Soledad Outes tiene 60 años y recuerda mucho a su padre, Pablo Outes con quien compartió su infancia y parte de su adolescencia. Ya detenido, Soledad solía visitarlo todas las semanas y a pesar del contacto frecuente, él le enviaba cartas que aún conserva y suele leer con frecuencia.
Actualmente vive en España junto a su hermana Rosario, con quienes se fueron en un exilio forzado a fines del 76. Allí tuvo dos hijos, estudió magisterio y filología. A días de cumplirse 44 años de la Masacre de Palomitas, hecho en el que junto a otros diez detenidos políticos fue asesinado su padre, recuerda el vínculo y todo lo que su detención y fusilamiento desencadenó en su vida.
-¿Cómo era Pablo? ¿Qué cosas les gustaba hacer?
-Mi papá era muy moderno, muy adelantado a su época, creía en un mundo mejor donde la justicia reinaría y las personas serían respetadas. Nos educó libres de pensamiento en una familia más bien tradicional y aunque todavía no se había inventado el feminismo nos formó como mujeres independientes, responsables y libres. Nos animaba a cuidar nuestra salud y hacer deporte aunque en nuestro colegio las chicas no teníamos clases de educación física.
Tenía valores morales muy acendrados pero no nos fomentaba la religiosidad tradicional; de hecho, estuvo excomulgado porque como diputado promovió la enseñanza laica hace más de sesenta años. En esas épocas yo lo veía todo muy normal pero con los años me di cuenta que no era tan normal que te enseñaran a boxear con siete años; a adiestrar perros, con ocho o a manejar y cambiar ruedas de auto, con doce.
-¿Dónde militaba?
-Nunca me dijo nada sobre siglas y partidos, a veces hablaba de personas a las que respetaba y con las que compartía ideas, y alguna vez nos habló de compañeros desaparecidos o asesinados pero nunca de partidos, de bandos o de siglas.
Solamente le escuché hablar de derechos, de la necesidad de justicia y de mejorar el mundo. Se lo llevaron preso una madrugada de noviembre del 1974 cuando yo tenía 15 años y mi hermana Rosario, 13; demasiado chicas para saber en qué partido militaba. Pensá que a mi papá lo meten preso durante el gobierno de la peronista Estelita Martínez de Perón en el mismo mes que intervienen la provincia de Salta gobernada por el peronista Ragone. En julio de 1976 lo matan los milicos que habían tomado el poder en marzo del 76.
Un par de meses antes del golpe militar mi papá se había entregado a un amigo de la familia, el juez Ricardo "Dicky" Lona porque pensaba que al desaparecer el peronista López Rega de la escena política se habría acabado la persecución contra él y en vez de recibir justicia lo asesinan en Palomitas sin haberlo acusado nunca de nada. Difícil de entender ahora que tengo 60 años, imposible a esa edad.
Estoy convencida de que lo mataron porque era ideológicamente peligroso, no porque perteneciera a un partido. Era un hombre de buena familia, con estudios, con influencias, que había sido el diputado más joven de Argentina cuando tenía 29 años y nunca usó esto para otra cosa que no sea luchar por un mundo más justo. Por eso lo odiaban y por eso lo mataron.
-¿Qué es lo que más extrañás de tu papá?
-Hay personas que desaparecen de tu vida y ni siquiera te das cuenta de que se fueron, o lo sentís mucho al principio, pero el tiempo va mitigando esa pena, pero con mi viejo es diferente, yo lo extraño porque sé que si él no hubiera muerto mi vida sería muy diferente. También estoy convencida de que la vida de su familia entera hubiera sido muy distinta. Y me atrevería a decir que incluso la vida del país. Personas como él son los imprescindibles como nos dice Bertolt Brecht y nos recuerda Silvio Rodríguez:
Hay hombres que luchan un día y son buenos./ Hay otros que luchan un año y son mejores./ Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos./ Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
-¿Qué es lo que más te marcó de él?
-Su sentido profundo de la justicia y su simpatía, tomando esta palabra en su sentido etimológico de “comunidad de sentimientos” porque tenía una verdadera y auténtica solidaridad con todos los que lo rodeaban.
Nada le resultaba indiferente y era compasivo hasta con los animales. Y creo que tenía cualidades difíciles de encontrar y que para mí son hermosas: mi padre era un hombre valiente y de una elegancia interior muy difícil de definir, justamente por lo infrecuente. Tras perderlo, pasaron muchos años de sufrimientos y alienación viviendo en el exilio hasta que gracias a la Justicia argentina pude recuperarme y volver a ponerme de pie como un ser humano íntegro. Aunque aún queda mucho por hacer y todavía hay juicios de lesa humanidad pendientes que deben celebrarse, siento que he recuperado mi dignidad y mi confianza en la justicia y eso me ha ayudado a recuperar la memoria de mi papá.
-¿Te acordás la última vez que lo viste?
