El cuento del tío. Rodeado por trescientos policías, en medio de lo que sería conocido como “el robo del siglo”, Mario Vitette Sellanes tenía que ganar tiempo. Mientras sus compañeros saqueaban las cajas de seguridad del Banco Río de Acassuso con un percutor hidráulico diseñado por la banda, él ponía en marcha una maquinaria narrativa. Durante casi dos horas tenía que hacerle creer al negociador del Grupo Halcón que todo se trataba de un robo exprés fallido. Que apenas dos semanas atrás él había salido del Penal de Sierra Chica. Que estaba jugado y podía desatar una masacre como la de Ramallo. En palabras de Abelardo Castillo, le hacía falta lo mismo que a cualquier escritor que se precie: el oficio de mentir. Para que el plan funcionase y pudiesen salir de ahí con el botín y con vida, Vitette Sellaneshizo lo que se necesitaba: contó una buena historia.
“Hace muchos años, paralelamente con la planificación del robo al Banco Río, yo viví una gran historia de amor. Y desde ese momento buscaba en mi cabecita de ladrón cómo iba a hacer para escribirla”, dice hoy Luis Mario Vitette Sellanes, en videollamada con Página/12, acerca de ese incierto cruce de caminos entre el delito y la escritura. Está sentado detrás del mostrador de su joyería, en San José, Uruguay, y cada tanto pide hacer una pausa para atender a sus clientes. Asegura haberse retirado para siempre del mundo del hampa y se muestra exultante con los resultados de El ladrón del siglo (Planeta), su autobiografía, que hasta el momento lleva vendidos más de siete mil ejemplares y está a punto de agotar su segunda edición. “El libro lo empecé a escribir en mi cabeza, mientras cavábamos el túnel por el que nos escapamos del banco”.
El ladrón del siglo es un relato vertiginoso en el que Vitette Sellanes hilvana su vida delictiva y su relación con Giselle, una mujer cuadripléjica y heredera de una fortuna. Al tiempo que se pregunta por los extraños mecanismos que lo llevan a enamorarse de esa mujer postrada y enojada con el mundo, revela algunos secretos del apócrifo manual del escruchante –aquel que roba casas en ausencia de sus habitantes– y describe el enjambre de la ciudad mientras recorre sus techos como Spiderman.
“Cuando el ladrón entra por la azotea, en páginas reveladoras como las de Vitette, el lector siente que es su persona la que se interna en ese territorio desconocido, a oscuras, arriesgando su libertad, quizá su vida, buscando no sabe exactamente qué, gozando las sustancias que le recorren el cuerpo como si fuera una droga”, escribió Víctor Hugo Morales en el prólogo de El ladrón del siglo. “Caminando cornisas, metiendo llaves en cualquier cerradura propicia, avanzando en la oscuridad con las manos adelante sin saber si el próximo cuerpo es un armario o una víctima paralizada de terror”.
Ese pase de magia que llevó a Vitette Sellanes de la delincuencia a la escritura no es un camino que recorra en soledad. Hace poco más de un año, Luis “el Gordo” Valor presentaba su autobiografía , Mi vida (Planeta), y otros dos miembros de la banda que llevó a cabo el robo al Banco Río incursionaban en el mundo de las letras. Por un lado, Fernando Araujo –ideólogo del robo–, se convirtió en uno de los guionistas de la película El robo del siglo, que el año pasado alcanzó los dos millones de espectadores. Por otro, Rubén Alberto de la Torre –el primero en entrar a la sucursal bancaria el día del robo y también miembro de la llamaba superbanda– publicaba El robo del siglo. La historia secreta (Ateneo) y se convertía en uno de los columnistas de la revista digital Nervio, dirigida por Andrés Calamaro.
“Para los neófitos como nosotros, ¿cuál es la manera de empezar? Grabando. Yo empecé grabando audios y cuando se los mostré a mi editor en Planeta, me dijo que en esas grabaciones teníamos un libro. Enseguidame mandaron un adelanto, cual el mejor escritor”, recuerda Vitette Sellanes. “A partir de ahí, fui contando cronológicamente y después aprendí a hacer flashbacks, fui poniéndole un poco de suspenso. Lo que se repite en todos mis actos, si querés, es que soy pasional, como el tango. Cuando robaba era pasional, cuando me enamoro, cuando pongo un taller de joyería... Así soy también de pasional con la escritura”.
