La vida es sueño
Menuda suerte: la pandemia que nos quita el sueño, ha traído consigo sueños tan vívidos y extraños, tan palpables y retorcidos, que el asunto tiene inquietos a humanos por doquier. Ni el mundo de las tinieblas ha quedado indemne a estos tiempos atípicos, con su encierro indefinido, el amasijo de horas y el enemigo invisible haciendo mella en nuestras fantasías nomás entrar en fase REM. Un coletazo del que se hace eco Lola García Garrido, nacida en Buenos Aires en 1982, con actual residencia en Madrid. Y es que, para su más reciente proyecto, la fotógrafa y collagista encuentra inspiración en los maravillosos fotomontajes surrealistas de la gran Grete Stern, con su evidente mirada zumbona que criticaba la opresión de la mujer, realizados para la revista Idilio a partir de sueños que enviaban las lectoras entre 1948 y 1952. “Se me ocurrió copiarla y juntar sueños hoy: Sueños de cuarentena”, ofrece la artista sobre su propuesta en autos, donde precisamente se encarga de ilustrar aquellas peculiares situaciones que afloran en el subconsciente de terrícolas durante el descanso. Dice la muchacha que, en esta época, “una de las sensaciones que más me llamó la atención fue la de estar durante el día muy activa, y recién al llegar la noche, notar que aparecían ‘los fantasmas’… Mis sueños cambiaron y empecé a escribirlos. Esto me ayudó a entender, o sentir que entendía, algunas cosas”. Desde entonces, puso el tema en foco; y selecciona uno o dos relatos por semana que gente le envía a Instragram para así crear su correlato ilustrado vía fotomontaje, con la intención de ir armando “un mapa visual de cómo nos sentimos en esta cuarentena”. Que tiene tela de dónde cortar, eso es indiscutible. Entre los sueños que ha recibido está, por caso, aquel donde la mujer debe amamantar a un roedor recién nacido, invadida por la ternura y la repulsión; el que encuentra la cura del covid-19… en un licuado de remolacha; la ducha interminable de un judoca que nunca hace deporte; la persona que debe cruzar el charco de una calle, en cuya insólita profundidad habita una suerte de monstruo del lago Ness; el soñador al que le da dengue y coronavirus, pero termina muriendo en manos de Chucky; y siguen las firmas.
No hay instante sin milagro
Liderada por expertos arqueólogos y especialistas en georradar, la Operación Calderón está en marcha: o sea, el proyecto para dar con los restos de Calderón de la Barca (1600-1681), desaparecidos al inicio de la Guerra Civil Española, cuando la iglesia donde estaba su féretro ardió durante dos días tras prender la mecha milicianos. Y la techumbre se desplomó, y parte de los archivos volaron, también imágenes, cuadros, el retablo… ¿Y Calderón? Se habría “salvado”. De hecho, según la investigación histórica en marcha, en poquísimo tiempo habrían de recuperar lo que queda del insigne literato del Siglo de Oro, cuyos huesitos estarían aún en aquella parroquia, Nuestra Señora de los Dolores, en Madrid. Allí fueron mudados a principios del siglo 20 en una ceremonia con todas las pompas, tras un largo periplo por distintas iglesias y cementerios: un peregrinaje involuntario en tanto se pretendía enterrarlo en el Panteón de Hombres Ilustres, iniciativa que nunca prosperó. “Desde un principio, los restos estaban en una urna de caoba y bronce, adornada con motivos alegóricos de las Artes y las Letras, y en 1902 se colocaron en un arcón del segundo piso, en una pilastra con una arqueta de mármol, y eso fue lo que desapareció en 1936. Aquí empieza la película de detectives…”, relata Ángeles Varela, parte del equipo multidisciplinario. Porque, décadas después, en los 60s, un sacerdote de Nuestra Señora de los Dolores revelaría en su lecho de muerte que en verdad lo de la arqueta “era una cosa simbólica”: que los restos estaban en un nicho que se hizo en la pared. Como los muros de la iglesia increíblemente se mantuvieron intactos tras el incendio, la urna estaría aún allí. Aunque, claro, el exacto punto se desconoce: estiró la pata el agonizante curita antes de precisar en qué lugar romper. Su capellán de entonces, por cierto, hizo muchos agujeros en la iglesia reconstruida para dar con el arcón, pero no rindió frutos su esfuerzo. Tampoco el haber fichado para la faena a un padre exorcista que, péndulo en mano, intentó encontrar al cadáver. Más ortodoxo el método del georradar que activará en breve el equipo de científicos para, de una vez por todas, hallar al errante Calderón.
Ellos también importan: perros y gatos de NY
“Capacitada para lidiar con situaciones adversas, la doctora Robin Brennen conocía al dedillo los procedimientos de seguridad adecuados cuando ingresó al departamento de una paciente con coronavirus en el Upper West Side de Manhattan a fines de marzo. Se puso sus botas protectoras de plástico, gafas especiales y una máscara facial. Luego, con una mano enguantado, recogió el resto de su equipo… una bolsa de alimento para gatos y otra con piedritas”. Así relata el New York Times el hacer fundamental de esta veterinaria de la organización Animal Care Centers of NYC que, junto a otros colegas, está brindando ayuda a las mascotas de enfermos de covid-19. Porque bien se ha documentado el número de personas en grave estado, hospitalizadas, incluso RIP, pero poco se habla de lo que sucede con los perros y gatos que dejan atrás, por causa de fuerza mayor, conforme destaca la publicación. Al menos, a fines de abril, como parte de su gestión de emergencias y bienestar animal, la ciudad habilitó una línea directa que no solo despeja dudas sobre pandemia y fauna: conecta además a neoyorkinos con redes de veterinarias subsidiadas que dan una manito en plena distopia, arrimando cuidados en forma ciento por ciento gratuita. Haga su entrada el Animal Care Centers of NYC, cuyo equipo se encarga de que ni canes ni felinos mueran de inanición, dándoles alimento varias veces por semana hasta que retornen sus humanos. O, en el dramático caso de que los dueños hayan estirado la pata, los trasladan a refugios para que pronto encuentren un nuevo hogar. No sin antes ponerlos en cuarentena durante 14 días, aclaran por si las moscas los especialistas, encargados de monitorear cómo está la salud de cada bicho. A veces son alertados por familiares o vecinos, temerosos de exponerse ellos mismos al virus. Tal fue el caso de la Shibu Inu de un conductor de limusinas de Long Island, que mientras batallaba desde una cama de hospital, pidió a su hermana que alguien se ocupara de Lucy, su perrita, que estaba sola, recuperándose de una operación. Una llamada más tarde, Lucy era rescatada, pasando tres semanas en un centro de acogida hasta ser devuelta a su humano, de 61 años, que venció la pulseada contra el covid-19. Apenas una de muchas historias; mal que pese, no todas con final feliz.