-Cada jueves mi hermana y yo salíamos corriendo del colegio para ir a la cárcel a visitarlo llevándole comida, ropa limpia, papel, sobres y estampillas y habiendo leído todos los diarios de memoria porque teníamos que contarle todas las noticias. Los diarios, las radios y hasta los libros estaban prohibidos a los presos políticos. Aunque las circunstancias eran tremendas nosotros siempre teníamos un ritual que cumplíamos infaliblemente, charlábamos sobre todos los acontecimientos de la semana, nuestros estudios, el deporte, sobre la familia, cada detalle de nuestras vidas le importaba y le encantaba firmar nuestros boletines de notas, especialmente los de mi hermana Rosario que siempre fue muy estudiosa. Aún me acuerdo de su cara de satisfacción con tantos dieces.
También compartíamos los mates, la comida; en realidad se compartía todo con los demás presos y sus familias porque había una gran unión entre ellos y algunos eran de otras provincias y no recibían visitas así que teníamos que apoyarnos. Dentro del pabellón las visitas transcurrían con alegría, no había tristezas ni angustias y nos cuidábamos de animarnos y hablar de un futuro mejor en el que volveríamos a estar juntos.
Al salir la cosa era distinta, en la puerta nos juntábamos con otros familiares y salían todas las preocupaciones, los miedos, las angustias. La última vez que lo vi se quedó grabada en mi retina, con su ropa sencilla, su postura de ex boxeador medio en guardia siempre, su sonrisa perenne, sus mirada directa y clara, su mano diciendo adiós desde detrás de las rejas…
Sí, lo recuerdo como si fuera hoy igual que recuerdo sus recomendaciones para que sea una mujer fuerte, independiente y comprometida. Ese espíritu me mantuvo para sobrevivir hasta hoy, tras tanta tragedia y abandono. Y sobrevivir con alegría, con ganas de reivindicarlo, y no tanto por mí ni por mi hermana, sino porque al recordarlo creo que recuperamos para todos como sociedad los valores que él tenía y por los que murió.
-¿Tenes algún recuerdo latente?
-No. Aunque a veces me persigue una pesadilla y me imagino la noche del 6 de julio, me angustia pensar qué pensamientos cruzaron sus mentes mientras los trasladaban, qué sintieron durante esos sesenta kilómetros, si tuvieron una mano amiga que los confortara.
Pero rápido alejo esos pensamientos y me tranquilizo pensando que todos los que fueron masacrados esa noche eran hombres y mujeres de un gran corazón y de una enorme valentía que eran culpables solamente de soñar una Argentina más justa. Daría cualquier cosa por haberlo acompañado a morir igual que él me acompañó a vivir. Y la pesadilla vuelve…
-¿Qué sentiste cuando lo llevaron detenido?
-Una madrugada de noviembre de 1974, unos hombres armados se llevaron a mi papá de la casa en la que vivíamos en la calle Mitre sin decirnos adónde se lo llevaban ni mostrarnos ningún documento oficial. Mi abuela Mona, mi hermana Rosario y yo nos quedamos paralizadas por el miedo. En realidad la tragedia había empezado mucho antes porque en junio de 1972 habían asesinado a mi tío Enrique Outes en un apuñalamiento en el que mi papá quedó malherido y que él siempre atribuyó al comisario Guil y a sus secuaces que ya estaban gestando la triple AAA en Salta. Esa tragedia que destrozó a toda la familia fue el inicio de una pesadilla que duró muchos años y durante los cuales se sucedieron en Salta y en toda Argentina los asesinatos, las desapariciones y las torturas.
Todavía se me ponen los pelos de punta cuando recuerdo esa época en la que la vida humana no valía nada ni se respetaba la ley. Mi hermana y yo éramos como hojas arrastradas por el viento y con nuestros 13 y 11 años asimilábamos como podíamos hechos que incluso hoy, 47 después, me resultan incomprensibles. La Triple AAA publicaba listas de personas que pensaban ajusticiar (sic), ametrallaron y dinamitaron al periodista Jaime en febrero de 1975 por denunciar que torturaron hasta la muerte a Eduardo Fronda en la propia sede de la Policía a cuatro cuadras de mi casa. Imaginate cómo te podés sentir a los trece o catorce años si escuchás que han asesinado a Risso Patrón, un ex legislador y vicepresidente de la Cámara de Diputados de Salta en la época del gobierno de Ragone, igual que asesinaron a Rubén Fortuny, que había sido Jefe de Policía en ese mismo gobierno.
En una provincia donde mataron al ex gobernador Miguel Ragone en la puerta de su casa nadie podía estar seguro y mucho menos dos chicas que a duras penas entendían lo que pasaba a su alrededor. En Salta el terror reinaba y por cada muerto que aparecía se incrementaba el miedo y el silencio y se escuchaba esas frases tan horribles de “por algo será” o “vos no te metás”. Por mi propia experiencia entiendo perfectamente lo que pasó en la Alemania nazi y por qué asesinaron vilmente a millones de judíos mientras nadie veía nada, nadie sabía nada, nadie denunciaba. Y por mi propia experiencia creo que hay que defender a la justicia hasta nuestra última gota de sangre.