Artistas, locos y criminales
Asentado en la zona rural de San José, Vitette Sellanes recorre todos los días en auto el trayecto hasta su joyería. La abre por la mañana siguiendo un protocolo de seguridad, barre la vereda y limpia los vidrios. Al mediodía hace refacciones en la casa, juega con su hijo de 4 años, Lucciano, y por la tarde vuelve al trabajo. El ladrón del siglo, en términos de Hermética, ahora se mueve en el territorio del “Gil trabajador”. El hombre de traje gris, que pergeñó esa historia sin fisuras para mantener en vilo a la policía y robar 19 millones de dólares y 80 kilos de joyas –segúnel arqueo del Banco Río–, hoy rechaza una tras otra las ofertas “faraónicas” con las que es tentado para volver al delito. Su nuevo desafío está dentro de los límites de la legalidad: un taller de escritura.
Hace algunas semanas le llegó la noticia de que los periodistas y escritores Rodolfo Palacios y Juan Mendoza habían lanzado un taller con la siguiente consigna: “¿Cómo contar las historias que nos conmueven? La escritura como riesgo, compromiso y aventura”. Esas palabras se le prendieron como si se trataran de un dato certero para reventar un banco. Vitette Sellanes, que hoy escribe en Twitter para más de 22 mil seguidores, que es entrevistado en su joyería por medios como la BBC, la CNN en español, las revistas New Yorker y Society de Paris, o la cadena Sputnik de Rusia, enseguida le escribió a Palacios para inscribirse. Se conocían desde 2014, cuando el cronista lo entrevistó para su libro Sin armas ni rencores (Planeta), que Vitette regaló como souvenir en su casamiento. “Rodolfo fue el que me dio mi primer grabador profesional, con el que empezó todo esto de la escritura –recuerda–. Le dije que cuente con mi presencia en el taller”.
Palacios lleva largos años retratando los senderos extraviados del crimen y la delincuencia. Autor de los libros Conchita. Ricardo Barreda, el hombre que no amaba a las mujeres, El Clan Puccio y El Ángel Negro. La feroz vida de Robledo Puch, entre varios otros, hoy habla de un punto de quiebre literario entre los hampones. “Los viejos ladrones quieren contar historias, no están pensando en robar. Se ponen en el lugar de cronistas.Escriben cuentos. Y pueden hacerlo”, dice a Página/12.“No hay una fórmula para escribir historias, por más de que se quieran bajar decálogos. Lo que hay que aprender es a captarlas y a contarlas, algo que está perdiendo el oficio en esta época, donde lo que se impone es la uniformidad del lenguaje. Ahora todo se cataloga de 'tremendo', 'escandaloso', 'polémico', 'increíble'. Los diarios parecen escritos por una sola persona. Lo novedoso entonces es volver al origen, a lo que dice Herzog: se trata de caminar, observar y escuchar”.
Pocos días después de la llamada de Vitette Sellanes, Palacios y Mendoza recibieron otros dos mensajes que encenderían las alarmas de cualquier círculo de escritores. Al taller se inscribían el actor Toto Ferro –protagonista de la película El Ángel y de la serie El Marginal 3– y Nahir Galarza, la adolescente entrerriana condenada en 2018 a cadena perpetua por el asesinato a sangre fría de su novio.
“De chica escribía un diario íntimo, no es nada original. Siempre fui cuidadosa con lo que escribía, no se lo mostraba a nadie. Volví a escribir estando detenida. Ahora estoy leyendo a Hemingway en inglés, de paso practico ese idioma. Pero leí a Borges, Cortázar, Saer, Casas. Y estoy escribiendo poemas y cuentos. Además leo mucho a Jung porque estudio Psicología. Escribir me desahoga". Ese fue el mensaje que le hizo llegar Galarza a Palacios para anotarse. Hoy espera la determinación de un juzgado para saber si podrá comenzar, a mediados de julio, el taller de narrativa desde la Unidad Penal N° 6 Concepción Arenal, en la que cumple su condena.
“Nos sorprendió mucho esta convocatoria. Toto Ferro, por ejemplo, nos dijo que estaba interesado en escribir historias que sean simples y profundas”, cuenta Palacios. Juan Mendoza, último secretario de redacción de la revista Cerdos & Peces, lo completa. “Hoy vemos una constante búsqueda de espectacularidad, que nos habla de una sociedad con afán de adrenalina, porque parece que en el fondo no está pasando nada. A veces la intensidad está agazapada en lo pequeño, en lo anodino, en alguien que hace garabatos en una pared, por ejemplo. Siempre vas a encontrar una de esas historias entre 'las más leídas'. Están hechas de un material vital que se abre paso solo”.
