En un Monumental con mayor efervescencia futbolera que en otras presentaciones de la Selección, Messi salió a jugar su partido 58 plenamente consciente de que Argentina necesitaba de su talento tal vez más que nunca para enderezar el sinuoso camino de estas Eliminatorias Sudamericanas rumbo a Rusia 2018. Y le costó poco volver a ser el invitado especial y centro de todos los agasajos. Sólo quince minutos. Primero con un cambio de frente que Di María desperdició dejando la pelota en los pies de los centrales. A continuación, otra asistencia al jugador del PSG que quiso ponerla por encima de la humanidad de Bravo, quien lo impidió con lo justo. Y en seguida vino el dudoso penal. Lio no se nubló con las sombras de aquel que marró en la final de la Copa América Centenario y la puso a la izquierda de Bravo, marcando su gol 117 con la camiseta argentina y levantando sus dedos al cielo, en la ya conocida dedicatoria a su abuela Celia.

Marcada la diferencia, la Pulga se fue de escena, y deambulando por el sector derecho de la cancha sufrió bien de cerca la supremacía del visitante, que controlaba el mediocampo, el ritmo y el desarrollo. En el complemento, Messi siguió con la varita guardada. Y el equipo, se sabe, depende de su magia. Ni siquiera pareció sacudirle la apatía el ingreso de un socio como Banega, más afín a lo que les pide la Pulga a sus compañeros. Solo por ese momento se entiende cómo definió alto aquel centro atrás que le sirvió Rojo. Claro que tampoco se le puede reclamar lucimiento al mejor actor cuando el resto del elenco ni siquiera tiene aprendido el libreto.

Por debajo de Lio sumó méritos Di María. El ex Central fue la mejor carta ofensiva. Desequilibró a Isla por velocidad, provocó el penal y además tuvo voluntad para darle una mano a Mas, demasiado flojo por falencias propias y también por el acierto de Chile de buscar por ese sector evitando la aduana de Mascherano y Biglia. Tanto el del Barcelona como el de la Lazio cumplieron con la tarea de destruir, pero estuvieron erráticos en las entregas. Hasta que ingresó Banega, les faltó el socio en quien descargar para que se haga cargo de la distribución y de dársela redonda a Messi. Esas entregas erráticas hicieron sufrir a Otamendi y Rojo primero y a Otamendi y Musacchio después. Los tres centrales alternaron buenas y malas. Mejor el del City, y el del United mejoró su imagen en el complemento cuando Bauza lo devolvió al lateral izquierdo; Musacchio, por su parte, tuvo carácter y algunos cruces acertados, en el peor momento de Argentina, el segundo tiempo.

Por el otro lateral, Mercado empezó con dudas y se afirmó en la segunda etapa, protagonizando una corrida hasta el fondo que a algunos relatores hizo recordar a Houseman. Tanto como muchos recuerdan lo poco que ataja Romero en su equipo, algo que indudablemente condiciona su rendimiento, por falta de timming en las salidas y cuando se trata de jugar con los pies. 

Agüero e Higuaín se miraron mucho, corrieron para presionar, intentaron ser prolijos para alternar los ingresos al área, pero no gravitaron y tampoco tuvieron pelotas redondas como para hacerlo. 

Banega, por último, ingresó demasiado tarde, con la Selección demasiado jugada a resistir y a hacer realidad el pedido de Bauza de ganar como fuere.