Las leyes no están para defenderme a mí, para que yo tenga un trato justo; las leyes están para defender a los asesinos de mi papá, para que tengan abogados, para que no les torturen, para que no les falte ni un pucho. Esa es la verdadera justicia, la que nos ampara a todos, la que impide que te saquen de tu casa una noche sin garantías, sin saber si vas a volver a ver a tus hijos o a tu madre, la que evita que te ametrallen mientras estás arrodillado y esposado sin juicio ni acusación. La noche que se lo llevaron fue un acto más en la tragedia que culminó en la Masacre de Palomitas y que gracias a la justicia y al esfuerzo de muchas personas valientes, quedará como una lección que todos debemos aprender y que nunca se repetirá.
-¿Cómo fue tu vida después?
-Cuando mataron a mi papá pensé que era lo peor que me podía pasar, pero desgraciadamente ha habido cosas peores, sufrimientos tremendos, abusos de todo tipo y un larguísimo camino hasta que por fin pude rehacerme, recuperar mi integridad moral y anímica y volver a sentirme fuerte. ¿Te imaginás todo lo que les puede pasar a dos chicas de dieciocho y dieciséis años que se quedan solas en un país extranjero? ¿Que son huérfanas, pobres y sudacas? ¿Lejos de sus raíces, de su familia, de sus amistades?
Mi hermana y yo fuimos todo la una para la otra, nos ayudamos y confortamos como pudimos y ahora todavía tenemos fuerzas para reírnos cuando tenemos algún problema. Todo nos parece relativo y siempre nos repetimos: “Ánimo, lo extraño es que estés viva, pará de quejarte y seguí”. Después de vaciarle la cuenta del banco a su segundo marido, nuestra madre regresó a Salta y nos dejó a cargo de un tal Rolo Fortuny que nos hizo sufrir tanto que muchas veces hemos pensado que era una suerte que nuestro papá estuviera muerto porque se hubiera vuelto a morir de pena. Y esto fue solamente el comienzo. Luego vinieron otros abusos como el que reflejó la página de HIJOS en la que se nos acusaba de haberle iniciado un juicio a la compañera de nuestro padre, Sara Ricardone. Más de diez años estuvo colgada esa falacia hasta que conseguimos desmentirla, demostrando que nuestra madre había abusado de nuestra confianza, usando un poder que en nuestra inocencia le habíamos otorgado para que gestionara nuestros bienes. Nuestra soledad y abandono llegó al extremo de nunca recibir una indemnización por el asesinato de nuestro papá, ni siquiera conseguimos cobrar una mínima pensión de orfandad. Han tenido que pasar más de cuarenta años para que viéramos cómo se hacía justicia por la Masacre de Palomitas, cómo el infame ex juez Lona recibía parte de su castigo por abandonar a tantísimas personas que buscaban amparo en la justicia que él representaba sin recibir nada más que torturas, abandono y amenazas.
Por suerte, y aunque parezca increíble, conseguimos salir adelante completamente solas, tener nuestras propias familias, estudiar y trabajar, y estoy convencida de que llegamos a ser las mujeres que nuestro papá quería que fuéramos. Nos faltó el apoyo de nuestro papá, mi abuela perdió la razón y mis tías se quedaron enfermas y desoladas, pero hubo personas buenas que nos apoyaron y nos ayudaron, y cuando más lo necesitábamos llegaron nuestros hijes que fueron nuestras anclas, nuestros salvavidas. Siempre pienso que en lugar de llevar yo a mis hijitos fueron ellos los que me llevaron de la mano y me salvaron.
-Hablando de tus hijos, ¿les darías algunas palabras a los jóvenes de ahora?
-A los jóvenes argentinos, chilenos, gambianos, neozelandeses o croatas, a los jóvenes del mundo entero les deseo lo mismo que deseo para mis hijos, lo mismo que mi papá deseaba para todos los chicos: un mundo mejor más justo donde puedan desarrollar todas sus potencialidades en libertad. Y que si alguna vez necesitan justicia, que la reciban, que nunca más los chicos tengan que vivir en una Argentina que encarcelaba a sus hombres y mujeres sin ninguna acusación formal, donde se asesinaba a la gente sin un juicio justo, donde se basureaban los derechos humanos y las leyes más elementales, donde reinaban el terror y el silencio cómplice.
-¿Volverías a vivir a Salta?
-Sí, en Salta y en Argentina están mis raíces. Ahora mi hermana Rosario y yo estamos tramitando ante el Gobierno que se nos considere exiliadas y así terminar este período tan doloroso y poder cerrar heridas y reconciliarnos con el pasado.