Sexto sentido
Entre los pliegues de El ladrón del siglo, Vitette Sellanes parece dar con los cimientos de ese puente invisible que une al escuchante y al escritor: los sentidos. “El escruchante tiene los sentidos agudizados, sabe prestar atención y detectar cada pequeña pista que le llega al oído, al olfato, a los ojos. Incluso pequeñas vibraciones del suelo que indiquen alguna puerta que se abre lejos o un ascensor que se pone en marcha”. Esa suerte de "atención correcta" es la que, según Palacios y Mendoza, necesita un cazador de historias.
“Esto de estar encerrados te agudiza los sentidos. Este confinamiento, que no lo quiero comparar con lo carcelario porque no estamos presos, te lleva a pensar cosas todo el tiempo. A los que cuentan historias les sirve para agarrase de un recuerdo y empezar a escribir”, esgrime Palacios, que asume que ese será uno de los principales materiales narrativos en el taller que darán vía Zoom, debido al aislamiento. “Hace unos días salí al supermercado y encontré siete tipos esposados, sentados en sillas de plástico. Usaban una ambulancia para violar la cuarentena y llevar mercadería, y los detuvieron. Incluso apenas caminando dos o tres cuadras, siempre podés encontrar una historia”.
Esa búsqueda de historias y de formación literaria y periodística es uno de los nuevos puntos de contacto entre los viejos hampones, que buscan convertirse en cronistas de sus propias historias. “Cuento historias que son irrepetibles, algunas lamentables, que me tocó vivirlas, en la cárcel y en libertad. Cosas que parecen mentira pero que me ocurrieron”, dice Rubén Alberto de la Torre, que estudió en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata. “Por eso las quiero contar, para que se hagan públicas y para que algunas no vuelvan a repetirse, como la masacre del pabellón séptimo. Las estoy escribiendo en gacetillas de la facultad y también trabajando en mi primer libro, que tendrádiez cuentos cortos”.
El origen de estas experiencias literarias, según relatan los propios ladrones, también debe rastrearse entre los talleres que se dan al interior de las cárceles. El caso paradigmático es el del Centro Universitario Devoto (CUD): la mayoría de los presos que estudiaron en ese espacio hablan de haber encontrado ahí las llaves para salir de su propia cárcel. “Todos tenemos una historia que contar. El problema es que se piensa que si no se trata de un hit, no es una historia”, dice Mendoza, autor de los libros El guerrero de la periferia (Del Nuevo Extremo) y Rock sudaka (Gourmet Musical). “Prima más el golpe de efecto que la sustancia, se luce la pluma del autor antes que la historia. Lo que se necesita es romper esos moldes para encontrar una mirada que le dé vitalidad al suceso, que es lo que finalmente permite que seamos conmovidos”.
En el vínculo que fue trabando con asesinos y delincuentes, Palacios descubrió que lo atractivo de sus relatos no aparecía simplemente porque contaran hechos que parecían imposibles, sino en la potencia que tenían hasta cuando recordaban su niñez. “Los tipos me mandaban sus cuadernos y ahí veías el trazo firme y claro. El trazo de alguien que agarraba una lapicera como empuñaba un arma. Tan fuerte que parecía que rompían la hoja, que la traspasaban”, recuerda Palacios. “Trascendía el relato sobre si mataron o no a una persona. Contaban su infancia, sus familias. Martín Lanatta, uno de los acusados de ser el sicario del triple crimen de la efedrina, salía del hecho espectacular para contar que era un niño retraído que no festejaba su cumpleaños porque le daba vergüenza. Todos tenemos esas historias”.
Desde su joyería, Luis Mario Vitette Sellanes asegura que nunca dejará de ser ladrón, aunque ya no cometa más delitos, y que ha aprendido a dejar de lado esa adrenalina de la que se había vuelto adicto. “Lo hice porque veía muy cerca el final de mi vida”, afirma. “No he definido bien lo que me produce la escritura, pero si fuese esa misma adrenalina, ya la hubiese dejado. Es otra cosa. Toda la vida me he dedicado a hacer el mal y hoy quiero hacer el bien. Yo siempre dije 'robo por ser, no por tener'. Si me preguntás que busco del taller, simplemente participar. Me llevo nada menos que eso: ser tenido en cuenta en un taller de escritura”.
* Las consultas e inscripciones al taller de narrativa de Rodolfo Palacios y Juan Mendoza, que comienza el jueves 16 de julio, pueden hacerse al correo [email protected]