La pandemia abrió, aún tímidamente, algunos debates sobre el vínculo entre los virus, la destrucción de la naturaleza y los modelos económicos. Las voces dominantes en torno a cómo pensar la organización económica tras la crisis dejan poco lugar a los datos y las sugerencias que pueden aportar miradas como la de Sandra Díaz, una de las voces científicas argentinas de mayor prestigio en el mundo. Díaz integra la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) impulsada por Naciones Unidas. Egresada de la Universidad Nacional de Córdoba y miembro del Conicet, esta doctora en Ciencias Biológicas llama a concebir la idea de “una sola salud” para comprender la salud humana en vínculo con la salud de los ecosistemas.
-¿Podría explicar qué vínculo existe entre las llamadas enfermedades zoonóticas, como es el caso de algunos virus, y la alteración a gran escala de la biodiversidad?
-Las enfermedades zoonóticas son aquellas donde el agente patógeno es transmitido a los seres humanos por animales. Es difícil establecer una regla general de cómo la alteración de la biodiversidad las afecta a todas, porque estamos hablando de agentes patógenos con formas de vida muy distintas, como por ejemplo virus, bacterias, hongos, protozoos, insectos, gusanos. Pero sí hay vínculos bien establecidos entre el avance sobre ecosistemas silvestres y algunas patologías. El caso de los virus como el covid-19 es paradigmático, lamentablemente. Hay millones de virus que infectan animales. Esto no es algo nuevo, siempre han sido parte de la naturaleza. La mayoría de ellos son inofensivos, porque nunca entran en contacto con la gente. Pero, dadas las condiciones propicias, cualquiera de ellos puede mutar y terminar infectando personas. Virus del tipo coronavirus son frecuentes en animales silvestres como los murciélagos de selvas tropicales. En los últimos setenta años hay un avance acelerado de las actividades comerciales sobre el hábitat de esos murciélagos, para extraer la madera, criar ganado, abrir fronteras agrícolas o establecer emprendimientos mineros. Generalmente esto implica abrir caminos que atraviesan el corazón de ecosistemas hasta entonces no fragmentados.
-¿Qué rol tiene el modelo alimentario en este sentido?
-Por un lado, estas poblaciones ligadas a estas actividades comerciales se asientan de forma precaria muy cerca del frente de avance sobre estos ecosistemas y necesariamente entran en contacto con la fauna, en muchos casos porque se alimentan directamente de los animales. Cazan los animales y los llevan muertos pero también muy frecuentemente vivos a mercados donde los animales están hacinados y bajo estrés, en condiciones de higiene muy deficientes, lo que los hace inmunodeprimidos, y ahí los animales silvestres entran en contacto también con animales domésticos y con la gente. A veces no se trata de actividades destinadas a la alimentación local, sino conectadas con el tráfico internacional de animales silvestres. En ambos casos es muy fácil que el virus mute y salte a nuevas especies, a otros animales silvestres cautivos, como pangolines, civetas, aves silvestres; animales domésticos como pollos, cerdos, camellos; y a las personas. Una vez concretado el salto, es muy fácil para el virus expandirse a través de la cría industrial de animales, generalmente hacinados e inmunodeprimidos. Por ejemplo epidemias virales anteriores se han originado en grandes criaderos de pollos y de cerdos. Una vez que el virus infecta personas puede expandirse muy rápido, a través del transporte de mercaderías y pasajeros a lugares remotos a lo largo y a lo ancho del planeta.
-Entonces en las bases están el sistema alimentario global, el sistema de transporte global, la economía global.
-Hay que decir que los virus, incluidos los coronavirus, son naturales, pero esta pandemia es generada por el modelo dominante de apropiación de la naturaleza. Lo que este modelo esencialmente hace es transformar lo que en otras circunstancias era una barrera espacial y biológica gruesa y bastante impermeable separando patógenos y personas, en una autopista para los virus alrededor del mundo. Los “adoquines” de esa autopista, por llamarlo así, serían seres vivos, animales salvajes, animales domésticos y finalmente personas, todos en estrecho contacto, inmunodeprimidos y vulnerables.
-¿Qué reflexión tiene sobre la “reaparición de vida silvestre” a partir de las cuarentenas?
-La mayoría de la gente se ha sentido esperanzada al ver los videos que pululan en las redes sobre cómo el aire es mucho más limpio en las grandes ciudades, cómo los animalitos invaden parques urbanos y playas. Y eso es real y la verdad es que es lindo verlos. Pero claramente esta no es la recuperación de la naturaleza que hace falta. Si cuando terminen las medidas de confinamiento se vuelve a la “normalidad” anterior, será una tregua insignificante. Es más, hay informes de que han aumentado las actividades ilegales de pesca, caza furtiva, deforestación, contaminación focalizada. Esto es porque los controles ambientales, generalmente en manos de los estados, se han relajado debido a la pandemia. Lo que sí me parece que es muy valioso es la demostración de la capacidad de recuperación del mundo vivo, la porfiada resiliencia de la naturaleza, siempre aprovechando el más mínimo resquicio que se le dé. A esto hay que aprovecharlo y potenciarlo.
-¿Cuáles son los principales riesgos que advierte si la actividad económica vuelve a la normalidad anterior?
-El riesgo más importante reside en los “remedios” que se están implementando o planificando para “resucitar las economías”. Esta es una situación inédita en la que todos los gobiernos, desde las alianzas regionales como la Unión Europea hasta los municipios, están lanzando paquetes de rescate y estímulo para minimizar los costos económicos y sociales relacionados con la pandemia. A nivel mundial, estamos hablando de cifras fabulosas: billones de dólares. Imagínese el poder de afectar la realidad, de influir sobre el futuro, de esas cifras. Si se los invierte para continuar con el modelo anterior, para salvar industrias y modos de producción con efectos negativos comprobados sobre el clima, el agua, la biodiversidad y la salud de la gente, puede hacer que nos perdamos la ventana de oportunidad que queda, ya de por sí muy estrecha, para un futuro mejor, más justo y sostenible. Este es un riesgo bastante concreto: de los paquetes de rescate ya anunciados y en implementación temprana por parte de las cincuenta economías más importantes del mundo, sólo el 0.2 por ciento puede ser considerado “verde”, es decir que contribuye a mejorar, o al menos no dañar, el clima y la naturaleza.