En 2019, el cronista de viajes Julián Varsavsky, colaborador de Página/12 y de publicaciones como National Geographic y Lonely Planet, editó un libro llamado Japón desde una cápsula, cuyo subtítulo es Robótica, virtualidad y sexualidad. En él, Varsavksy, que se especializa en los países asiáticos, aborda el Japón menos conocido. No ya el de los samurais, los kimonos, el zen, la ceremonia del té y la flor del cerezo, sino el país-isla contemporáneo, el de Sony, Nintendo, el robot Asimo y el j-pop. Apoyándose en ocasiones en los escritos del filósofo coreano Byung-Chul Han, por las páginas de Japón desde una cápsula
desfilan androides incorporados a la vida cotidiana, cantantes holográficas llenas de fans, inodoros parlantes y otras formas del simulacro.
Ante el estreno de hoy en la plataforma Mubi de Family Romance, LLC., la nueva película de Werner Herzog (ver crítica aparte ) que trata sobre una empresa japonesa real dedicada a la provisión de sustitutos de seres queridos ausentes --que a todos los efectos funcionan como si se tratara de sus modelos originales-- Varsavsky parecía la persona indicada para tratar de entender fenómenos que a la mirada occidental pueden sonar inimaginables.
-Family Romance, LLC trata sobre una empresa japonesa que ofrece suplentes para situaciones especiales, como la de una madre soltera que necesita un padre para su hija, una novia sin un padre que la acompañe al altar o un empleado del ferrocarril que debe recibir una reprimenda humillante. ¿Tuviste ocasión de conocer esa clase de prácticas?
-Experimenté una de sus formas más light en los maid-cafés, atendidos por jovencitas con vestido sensual de mucama victoriana. Allí pagás cara una hamburguesa común con gatito dibujado en salsa de tomate porque el eje pasa por una ritualidad sobreactuada y aniñada, donde de manera cronometrada --60 minutos--- ellas te prestan suma atención en los momentos de interacción: pedido, llegada del plato y pago. Te reciben aplaudiéndote con un saludo coral: “Bienvenido a casa, amo”. Se trata de simular una calidez hogareña en una relación pseudopaternalista: es un mundo de fantasía muy reglado y guionado para que no se salga del carril, evitando toda insinuación sexual. El público es variado pero incluye señores de traje estresados que buscan un momento de relax. Yo hipotetizo que las maid y variantes son una de las formas en que se fue disolviendo la geisha en la cultura pop, donde aún se oye su eco en el tipo de vínculo ritual y sofisticado. En Japón hay centenares de estos bares, incluyendo los JK Café, atendidos por chicas reales de colegio con uniforme. Y existe el alquiler de novio y novia durante meses o años.
-¿Qué pudiste experimentar sobre el modo en que los japoneses viven la soledad?
-Aunque sea global, la sociología permite ver que en Japón la soledad posmoderna es muy marcada. Dormí 35 días en hoteles cápsula --camas cual nicho de cementerio en la pared-- con espacios extra y comunes como un onsen --spa tradicional-- donde reina un silencio de catedral. Algunos eligen como plan de fin de semana irse solos a esos hoteles donde, a su manera, socializan. Recuerdo estar durante la floración de los cerezos y observar que centenares de personas se quedaban todo el día en el hotel, leyendo manga o en las piscinas calientes, en lugar de ir a los parques llenos de gente.
-¿Cómo se manifiesta en esa sociedad la cuestión del simulacro?
-El comunicólogo Mario Bogarín plantea que en una sociedad confuciana surgida alrededor del trabajo colectivo en los campos de arroz, la socialidad opera hasta hoy en función a la pertenencia a grupos donde el individuo se disuelve en lo colectivo, quedando subsumido a su entorno: sacrifica así sus derechos individuales. Entonces la cuestión de la imagen que da un japonés ante los demás está sometida a escrutinio permanente, llevándolo a un cuidado extremo de la misma: la obsesión por el honor refleja eso. La sociedad aprueba estos costosos servicios de alquiler de “actores” en función de subsanar una falencia. Puede parecer contradictorio pero en esa cultura no lo es. El comunicólogo Ramón Agúndez plantea que los japoneses llevan siglos cargados de un grado notable de actuación cotidiana --mayor que en Occidente-- por las permanentes exigencias sociales a las que están sometidos en la casa, el estudio, el trabajo y hasta en el ocio. Por eso son aceptables esas compañías rentadas que son como una prolongación de esa actuación.
-¿Esta clase de figuras supletorias reconocen algún antecedente histórico en Japón, o son puro producto de la modernidad?
-Cuando en el periodo Heian --siglos VIII a XXII-- un patriarca solo tenía hijas, ellas no podían heredar casa ni linaje: adoptaba un yoshi, un “hijo” que crecía como un hermano más. Luego lo casaba con la hija mayor, garantizándose moldear a gusto al sucesor. El antropólogo Michitaro Tada escribió que los japoneses “le damos un valor muy especial al hecho de ´ser como´ otras personas”. Se lo considera un acto de originalidad. El personaje de Herzog que hace de actor fuera de la lógica de un escenario, no es farsante sino virtuoso y honorable. Y agrega Tada: “jamás creemos que imitar sea algo malo… tal vez sentimos placer al experimentar la desintegración del ´yo´ porque, en el fondo, nos provoca enorme alivio”.
