El esquema ideológico que responde a los intereses de las clases económicas dominantes atraviesa una crisis sin precedentes. El excepcional cimbronazo que ha desatado el coronavirus a nivel mundial evidencia las debilidades argumentativas de esta posición con una claridad pocas veces observada previamente.
La vorágine de los sucesos propios de una pandemia y su amplificación a través de los medios de comunicación y de las redes sociales a nivel global exponen a gran velocidad las falacias repetidas sistemáticamente por los voceros del poder económico.
Estados Unidos es el país mejor preparado para recibir los efectos de una pandemia, sostuvieron en un primer momento; la mejor estrategia es la de la inmunidad de la manada que propone el primer ministro del Reino Unido, reafirmaron.
Luego, esas naciones pasaron a liderar el ranking de cantidad de contagio y de muertes por coronavirus a nivel global. Sin embargo, en el ámbito local, quienes defendían las estrategias sanitarias de estos países, jamás revisaron su discurso y permanecieron impertérritos en su posición. Van corriendo el arco permanentemente sin ningún pudor.
Después de elogiar las políticas sanitarias ejecutadas por Estados Unidos y Gran Bretaña, pasaron a enaltecer las de Brasil, Chile y Suecia, países que en todos los casos priorizaron la actividad económica por encima de la salud de sus sociedades y han registrado indicadores muy negativos respecto a la proporción de fallecidos por Covid-19, además de registrar también drásticas caídas en sus niveles de actividad económica.
Todo esto desnuda que estos actores priorizan sus intereses económicos y políticos incluso por encima de la vida humana. Esto se reafirma al observar que estos sectores menosprecian y critican sistemáticamente la estrategia sanitaria argentina que sin embargo ha sido elogiada a nivel internacional y que, hasta el momento, gracias al esfuerzo y la organización colectiva liderado por el Estado se ha mostrado exitosa en comparación con los países de la región y con gran parte del resto del mundo.
Por estos días, estos actores políticos han pasado a regodearse con la difusión de los dramáticos indicadores económicos y sociales que comienzan a conocerse luego del impacto de la pandemia en la economía local, ocultando que tales resultados no se deben a la toma de decisiones adoptadas por el gobierno, sino a la catástrofe desatada por la propia enfermedad a nivel global. Ya que en todo el mundo se han registrado caídas en los niveles de actividad económica en proporciones nunca antes vistas, incluso en los países donde se priorizó la actividad económica y se observaron menores restricciones a la circulación, aunque en esos casos los que sí se observó, fueron trágicos resultados sanitarios.
Las estadísticas y las proyecciones económicas que comienzan a conocerse para 2020 dejan en claro que la crisis económica en el mundo es producto de la pandemia, más allá de las políticas implementadas por cada país. De acuerdo a la OCDE, Estados Unidos tendría una caída del PIB para este año del 7,3 por ciento (8,8 poer ciento en caso de un rebrote), Gran Bretaña se desplomaría un 11,5 por ciento (o un 14 por ciento), en sintonía con Italia y Francia. En nuestra región, las proyecciones son similares con caídas del PIB de 8 por ciento para la Argentina (10 por ciento en caso de rebrote), Brasil se derrumbaría 7,4 por ciento (o un 9,1 por ciento) y Chile 5,6 por ciento (o un 7,0 por ciento).
Sin embargo, a los voceros del poder económico no les importan las evidencias que invalidan sus afirmaciones. Por el contrario, su trabajo es legitimar un discurso que, aunque se encuentre estrictamente reñido con la realidad, permite convalidar y reproducir un modelo que favorece a sus impulsores.
Se quejan de la cuarentena, se quejan del avance de los contagios; se quejan de la caída de la actividad económica, exigen mayor intervención del Estado para asistir a los comerciantes y a los propietarios de las empresas que no pueden desarrollar sus actividades, pero se oponen a la emisión de moneda por parte del Estado, y al cobro de nuevos impuestos; se quejan del encierro y en el mismo bloque se quejan de que hay mucha gente circulando en la calle.
Incurren en flagrantes contradicciones sin siquiera ruborizarse. Proponen el relajamiento de las restricciones argumentando que las muertes causadas por el coronavirus son pocas y comparan las mismas con la posibilidad de sacar un pleno en la ruleta, en una expresión de auténtico desprecio por la vida humana. Intentan imponer la idea de que los efectos económicos producidos por el confinamiento provocaría más muertos que la enfermedad misma, sin ningún tipo de sustento en dicha afirmación.
