitalista y productiva del tiempo, que, conjugado a la noción de “adelantarse”, hacen una bomba explosiva en nuestro psiquismo. El Otro tampoco sabe si van a convivir o no, sin embargo, tiene que responder y se ve obligado a eso. Es que en cuanto algo se torna una exigencia se transforma en un pedido superyoico y el sujeto siente que queda a expensas de tener que dar una respuesta porque ya no hay lugar para la pérdida, que podría ser el lugar desde donde lanzar el deseo, pues es ahí mismo donde todo se cae y la supuesta pérdida de tiempo se convierte en un tiempo presente donde "ya sé". Existe la creencia engañosa de pensar que en ese “ya sé” hay alivio, y no, es solo momentáneo.
"Perder el tiempo" es en otro sentido ganarlo. Sin embargo, si en la idea de "perder el tiempo" se produce un arrasamiento del sujeto, ya no hablamos de lo mismo. Que el sujeto quede arrasado no se debe a que "pierda el tiempo" pero muchas veces, según el contexto de cada uno, no hay lugar para vislumbrar esto. Entonces aparece una pregunta frente a la idea de "perder el tiempo" y es "¿qué estoy esperando?", pregunta que puede tornarse muy confusa si no es alojada con seriedad. Si la espera se traduce en arrasamiento subjetivo, se instala el padecimiento y será una buena causa para comenzar un análisis.
Si el tiempo se pierde es porque es su condición, estar a la espera puede ser alojar un tiempo de incertidumbre que integre la idea de que no sé todo, la idea de que no existe un saber exacto sobre cada cosa.
Si sacamos de la ecuación estas dos ideas: la de “adelantarse” y la de "perder el tiempo" (en términos productivos), hagan el imaginario por un instante, ¿no viviríamos más amablemente con nosotres y los otres?
El meme del gato que comentaba es gracioso porque la respuesta del gato es violenta en un sentido metafórico, eso nos produce risa. Los memes que circulan son un nuevo modo de “risa social”, apuntan al lazo con otres, nos hacen reir. Miramos memes, los compartimos, decimos cosas con ellos, haciendo valer en la "pérdida del tiempo" un afecto fundamental para estos tiempos: la alegría que tiene como correlato la risa manifiesta en el cuerpo y sus concominantes.
El mandamiento actual articula "no pierdas el tiempo" y "ponete a producir" y el resultado de eso es que supuestamente estaríamos en mejores condiciones al finalizar la cuarentena. Pero en el mientras tanto, que es el tiempo actual que transitamos, nos topamos todos los días con sus límites, allí donde el discurso amo me ordena, el sujeto se borra.
Y "me ordena" (me ordena el Yo) en dos sentidos, por eso es tan potente, el primer sentido es que me da una orden: “hacé tal cosa y serás feliz”. El segundo sentido es que me ordena organizando mis acciones, mis haceres (o más bien deberes). Este segundo sentido es el que moviliza a que seamos tan obedientes, es que ¡es tan tentadora la propuesta! Gracias al segundo sentido y la tentación que despierta creer que "si hago eso voy a estar bien", el primer sentido queda oculto en tanto imperativo, produciendo cada vez más arrasamientos subjetivos que conllevan afectos como el hastío, el fastidio, el aburrimiento, etc.
Ser tan obedientes a un discurso que ordena los cuerpos de la época tiene sus efectos, como decía, sujetos arrasados que, fastidiados y hastiados por no poder cumplir con los cánones sociales de felicidad, resignan sus deseos ¡porque no hay tiempo que perder!
Una vez comenté que el deseo es indestructible, idea freudiana, por cierto, a eso hay que agregar que el deseo tiene su origen en la pérdida. Si no hay pérdida, si no hay lugar vacío, no habrá deseo que tenga espacio para circular. Y el deseo del sujeto, para circular, no necesita del permiso del código QR de la app “Cuidar” (lo subrayo para aquellos que invierten esta idea, allí donde el gobierno cuida a su pueblo de una pandemia se pretende hacer creer que disponen de nuestros deseos a su merced). El deseo entonces, para circular, requiere sí algo importante: que tengamos un espacio donde podamos pensar cada vez los discursos que nos imponen, hacer o no lugar a ello y dejarse interpelar dependerá de cada quien.
Florencia González es psicóloga y psicoanalista, docente de la Facultad de Psicología (UBA) e investigadora UBACyT.