La escritura de Rosario Bléfari se parece a un viento que entra por la ventana de la literatura argentina y vuela los papeles con una frescura y una vitalidad inauditas. No se trata de patear el tablero y sus rígidas categorías, sino algo de un orden más modesto y demasiado íntimo; una curiosidad por la palabra y la música que en poemas en prosa, cuentos, entradas de diarios, apuntes de lecturas, anotaciones y tantas canciones revelan la extrañeza de la recién llegada que no quiere levantar el tono de voz ni imponerse como centro de atención. Tampoco era la intrusa que se equivocó de fiesta. Había o mejor dicho hay --porque lo escrito y las canciones siempre suenan y no tienen pretérito; son puro presente— la voz de una escritora que prefería posicionarse como una aficionada delicada en su profundidad para observar, registrar y auscultar lo cotidiano o un paisaje, siempre más cerca de la narración que de la poesía entendida como lírica empalagosa. “Oh caballo del tiempo, siento que todo está de golpe en el pasado. Es decir, no está en ninguna parte”, escribe en una de las entradas de Diario del dinero, su último libro que publicará la editorial Mansalva.
La autora de Poemas en prosa (2001, editado por Belleza y Felicidad), La música equivocada (2009, Mansalva) y Antes del río (2016, Mansalva) publicó dos libros de cuentos: Mis ejemplos (2016, en la editorial chilena Lecturas Ediciones) y Las reuniones (2018, Rosa Iceberg). Hay un poema de Arturo Carrera, “En una disco”, en la que además de ser ella la protagonista por excelencia se distingue una característica inolvidable de Rosario: “Se reía; se reía como a nadie nunca vi reír;/ su risa era de otro mundo,/ del oído de otro mundo.”. Algo de esa risa de otro mundo y sus “papelitos sin destino” emerge en las entradas de Diario del dinero, que empieza en los años 80 y llega hasta el presente, una especie de itinerario minucioso de viajes, lecturas, composiciones, reuniones familiares, ensayos y clases, donde la preocupación por el dinero es una de las constantes del trabajo y los días. “En relación con el hacer canciones, se me ocurre que el carácter cinematográfico de la canción también se manifiesta al elegir una escena de la vida, una observación, de aquellas que Juana Bignozzi consideraría sin campo mítico, una especie de “¿y con eso qué?”, y a través de la entonación –la melodía–, conseguir el estado de suspensión necesario para que se transforme en un momento palpitante. El señalamiento –ese recorte o encuadre–, la enunciación y la entonación, son los tres elementos primordiales para conseguirlo. Como la tríada fundamental en la teoría armónica”. Una de las misceláneas más bellas de Bléfari está en su próximo libro: “Respirar no es sentir, más bien es inventariar lo que falta”.