Estas estrategias no son novedosas por parte de estos actores, lo que ha ocurrido es que la pandemia ha desnudado su debilidad argumentativa al extremo. El coronavirus ha corrido el velo a nivel global y ha evidenciado la contradicción inexpugnable entre el sistema productivo actual y una sociedad justa, respetuosa de toda vida humana.
La covid-19 expuso irremediablemente las desigualdades imperantes en las mayorías de los países tanto en materia económica como en términos de acceso a la salud y demás cuestiones básicas. A pesar del discurso igualador de los efectos de la pandemia son los sectores más vulnerables aquellos que sufren en mayor medida tanto en la cantidad de muertos como en su realidad económica.
De acuerdo a las proyecciones del PNUD, el desarrollo humano (entendido como una medida combinada de los niveles de vida, educación y salud del mundo) puede llegar a descender en 2020 por primera vez desde que dicho concepto fue ideado en 1990. Esta disminución se daría en la mayoría de los países del mundo.
La Organización Internacional del Trabajo estima que por la covid-19 la mitad de la población activa podría perder sus empleos. De acuerdo a lo calculado por el Programa Mundial de Alimentos (WFP) durante este año, 265 millones de personas se encontrarán expuestas a inseguridad alimentaria aguda duplicando los registros del año pasado.
En el plano de la educación, el PNUD sostiene que debido a las desigualdades producidas en el aprendizaje a distancia y al cierre de escuelas, el 86 por ciento de los niños en edad escolar en los países con bajo nivel de desarrollo humano se encuentran sin recibir educación formal, en comparación al 20 por ciento en los países con un alto nivel de desarrollo.
Los efectos de la pandemia dejan al descubierto la desigualdad del actual sistema económico internacional y revela las diferencias en la capacidad de respuesta de los distintos países frente a la crisis.
La cuarentena es regresiva, sostuvieron algunos de estos voceros de los sectores económicos más favorecidos con la intención de impulsar una pronta reapertura. Es indiscutible, que la estrategia del confinamiento genera serios inconvenientes económicos y que, en este marco, los que menos tienen son los que más sufren, como siempre sucede. Pero desde ya que la solución no es mandar a estos sectores desfavorecidos a las calles nuevamente a trabajar, mientras la pandemia acecha y los que más tienen se recluyen en sus hogares, o pueden disponer de todos sus privilegios materiales para protección personal.
Lo regresivo no es la estrategia del confinamiento; lo regresivo es el sistema económico que ha configurado este entramado social sumamente desigual. La solución frente a esta situación de excepción, que atraviesa todo el mundo y genera estragos tanto económicos como sanitarios, es organizarse y cooperar, distribuyendo los abundantes recursos de este mundo de acuerdo a las necesidades de cada ser humano, construyendo un equilibrio sustentable entre medio ambiente y producción.
El elevado grado de desigualdad social y económica existente dentro de cada país e incluso a nivel internacional resulta ineficiente para el desarrollo humano, la pandemia así lo demuestra. La organización colectiva, la empatía y la cooperación en base al conocimiento y la ciencia es lo que nos potencia, actuando como motor para el progreso de la humanidad.
Sin embargo, el discurso del poder económico concentrado, que una y otra vez busca instalarse desde los medios de comunicación masiva, se rehúsa a aceptar esta premisa porque la misma implica un perjuicio para sus privilegios. La crítica, sin sustento, a las políticas sanitarias y económicas desarrolladas por los Estados para minimizar los efectos de la pandemia parecen adelantarse a una nueva disputa en un escenario en el cual los Estados podrían recobrar un rol preponderante en la organización social. La amplificación de las desigualdades producidas por la pandemia a nivel mundial tiene que servir como disparador para rediseñar el sistema financiero internacional, el modelo productivo y el papel del Estado como planificador para la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
Estos comunicadores a los que hacemos referencia, tan presentes hoy en los medios, no claudicarán en su estrategia a pesar de las evidencias que los contradicen y permanecerán especialmente activos en estas circunstancias. La responsabilidad de desarticular estos discursos regresivos y perjudiciales recae entonces en el resto de la sociedad que debe promover el pensamiento crítico y la cooperación social, evitando que la prédica del poder concentrado en unos pocos privilegiados se propague reproduciendo la inequidad y la injusticia.
* Fernando Borré: Licenciado en Relaciones Internacionales (USAL).
** Pablo Caramelo: Economista (UBA).