El verdadero secreto del antiperonismo fue el odio hacia Eva Perón. Rodolfo Walsh le dio su gran forma literaria en el grandísimo relato "Esa Mujer". Más allá de los intereses políticos y económicos de las oligarquías dominantes, en la Argentina y por distintas razones, se cristalizó un odio hacia la presencia del cuerpo de lo femenino en la política, muy difícil de localizar en otras realidades geopolíticas. El odio hacia Eva se reconfigura en Cristina en una nueva mutación. Cristina es el hecho maldito del país tilingo, incluso de la tilinguería letrada.
A Cristina, se supo desde el comienzo de la gran andadura de Alberto, se la debía difamar, había que seguir buscándola, no dejar que se la olvide, otorgarle la presencia estructural de un Tabú. El secreto del tabú es siempre un enigma, en este caso su matriz fundamental es la siguiente: "esa mujer Cristina tiene un poder excesivo, inhumano, ilimitado, que opera desde una distancia incalculable sobre cualquier escena de la vida política argentina".
Como se puede apreciar la traducción del Tabú es siempre reveladora de un delirio, siempre se convoca a una realidad imposible, Cristina sería capaz de tramar la peor de las realidades, incluso estando ausente. Este uso difamatorio del nombre de Cristina, este funcionamiento de un Tabú que ha hecho que en definitiva Cristina sólo aparezca muy discretamente en su presencia política, habla muy mal de una corriente de opinión de la Argentina. Cristina es un tabú porque reúne en su cuerpo una gran autonomía intelectual, una femineidad afirmativa y no sumisa y la relación con un proyecto histórico siempre por venir.
Se puede argumentar que solo se trata de las operaciones políticas clásicas de la derecha contra una gran rival. Sin embargo hay una secuencia histórica en ese gran odio que logra reunir los nombres de Eva y Cristina. En Eva la pasión plebeya de un deseo enorme por la redención de lo popular. Pero en Cristina hay algo nuevo, haber sabido gobernar, haber sido una Presidenta comprometida con la justicia sin renunciar a un proyecto intelectual de lo político.
Hay muchos hombres, pero también mujeres, que necesitan imperiosamente destituir una figura semejante, porque si alguien así tiene un lugar en la realidad y la puede transformar son muchos y muchas l@s que deben someterse a una seria revisión de la propia existencia. No se trata sólo de los intereses populares que representa Cristina, cuestión fundamental, también es un asunto que atañe a lo más íntimo y singular de la existencia. ¿Hasta dónde una mujer puede irrumpir más allá de lo familiar y lo doméstico y no sólo asumir responsabilidades políticas sino mantener e insistir en un deseo de transformación de la misma?
En este punto no parece haber medias tintas: o se la admira sin condiciones o se la odia llegando a un extremo delirante. La grandeza de la Argentina es haber dado lugar a mujeres como Eva, Cristina, las Madres, las Abuelas, quienes más que mostrar lo que siempre se supo, que hay mujeres excepcionales, muestran que hay en cada una un camino hacia un lugar que ningún orden simbólico puede definir del todo. He aquí una clave del odio. La miseria argentina es el odio, antes de que toda grieta se produzca, a esta dimensión radicalmente creadora de lo femenino.