España ha empezado a adaptarse a la nueva normalidad o, lo que es lo mismo, a a la convivencia con la covid-19. A diferencia de las etapas anteriores desde que se declarara la pandemia, esta no es una etapa de transición ni una estación de paso, sino el punto de llegada.
Hasta que se descubra la vacuna o aparezca un tratamiento efectivo contra el virus, las medidas con las que están aprendiendo a convivir los españoles son las que estarán en vigor durante meses, quizás durante años: Obligación de usar barbijo en los recintos cerrados, distancia de seguridad en todos los lugares públicos, espectáculos deportivos a puertas cerradas y drásticos protocolos de seguridad para el inicio de clases, programado para septiembre.
Durante los 99 días que ha durado el estado de alarma, los españoles estuvieron sometidos primero a un confinamiento severo y después a medidas que se fueron suavizando hasta que hace dos semanas se levantó el estado de alarma y con ella las restricciones a los desplazamientos internos entre regiones. Ahora se dispone a abrir las fronteras y a permitir la llegada de turistas procedentes de otros países de Europa mientras las fronteras con los vecinos del sur, Argelia y Marruecos, siguen cerradas.
No se trata de un tema menor, una buena parte de la economía española depende del turismo, un sector que genera el 12 por ciento del Producto Interior Bruto, un negocio de 150.000 millones de euros y más de dos millones y medio de empleos directos.
A medida que los turistas comiencen a llegar, toda la estrategia de desescalada será puesta a prueba.
El confinamiento extremo al que fue sometida la población española permitió afrontar una situación crítica, que llegó en su momento álgido a más de 900 muertos al día con el sistema sanitario al borde del colapso y una tasa de tres contagios por cada caso confirmado. Tras reducirse drásticamente el número de contagios, y también de fallecidos, las medidas excepcionales se fueron relajando. El desafío al que ahora se enfrenta el país, con una tasa de 0,6 contagios por caso, es poner en marcha su economía sin que se vuelva a descontrolar la epidemia. Para ese objetivo, el turismo es fundamental. En el Gobierno reconocen ser conscientes de que la movilidad interna y externa supone aumentar los riesgos de contagio, pero mantener el país cerrado ya no se considera una opción viable.
De momento, a dos semanas del fin del estado de alarma, el escenario es el de un continuo goteo de nuevos focos del contagios, con 60 focos abiertos aunque se considera que la pandemia está en franco retroceso.
Aunque cada día aparecen nuevos focos, en el Ministerio de Sanidad se atribuye el aumento de los contagios a que el número de pruebas que se realizan es también cada vez mayor. Las cifras, según el gobierno, están bajo control.
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) aseguró esta semana que a nivel nacional la situación es realmente buena porque la transmisión local se está controlando y más del 60 por ciento de los casos detectados son asintomáticos, lo que supone un avance en el seguimiento y control de los brotes.
El principal motivo de preocupación, a diferencia del panorama que se vivió en los meses más álgidos, no está en el interior, sino que viene de fuera. En los últimos días, España registró más de medio centenar de casos importados.
Las estadísticas ponen a España en una disyuntiva de difícil resolución. Los indicadores utilizados para medir la evolución de la pandemia son en su mayoría mejores que los de la pasada semana, pero peores que los que había en la segunda semana de junio, es decir, cuando la epidemia pareció alcanzar su punto más bajo. Fue a partir de ese momento cuando se levantaron las restricciones a la movilidad. Todos los indicadores empeoraron ligeramente a partir de entonces, pero la entrada en la nueva normalidad no parece tener de momento marcha atrás.
Los desafíos no se acabarán con el verano y la llegada del turismo. Con el otoño, junto con el comienzo de las clases llegará la temporada de gripe. El Gobierno prepara una campaña de vacunación masiva para evitar que una situación que es habitual cada año se transforme en esta ocasión en una nueva amenaza de colapso del sistema sanitario si llega a producirse el temido rebrote.