En algunos programas de claro corte kirchnerista se han criticado –con dolor o con bronca o desesperanza- algunas frases o hechos del presidente Fernández. Descartamos por livianas, tontas o intrascendentes las frases de algún inevitablemente envejecido y devaluado ensayista que tuvo su mejor momento allá por la década del ’60, nos referimos al reaparecido Sebreli exclamando alarmado que “la democracia está en peligro porque gobierna Cristina Kirchner”. Esta pavada había dejado de decirse desde que se vio la capacidad de Alberto F. para hacer la campaña electoral y luego encarar la lucha contra la pandemia. Pero el odio hacia Cristina (el odio en general) sigue intacto y siempre conviene agitar el cuco de la Cristina autoritaria y estatista. No, lo que habría que revisar es el desencanto que se adueña de algunos periodistas que esperan el cumplimiento de ciertas cuestiones que prometió Alberto F. durante la campaña y sobre todo en su discurso de asunción. ¿Qué les pasa? ¿Olvidaron que Alberto es peronista? ¿Olvidaron que Perón decía que en política hay que tragarse un sapo todos los días? En enero del ’73 Perón declaró al diario Mayoría que “esto lo arregla la juventud o no lo arregla nadie”. El 21 de junio de ese mismo año dijo “los viejos peronistas debemos volver a la conducción de nuestro movimiento”. Y también “la juventud está cuestionada”. Durante los años de enfrentamiento al régimen militar lanzó tres consignas que estaban dirigidas a los jóvenes militantes: socialismo nacional, actualización doctrinaria, trasvasamiento generacional. El 21 de junio (al día siguiente de la matanza de Ezeiza) dijo “no hay nuevas banderías que califiquen a nuestro movimiento, somos lo que las veinte verdades peronistas dicen”. Desconcertados, los jóvenes empezaron a revolver papeles viejos tratando de averiguar qué diablos eran “las veinte verdades peronistas”. Una de ellas decía: “el peronismo es un movimiento humanista y cristiano”. Caramba, ¿y el socialismo nacional y la actualización doctrinaria? Al olvido con ellos. Ahora eran malas palabras. Se vivía, decía el conductor, la “etapa dogmática del movimiento”. Si antes había dicho “al amigo todo, al enemigo ni justicia” ahora decía “para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”. Y también: “todo en su medida y armoniosamente”. Eran los tiempos de la “reconstrucción nacional” y de la “primacía del tiempo sobre la sangre”. En el acto de Atlanta del mes siguiente los jóvenes militantes lanzaron un cántico socarrón y tristemente irónico: “No somos troscos, no somos comunistas, somos cristianos, cristianos y humanistas”. En el mismo acto de Atlanta, un sector de la tribuna empezó a vocear: “Rucci traidor, a vos te va a pasar, lo que le pasó a Vandor”. Y le pasó. Le pasó apenas después de que Perón ganara las elecciones con el 62 por ciento de los votos. Fue una locura. Un claro asesinato clandestino porque se hizo en democracia. En democracia no puede ni debe haber violencia. Esto se decía durante esos días. Pero cuando la tribuna belicosa pidió la muerte de Rucci estaba hablando Mario Firmenich (nefasto conductor de Montoneros que había heredado la conducción de Fernando Abal Medina y del más capaz de todos: el Negro Sabino Navarro, ultimado en Córdoba) y Firmenich respondió con una frase fatal: “En eso estamos”. La tribuna belicosa estalló en vítores y aplausos. Otros jóvenes no. La JP de superficie ya no quería la violencia, un mal inevitable durante los dieciocho años de proscripción del peronismo. (Desarrollamos esta ardua temática en el tomo II de “Peronismo, filosofía política de una persistencia argentina”, de cuyas más de ochocientas páginas quinientas están dedicadas al año ’73).
En su libro Conducción política, Perón decía “a algunos les quiero dar una patada y les tengo que dar un abrazo”. O “en política hay que ceder el cincuenta por ciento siempre que uno se quede con el cincuenta por ciento más importante”. Se comprende que Alberto F. irrite cuando sus intenciones de “unidad nacional” lo llevan a decirle “Héctor” a Magnetto o “Marcelo” a Mindlin y hasta “Horacio” a Larreta. Encima, a Mindlin le regaló elogios indebidos para quien dejó sin luz al país y se enriqueció con los tarifazos de Macri. ¿Era necesario? Pero también Alberto dio un portazo en el Mercosur cuando vio a la antidemocrática presidenta de facto de Bolivia, Jeanine Añez. Macri había negado que la insurgencia contra Evo Morales fuera un golpe. No se trata de comparar a uno con otro porque el 48 por ciento que votó a Alberto F. lo votó para que fuera distinto de Macri. De aquí que no fue agradable ver que le diera una afectuosa palmadita en el cuello el día en que asumió. ¿Hasta dónde llega la negociación? ¿Es posible la unidad nacional? ¿Es posible unir a Magnetto o Mindlin con Juan Grabois, hijo de Roberto, fundador del Frente Estudiantil Nacional? Además ¿tiene la derecha argentina ganas de unirse al kirchnerismo, que encabeza la vicepresidenta de la República? Ni por asomo. El odio sigue ardiendo y crece sin cesar. La “unidad” se quebró no bien Macri puso a Bullrich como presidenta del Pro. Vivimos días sombríos. Nadie pensaba que esto iba a ser fácil, pero no tan difícil. La oposición a Alberto F. es tenaz, violenta. Ya largaron un video anónimo en que un hombre del llamado “campo” alienta a todos los ruralistas a buscar sus armas y hacer fuego contra la cabeza de “las bandas kirchneristas”. (Habría que ubicar a ese “anónimo” y hacerle un juicio por incitación a la violencia.) El periodismo vociferante y guerrero sigue haciendo daño y buscando crear el “sentido común”, tarea que conoce muy bien. Fue asesinado un ex secretario de Cristina que –por medio del mentiroso “arrepentimiento”- la había denunciado. Ahí nace un nuevo caso Nisman. Reapareció una de las figuras más agresivas de Cambiemos a agrandar la cuestión, Mariana Zuvic. La pandemia no afloja y los ultraderechistas antipandemia ya encuentran eco en una ciudadanía harta del encierro. Si en noviembre reeligen a Trump todo será peor. Aguante Alberto.