-¿Qué pasa con la expresión de sentimientos frente a los demás?
-En esa sociedad no está bien visto exteriorizar la soledad, ni fracasos o sentimientos como el cariño físico.
-¿Cómo se vive el concepto de “original” y “copia”?
-Byung Chul Han observó que el templo de Ise --el más sagrado del sintoísmo-- tiene 1300 años. Cada veinte años se lo desarma y reconstruye con madera nueva. UNESCO lo eliminó de la lista de patrimonios de la humanidad: sería “una réplica y no un original”. Para una cultura que no piensa en función de esencias puras --ese concepto aristotélico basado en el principio de contradicción de los opuestos-- el templo de Ise, en tanto mantiene perfecta su forma primitiva, es el mejor de los originales. Occidente valora más la reliquia autentica que “contiene” la esencia, y desdeña la reconstrucción. Las concepciones “original” y “copia” son distintas entre estos dos mundos. La línea de separación sujeto-objeto y virtual-real es más difusa allí. Incluso el zen plantea una indistinción entre el adentro y el afuera de la mente. En Japón, si algo funciona para suplir una falta, es aceptado. No es que confundan al hombre que actúa de padre con el verdadero: el “como si” trae alivio ante una falta. Si funciona, vale como complemento.
-En tu libro hablás sobre la progresiva sustitución de seres humanos por androides y robots para desempeñar distintas tareas, como por ejemplo la de barman o recepcionista de hotel. Herzog muestra lo mismo en su película. ¿Esta sería otra cara de la suplantación?
-En un punto sí. La robótica gerontológica para cuidar ancianos sin hijos es política de Estado. En el país del Tamagotchi, se han vendido centenares de miles de perritos Aibo de Sony, un robot interactivo a mitad de camino entre juguete y mascota. La hiperrealista foquita robot Paro está en decenas de miles de casas de ancianos y asilos: ha demostrado un efecto asombroso en casos de autismo severo en la tercera edad. Cuando “muere”, muchos lloran. Al perrito Aibo le hacen funerales en un templo budista. Japón tiene una matriz animista que viene del shinto: el mundo está poblado por espíritus de los camis que están no solo en árboles y montañas sino también en una estatua, una muñeca o una silla. ¿Cómo no habría de tenerlo un robot indistinguible a simple vista de un humano o de un animal? Por eso allí no causa espanto percibir que un “fantasma” habita en un robot.
-Otra cosa sobre la que hablás largamente es el culto por los ídolos holográficos, venerados como si fueran humanos. ¿Qué podés decir de ello?
-Akihiko Kondo es un hombre solitario con problemas de relacionamiento amoroso que se “casó” con el holograma de la diosa pop virtual Hatsune Miku quien llena estadios (la empresa propietaria vende el certificado de matrimonio). Esto estudia Gerardo del Vigo y es el waifuismo, que viene de wife (esposa en inglés). Su contraparte es el husbando. Son casos bastante comunes de fanatismo por un personaje de manga o anime del cual el otaku (fan) se enamora, tanto por su sensualidad como por el carácter. Y desarrollan una “relación” que la persona exterioriza en redes sociales al punto que para el día de San Valentín, organiza una cena y coloca el muñeco o la foto del personaje delante de un plato junto a la mesa y comen. No deja de ser un juego --no debe ser visto como locura-- pero es como si una muleta afectiva ayudara a sobrellevar la soledad. Toru Honda es una especie de teórico apologista del waifuismo: asegura que su relación con Kawana Misaki --colegiala ciega de un videogame-- lo salvó del suicidio en momentos de suma soledad.
-Y después están los cosplayers, que “se convierten” en personajes de animé.
-Es la ficción saliendo de la pantalla hecha carne, con ropaje de disfraz y actuación muy sofisticados. Esos jóvenes caracterizan al personaje con mucho estudio de gestos, discurso, canciones, pose, baile grupal y actitud. Lejos está eso de un mero disfrazarse. Asumen otra identidad en lo que dura la fiesta. Y una persona acaso tímida e inexpresiva, allí puede ser sensual, gritar, reírse y bailar como solo sucede en el animé. Es una simulación de la ficción. En esas fiestas vi adolescentes con poca ropa realizando la fantasía de ser fotografiadas por decenas de hombres –jugando a ser modelos- mientras que esos fotógrafos bien equipados eran en verdad aficionados produciendo material para consumo propio, pero actuando como profesionales: la satisfacción era mutua y a nadie escandaliza ver a esos señores acribillando a clicks a chicas en bikini que les hacen trompita. La película de Herzog muestra algo parecido en otro contexto: una muchacha común se pone un vestido rojo y le paga a varios hombres para que le tomen fotos como si fuese una estrella de cine caminando por la calle.
-¿Qué relación tiene todo esto con la presencia de lo digital en el mundo cotidiano, y con el mundo de la virtualidad en general?
-En una cultura no esencialista, no existe como en Occidente la pérdida del aura ante la reproducción técnica. El hombre que se casó con Hatsune Miku se la llevó a vivir con él: se compró un aparatito que le reproduce el holograma en casa y dialogan mediante Inteligencia Artificial. No existe en holografía el concepto de copia: todos son originales y hay una Miku para cada uno. Lo mismo vale para el waifuismo y el muñeco del personaje adorado.