Desde Río de Janeiro.El pasado viernes el ultraderechista Jair Bolsonaro (foto) anunció, por medio de parlamentares que giran a su alrededor, que invitó al actual secretario de Educación de la provincia de Paraná, Renato Feder, a ser ministro. El mismo Feder confirmó que aceptó la invitación. Lo que ninguno de los dos dijo es cuándo la invitación será formalizada y Feder asumirá el ministerio.
Hubo una reacción inmediata y negativa de parte de evangélicos, militares incrustados en el gobierno, la llamada "ala ideológica" del gobierno y los tres hijos presidenciales que actúan en política. Tanto los "ideólogos" como los hijos son seguidores de Olavo de Carvalho, el astrólogo que se autonombró "filósofo", una figura bizarra que ejerce el rol de gurú del clan presidencial y tiene influencia directa sobre varios ministerios.
Asesores de Bolsonaro filtraron a la prensa, debidamente autorizados por el ultraderechista, que el presidente "se tomará el tiempo que sea necesario" para confirmar el nombramiento de Feder. O sea, tratará de evaluar las repercusiones antes de indicar el cuarto ministro de una cartera que, por tradición, es una de las más importantes de cualquier gobierno.
Es decir: de cualquiera de los gobiernos de la historia, excepto el suyo. El primer ministro indicado por el astrólogo fue Ricardo Vélez Rodríguez, un colombiano ultraconservador cuya única (y fallida) iniciativa fue determinar que se filmara a los alumnos de las escuelas públicas mientras cantaban el himno nacional. Luego de tres meses fue catapultado del sillón ministerial y sucedido por Abraham Weintraub, otro seguidor del astrólogo, una aberración que comete errores de concordancia verbal cuando habla y de ortografía cuando escribe. Fulminado bajo la mirada de los integrantes del Supremo Tribunal Federal, huyó a Miami, en quizá el único caso de la historia de alguien que se exilia con la protección del gobierno. El substituto siquiera llegó a ocupar el sillón: dueño de un currículum tan impresionante como falso, Carlos Decotelli renunció antes de asumir.
Renato Feder tiene 41 años, una carrera oscura en el magisterio provincial pero exitosa en el campo empresarial, y hace algunos años defendió una tesis muy al gusto del clan presidencial: la extinción del ministerio de Educación y de la enseñanza pública en todos los niveles. Ahora dice que cambió de idea, y que está abierto al diálogo. Con quién, no aclaró.
Esa secuencia de absurdos no hace más que reflejar de manera límpida la falta absoluta de noción de parte de Bolsonaro. Y abre ventanales para que se confirme que Brasil se transformó, bajo una pandemia devastadora de vidas, en un inmenso buque sin rumbo ni timonel.
Los militares impregnados en el gobierno – se calcula que esparcidos por ministerios y estatales alcanzan la cifra de 2.900, algo que no se veía desde la dictadura (1964-1985) – empiezan a dar señales, todavía tenues pero visibles, de preocupación por el desgaste sufrido por la imagen de las Fuerzas Armadas al integrar el peor gobierno de la historia de la República. Al mismo tiempo, intentan hacer creíble la supuesta tutela que pasaron a ejercer sobre Bolsonaro, una figura clara y palpable de desequilibrio emocional (por decir lo mínimo).
Ocurre que el desgaste crece, la eventual tutela tiene efecto muy limitado, y el país sigue devastado en todos los aspectos, de las artes y la cultura al medioambiente, del patrimonio público a la educación, de la imagen externa a la salud.
De no ser por el aislamiento social como medida de protección frente al avance brutal de la covid-19, las calles brasileñas ya estarían repletas de manifestaciones pidiendo la inmediata destitución del presidente psicópata y genocida. Y de no ser por la iniciativa de Bolsonaro de literalmente comprar a los diputados del llamado "centrazo", que reúne pequeños partidos de derecha y extrema derecha ávidos de puestos y presupuestos más allá de cualquier ideología, seguramente el presidente de la Cámara, el derechista Rodrigo Maia (adversario del presidente y sus hijos), ya habría sacado de su cajón uno de los casi 40 pedidos de apertura de juicio de destitución.
Hay dos peligros, sin embargo, sobrevolando la cabeza presidencial y quitándole el sueño: las causas judiciales que avanzan sobre Flavio, su hijo senador, y sobre Carlos, su hijo concejal en Rio de Janeiro. El mismo presidente y su vice, el muy reaccionario general retirado Humberto Mourão, están bajo la lupa del Tribunal Superior Electoral, que investiga donaciones ilegales en la campaña que los llevó a la victoria en 2018. No se sabe, por supuesto, cuál será el resultado de las causas que tramitan en el TSE, pero abrir una investigación ya es una forma concreta de presionar al palacio presidencial.
Se prevé para este martes la convocatoria de Flavio Bolsonaro y su mujer para un interrogatorio en la Policía Federal. Podrá ser el principio de su fin como senador nacional. Y el papá presidente lo sabe.