A mi hermano Hugo y a mis primos Bube y Jorge, que me acompañaron al primer concierto de Louis Armstrong en Buenos Aires.
Cuando vi la foto de Roger Floyd, ahogado hasta morir por la rodilla en su garganta de un policía yanqui, fui enseguida a mirar, para calmar mi indignación, el retrato de Louis Armstrong que tengo enmarcado en una pared de mi casa. Se lo ve con un cigarrilllo en la mano, una camisa blanca y luciendo en su cuello una cadena donde se destaca la estrella de David. El primer poema que hice en mi vida a los doce años, con una letra temblorosa y una pluma de tinta con la punta quebrada, le estaba dedicado y guardo todavía sus primeras líneas en mi memoria. Decía algo así como: “Rampart vive. Todas las calles de New Orleans sufren y habla el Congo-Square y bailan los negros, está naciendo el jazz”. Satchmo era y es mi gran ídolo y el 6 de julio se conmemora un aniversario más de su muerte en 1971 porque nunca quedaron claros para sus biógrafos el día y año de su nacimiento a fines del siglo XIX o principios del XX.
Su música, su trompeta, su voz ronca, y las primeras lecturas sobre su historia habían penetrado en mí de tal manera que me hicieron comprender las injusticias del mundo y de qué lado debería estar en batallas futuras. También me hizo ver la existencia de dos Norteámericas, la del odioso racismo y la que generó la mayor parte de la música contemporánea. Nieto de esclavos, Satchmo había nacido en uno de los barrios más pobres y peligrosos de la ciudad, muy cerca del Storyville negro, el distrito de las luces rojas, los salones de bailes y los prostíbulos. Abandonado por su padre y con su madre trabajando como prostituta en Perdido Street, se largó de niño a sobrevivir cantando en las calles por unos centavos y escuchando la música que provenía de los bares, tabernas y lupanares por donde pasaba todos los días y abundaban las drogas, las peleas y los asesinatos. Uno de sus compiches era un chico blanco y de cabellos enrulados de nombre Morris Karnofskys, que lo llevó a su casa en la cual trabajó un tiempo, obtuvo el afecto que le faltó en su infancia y fue tratado como un hijo adoptivo. La Sra. Karnovskys le enseñaba canciones rusas y judías. Más tarde, cuando se convirtió en músico y compositor profesional, utilizó las melodías judías en composiciones como St. James Infirmary y Go Down Moses. También llegó a hablar Yddish con fluidez.
Los Karnovskys eran una familia de pobres inmigrantes de Lituania, que venían a poblar una norteamérica distinta, de gente que creía en la existencia de un pedazo de paraíso fuera de la terrible Europa de guerras, pogroms y muertes. Admirando su temprano talento musical le dieron a Louis el dinero para comprar su primera y modesta corneta en una casa de empeños. La estrella de David que Louis usó más tarde y exhibía en el retrato, e incluso en algún escenario, representaba un homenaje a ellos. Fueron sin saberlo uno de los primeros financistas de esa nueva música que iba a ganar el corazón de millones de personas en todo el mundo. En sus memorias, Louis apenas si los menciona pero dos años antes de morir escribió un relato sobre esa familia. Allí se mostraba sorprendido del hecho que otras comunidades blancas se creían superiores a los judíos y los discriminaban como a los negros. “Si no fuera por ellos –escribía-- muchos niños negros --como él-- se hubieran muerto de hambre. “Yo voy a amar al pueblo judío toda mi vida –continuaba--, “ellos me enseñaron cómo vivir”.
Louis Armstrong no inventó el jazz, que ya se había popularizado sobre la base de distintas variantes, el blues, el rag time, los bailes frenéticos del Congo Square y otros. Su origen primitivo lo aportaron los esclavos africanos que llegaron a Estados Unidos desde 1619, para trabajar sobre todo en las plantaciones de algodón del sur del país y la característica novedosa era su ritmo peculiar. Los tambores, palmadas, golpes de martillos o de hachas fueron lo primeros intrumentos que acompañaban los cantos. Luego la música europea les agregó los de viento y cuerda y el piano que terminarían por definirlo. Pero siempre la melodía era tocada en oposición al ritmo que la entrecortaba. A eso se lesumaba la improvisación sin seguir al pie de la letra una partitura y agregando variaciones.
Satchmo fue el que le dio la difusión que necesitaba en todo el país y luego en el mundo a través de sus Hot Five y sus Hot Seven, no en escenarios sino en discos grabados en un sello para hombres de color que batieron los records de venta en todo el país, igualmente entre los blancos. Las cinco docenas de títulos que grabó, dice uno de sus biógrafos, “es la colección de música improvisada más importante del siglo XX”. Su trompeta que tenía todos los tonos desde el más bajo al más agudo controlados magistralmente, transformó sus canciones en inmortales como el célebre West End Blues, y muchos más. También con su canto inventó el scat, cuando en una canción olvidó la letra y lo cubrió con sonidos vocales sin sentido como si estuviera tocando un instrumento. En cuanto se hizo famoso, en la década del ’30, Armstrong abandonó sus conjuntos primitivos de cinco a siete integrantes y lució como solista de grandes orquestas, pero también su música se comercializó incorporando canciones de moda populares y superficiales que lo llevaron al estrellato, aunque para muchos de sus fans significaron una verdadera decepción y su carrera comenzó a declinar. Sólo en 1947 retomó las pequeñas bandas y volvió a tocar mayormente su música primitiva, mucha de ella con niveles de excelencia aunque su trompeta no le respondía, no alcanzaba los agudos de antes y recurría mucho al canto. Tenía sus labios destrozados. Los críticos de jazz fueron injustos con él y le reprocharon en conjunto la mayoría de las canciones populares que le gustaban a la gente pero lo alejaban de los valores esenciales con los que revolucionó al mundo y de los músicos que tomaron el camino del be bop y la renovación, aunque Miles Davis lo admiraba y respetaba como su gran predecesor.
Al mismo tiempo se abrió otro frente en su contra. Louis hizo numerosas giras para el Departamento de Estado. Estuvo en la entonces Unión Soviética e incluso en nuestro país, y lo llegaron a llamar el embajador Satch. Todo esto mientras se levantaba la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y el racismo era contestado pacífica o violentamente por sus hermanos de color. Sus actuaciones comerciales, a veces payasescas en algunos films o espectáculos lo hicieron calificar como un nuevo Tio Tom, el negro bueno y obediente que los blancos necesitaban. Pero sus memorias y entrevistas donde tuvo muy encuenta las humillaciones personales que recibió desde su nacimiento, lo desmienten. Era muy consciente del problema racial: “Fui pionero en romper la línea de color en muchas regiones del sur”—dice--. Y agrega “No socializo con la mejor sociedad de perros después de un baile o un concierto. Incluso si estoy invitado no voy. Estas mismas personas van a la vuelta de la esquina y linchan a un negro”. Sus últimos escritos sobre los Karnovskys y sobre el lamentable grado de discriminación que existía en los Estados Unidos refirman su posición. Satchmo no apoyó públicamentea los movimientos antiracistas, pero la estrella de David colgada en su pecho era una clara señal de su compromiso político. Así como su música la batalla contra el racismo. No sólo fue un gran artista sino también un gran ser humano.