Compatriotas, compatriotes y compatriotos; faseúnicos y faseúnicas de mi Amba; deudoreternes; compañeuróticos; fóbiques, histériques y obsesives de la Patria Grande: todos ustedas y todas ustedos están aquí, aunque cada une esté en su propie “aquí”. “La patria es el otro, a un metro y medio”, sería la consigna de la hora.

Estamos un tanto hartos y bastante neuróticos, en medio de tanta soledad multitudinaria, de tanta séptima temporada de una serie donde los protagonistas se sientan a esperar un elixir milagroso mientras un virus invisible enloquece a una parte de ellos haciéndoles creer que no existe.

Pero la neurosis se puede curar y es, además, un signo inevitable (aunque no el más bonito) de que uno está vivo. Dicho mal y pronto: la cuarentena nos angustia, pero el virus nos puede hacer cosas mucho peores, como personas singulares y como sociedad.

Sorprendentemente, en esta realidad surrealista que nos circunda, nos circunscribe y nos circuncida, hemos notado, en estos últimos tiempos, cierta alteración en los usos y costumbres de nuestra ciudadaníe, tanto en los actos concretos y secretos como en los deseos compulsivos, impulsivos y repulsivos, depende del día.

Para ser claros, y también oscuros –porque no se trata de discriminar a nadia–, hagamos una breve lista:

* Notamos, en cierto sector, un deseo irrefrenable de meter las narices en el currículum ajeno. Incluso, en el del vecino, o en el de su propio pariente. Con estos datos, arman una carpeta con la cual podrían obligarlo a hacer el asadito del domingo, tirarles unos mangos (donde el concepto de “unos" abarca desde los 500 hasta los 500… millones… de dólares), o dejarlo en libertad, aunque las pruebas en su contra sean abrumadoras, o meterlo en cana sin prueba alguna, depende del día. Todes sabemos que ahora esas cosas no se pueden hacer, que hay que quedarse en casa... ¡Nada de ir a meter filmadoras, micrófonos, drones, o mecanismos tecnológicos de los que ni el nombre sabemos, en el prójimo!

* Hay una extraña epidemia, para la que los infectopsiquiatras no han encontrado aún la vacuna, de “delirium inmadurum”: un par de miles de ciudadanos quieren volver de Venezuela sin haber ido. Pedimos, entonces, a quien sufra alguno de estos síntomas: 1) odio hacia los humildes, 2) soberbia extrema, 3) meritocracia repentina o 4) clase alta aspiracional, que se aísle rápido, para no contagiar a sus vecinos y colapsar así nuestro sistema de salud mental, que ya viene flojito tras cuatro años de fiebre amarillosa.

* Otra cosa extraña es la repentina necesidad de salir a la calle a defender intereses de quienes los oprimen, explotan o expolian, depende del día. Se trata de una hipertensión de origen mediático. Quien sufra de este mal, que se desprenda del 5 por ciento de su riqueza (como si la tuviera), y se le van todos los síntomas.

* También está el que sufre de libertaritis anacrónica: necesita sentirse libre, pero no puede hacerlo en su propia casa. Y reclama, además, su derecho a enfermarse. Le reconocemos ese derecho, ya que tanto lo inquietaría no tenerlo, pero sigue sin tener derecho a contagiar a los demás. Por lo cual, si desea enfermarse, lo va a tener que hacer dentro de su casa, y aislado.

* Finalmente, los y las que se quejan del “mínimo no ponible” o sea, protestan por un deseo sexual poco o nada satisfecho, depende del día. En los más de 200 años de historia argentina, nunca nadie le había reclamado al gobierno una asignación universal por sexo.

Y no falta quien, si le piden que “done plasma”, crea que le van a expropiar el televisor. O quien se desespere por 100 días de cuarentena, y se haya bancado con una sonrisa sardónica los cuatro años de maurificio. Absurdo, como que haya una aplicación que nos permita vernos más jóvenes, o más viejos, o de otro sexo, pero no hay ninguna que nos haga ver menos pobres, menos garcas, menos egoístas, características que deberían ser más fáciles de modificar que la edad o la biología.

Los anticuarentulos y los libertinéiyers siguen con sus reclamos lilitacarriólicos (“que no seamos Venezuela”, “que los dueños de las grandes empresas puedan pedir plata y no devolverla”, “que el virus corra más despacito que nosotros"). Algún pseudosabiondo quiere aplicar la teoría "del rebaño", un rebaño que cada vez se parece más a una jauría o, mejor, a una piara.

Mientras tanto, aquí estamos, en esta columna, que, a diferencia de la bombilla, se puede compartir.

Sugerimos acompañar esta nota con el video “El desesperado”, cumbia flamenca sobre “la libido en tiempos de cuarentena”, escrita, interpretada y escenificada por RS Positivo (Rudy-Ale Sanz). Se puede ver en el canal de YouTube de los autores, al que, por supuesto, podrá usted, si gusta, suscribirse:

Hasta la que viene.