Ya es tendencia y ahora le tocó a una de las últimas casonas que pueden calificarse de mansión de esta maltratada ciudad. La residencia de los Aberg Cobo, en Las Heras 1700, fue por muchos años un salón de eventos que parecía resumir la decadencia de la arquitectura y de la cultura argentina en general. Si el evento no era masivo, los invitados pasaban la velada en salones de una delicadeza notable a los que llegaban por una recepción que hasta preservaba mobiliarios envidiables. Los salones están en el piano nobile de la casona, el primer piso, lo que implicaba el placer de subir por una escalinata realmente bien pensada y mejor construida. Todo respiraba aplomo, elegancia y una mano segura en el diseño.

Pero el invitado curioso podía notar que la casona había sido ampliada a costa de los patios y jardines, y que la ampliación era de un setentismo imperdonable, una argentinada de la decadencia. Todo era viguería de hormigón, vidrios con marcos de chapita doblada, cemento peinado o revestimientos en oferta. El contraste entre la mansión en si y su ampliación repetía el de la cuadra de Las Heras, donde se mezclan torres de una grosería irredimible con dos de las mejores fachadas porteñas de las épocas nobles.

Pues ahora el daño se pone irreversible, porque alguien cocinó el negocio de hacer que la casa Aberg Cobo “realice su potencial” y se vaya para arriba. Como está catalogada no la pueden demoler y listo, con lo que le van a hacer una torre encima, y una de la peor calaña. Uno ya se acostumbró a que lo único que parece enseñar la FADU es a buscar el contraste y que cada arquitecto piensa que sobre todo “tiene que dejar su marca”. Pero ¿un curtain wall? ¿vidrio y metal por encima de la fachada de piedra París? La falta de mérito del diseño nuevo es gritante e irritante, y no se entiende por qué le tienen que poner algo tan feo y mediocre a un edificio notable de Buenos Aires. Una verdadera vergüenza para todos los involucrados.