El miércoles pasado, Netflix dispuso en su plataforma Descubriendo a Anna Frank: historias paralelas: un documental con un título absolutamente descriptivo sobre sus pretensiones. Presentar el legado de la adolescente judía a una nueva generación y vincular su vida con la de un grupo de mujeres sobrevivientes al nazismo. Propósito noble y que se vale de múltiples capas audiovisuales en su hora y media de duración. En el centro está la joven cuyo diario personal fue publicado en más de setenta idiomas y es uno de los registros más patentes del humanismo y la barbarie del siglo XX. Sus escritos, estatus iconográfico, la relevancia de la palabra y el rol de la memoria, todo eso pasa por el filtro amplio de esta entrega dirigida por las italianas Sabina Fedeli y Ana Migotto.

En los primeros minutos la participación de Helen Mirren es absorbente. La actriz oficia de guía y lee algunos pasajes del diario personal de la holandesa en un cuarto que recrea aquel en el que estuvo escondida por más de dos años en su casa de Amsterdam. Ese componente genera una dimensión por momentos teatral y en otros (como cuando se expone la dimensión de su habitación y los afiches que la acompañaron durante el confinamiento) más íntima e inquietante. El relato pivotea entre una puesta en escena cuidada al extremo y lo más crudo de la historia.

“Veo cómo todo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta crueldad también acabará”, repasa la británica y conmueve por la contundencia de la frase y, claro está, por el propio destino de la holandesa y de su familia. La intérprete también desentraña algunas de las vivencias de la más pequeña de los Frank. Son apenas unos gestos con los que evoca su primer beso, enojos, razonamientos y los pesares de la adolescente. Es una decisión atrevida pero que se sostiene por el conocido oficio de Mirren.

Descubriendo a Anna Frank también apela a la reconstrucción con archivos visuales y la voz de investigadores que dotan al largometraje de un carácter más formal. Otro aspecto más que interesante –y sutil- es la referencia a la situación actual de los inmigrantes y el peligro por el resurgimiento de la extrema derecha en Europa. 

Sin embargo, el énfasis de llegar al público centennial se manifiesta en otro recurso. Son unos inserts con el viaje de una joven que busca conectar con la tragedia de la joven fallecida en un campo de concentración alemán. Katerina Kat (Martina Gatti) hace posteos en redes sociales, saca una foto a la lápida en Bergen Belsen y escribe frases como “Ana, ¿quién eras? Me gustaría conocer tu historia”. Su periplo la llevará por varios campos más hasta llegar la “achterhuis” (la casa de atrás) en la que Frank estuvo escondida de 1942 a 1944. La decisión es enfática –y ciertamente impostada- pero lo bastante protocolar como para no generar controversias. 

Es improbable –por no decir imposible- que las directoras de esta entrega no hayan estado al tanto de Eva Stories: la cuenta de Instagram que recrea los días finales de quien es considerada la “Ana Frank húngara”. ¿Y si Eva Heyman hubiese tenido acceso a redes sociales? Bajo esa premisa, aquel trabajo generó tantos elogios como discrepancias por su voluntad de generar conciencia sobre el Holocausto entre filtros y emojis.

Es por vía de “las historias paralelas” - tercer anclaje del largometraje- donde se palpa mayor carnadura, nervio y emotividad. Al ampliar el foco en estas otras mujeres que hoy rondan los 90 años, se logra darle más relevancia a la pérdida de Frank. “Mis hijos son mi revancha contra los nazis. Mis nietos y mis biznietos son mi última burla contra ellos”, dice la polaca Sarah Lichtsztejn-Montard a la cámara mientras hace pito catalán. “Los colores que veo si cierro los ojos son el blanco de la nieve y el blanco de los cadáveres, llamas que salen de las chimeneas, nieve, frío…”, recuerda la italiana Andra Bucci y se queda callada. Ella y su hermana se salvaron porque Josef Mengele pensó que ambas eran gemelas. 

Varias conocieron a otros personajes infames como Irma Grese, supervisora de prisioneros en la maquinaria alemana de exterminio. Hay dos que lograron publicar sus memorias. La crónica e ilustraciones de Helga Weiss sobre su paso por el campo de Terezin merecería otro documental. Dicho libro ha sido catalogado como “el más conmovedor sobre el Holocausto desde el de Ana Frank”. La única diferencia, claro está, es que la checa sobrevivió al nazismo. La otra sigue viva en la memoria.