El hombre retacón y fornido portaba un fusil de guerra. Lo llevaba de costado, como indica la ley. En el porche de su mansión de Missouri, iba dos pasos hacia allá y dos hacia acá, mostrando su metralleta a los manifestantes negros que pasaban por su calle. No iban hacia su casa, sólo pasaban. Su mujer, alta, rubia, robusta, en calzas deportivas, llevaba su arma corta, tan femenina al lado del falo de metal de su marido, en su mano derecha. Con la otra mano la tocaba mientras, como él, miraba pasar a los negros. La mansión era increíble. Un palacete de piedra rodeado de árboles moldeados a lo Versalles. Ver la escena daba escalofríos. Y Donald Trump la retwitteó para eso, para dar escalofríos. Lo que se veía era el mensaje del presidente a sus seguidores.
Acorralado por los muertos que llevan su firma, la que no figuró en ningún decreto que declarara una emergencia nacional. Acorralado por la ira negra y latina, y por la economía que pese al descalabro sanitario no deja de escupir desempleo, y por la mirada del mundo, que ya no lo toma como referente. Esta semana Angela Merkel dijo que Europa debe prepararse para un mundo sin el liderazgo de Estados Unidos. Acorralado por su narcisismo y su psicopatía, que no le permiten nunca retroceder ni ceder ni conmoverse, el mandante de la ultraderecha regional envía ese mensaje a los blancos ricos: si es necesario disparen. La policía dispara aunque no sea necesario, porque para gente como Trump y sus seguidores siempre les es necesario que los NN mueran. De cualquier modo. Antes era lejos. Ahora la disolución de un sistema lleva hacia adentro de su propio territorio la muerte. Las decisiones de Trump causaron la caída de decenas de torres gemelas, pero se encoge de hombros. Y esto es lo importante: esta gente está tan perdida, ha cometido tantos errores, ha abusado tanto del poder conferido para gobernar un país, que los resultados la obligan a optar por la muerte.
El mundo financiero sigue su ruta aunque asomen intenciones de guerras fratricidas. Les convienen, como le conviene la pandemia y la alteración obligada de todo. Gran Bretaña decidió esta semana quién es el presidente de Venezuela. Y le dará el oro venezolano a Guaidó. Esta gente no necesita fuerza de trabajo. No tiene la menor noción de pertenencia a una nación, si hasta le eligen presidente a otra. El supremacismo y sus hordas salvajes son apenas sus fuerzas de choque, y una base enclenque para elaborar algún relato que justifique masacres.
Debería evitarse la subestimación de la negación y el instinto asesino. Ha habido Nerones en todos los tiempos. En el pico de la pandemia, este miércoles Perú levantó todas las restricciones. En Brasil hay más de 60.000 muertos. Y Bolsonaro hace exorcismos. En Bolivia los muertos quedan tirados en la calle, y Añez reza. Y así y todo, hay grupos de odiadores bizarros que siguen hablando de la defensa de la democracia.
Los ataques serán de alto voltaje. ¿O puede haber un voltaje más alto que el que retuiteó Trump? Tiren. Le seguirán los otros, en otras latitudes, una puede ser ésta, que en el poder o igual de acorralados, son sus malas copias, sus desenfrenados imitadores de machazo “tiren”, los que invisten el arma de guerra de virilidad, los que son capaces de todo lo soez para preservar propiedades privadas cuyo origen no fue producto del esfuerzo que pregonan sino de la estafa.
Muy lejos de todo ese mosaico humano, muy, muy lejos, en el otro extremo de la condición humana, está la gente cuya única propiedad privada debería al menos ser su propio cuerpo, su propia vida, y sin embargo son expropiados desde hace siglos de los que les pertenece por ser humanos y estar vivos.
La maestra rural santafesina Alicia de la Fuente escribió esta semana una crónica que publiqué en mi portal, en la que anida ese pequeño universo del esfuerzo real, plagado de niños y púberes que en medio de esta pandemia y de este festival de desequilibrio intentan por todos los medios posibles quedarse adentro del mundo. Una de estas mañanas Alicia, que se había dormido muy tarde sin dejar un solo mensaje sin leer, se despertó a las cinco y media y vio un mensaje nuevo. Lo leyó. Decía: “Hola Profe, soy Ricardo. Te mando la foto de las tareas que hice anoche. Recién terminé el tambo. Espero que puedas verlas bien. En la pregunta dos tengo una duda: ¿El cuadro comparativo tenemos que hacerlo con cuatro o con cinco ejemplos?”
Que esta pelea la ganen estos chicos y todos los que se les parecen en el mundo. Por una vez, que la ganen ellos.