Muchxs psicólogxs en todo el país buscan formas novedosas de acompañar a las personas, sosteniendo cuando es posible atención a través de medios virtuales, poniendo el cuerpo en riesgo en instituciones públicas, barrios populares y hoteles donde las personas hacen su cuarentena, y tratando de dar espacio a las subjetividades con dispositivos novedosos y creativos, aún cuando la formación que recibieron en algunas facultades de psicología no les haya dado herramientas para ello.
Por eso apena la irresponsabilidad ciudadana, la pobreza conceptual y la intencionalidad política, con que una autoridad académica sale a cuestionar la cuarentena, justo cuando la pandemia muestra su peor cara en el AMBA.
Desde que una conocida periodista decidió situar a la angustia como una señal inequívoca de que existen problemas en la sociedad, algunos medios han creído encontrar terreno fértil en un campo que nunca les ha interesado demasiado: la salud mental.
El truco es sencillo: atribuir el esperable sufrimiento que genera una situación como la que vivimos, no a la pandemia sino a la cuarentena, es decir, no a la enfermedad sino al remedio con el que intentamos enfrentarla. Un pase de magia increíble.
Ahora nos venimos a enterar que el problema de la salud mental no es que falten equipos en el sistema público, espacios de internación para crisis en hospitales generales, servicios con anclaje territorial que sean accesibles a la población, o que hayamos perdido 4 años sin avances en la aplicación de la ley 26657 y que aún tengamos unos 41 manicomios en el sector público, en pleno siglo XXI, donde algunas personas mueren atacados por jaurías de perros. No, nada de eso. El problema para ellos es que en medio de una pandemia mundial inédita que está causando más de medio millón de muertes en el mundo en pocos meses, el presidente Alberto Fernández decretó una cuarentena.
Lo que bajo ese argumento no se entiende, es por qué la mayoría de las encuestas muestran un apoyo mayoritario de la población a las medidas que ha tomado el gobierno nacional para enfrentar la crisis del COVID 19, al tiempo que también coinciden en señalar la disconformidad de la población frente al tratamiento que los medios de comunicación le dan al tema.
Tal vez a sabiendas de esa situación buscaron dotar de cierta legitimidad académica a sus postulados, recurriendo a la voz autorizada del decano de la facultad de psicología de la UBA, que en un artículo publicado en el diario Clarín del domingo 5 de julio sostiene que “En lugar de decir `yo te cuido´, hay que dar herramientas para cuidarnos solos”. Uno no sabe desde qué lugar un psicólogo con responsabilidades institucionales puede sostener eso, justo en este momento.
Resuena a la vieja teoría de que a la gente no hay que darle pescado sino enseñarle a pescar, con el pequeño detalle de que esta vez se trataría de saber pescarse un buen covid 19.
Según el Lic. Jorge Biglieri, el ideal de la persona sana es aquella que se cuida sola, que no necesita del otro ni del Estado, cuya presencia equipara al “paternalismo”
La responsabilidad individual no es opuesta a la solidaridad. Necesitamos tanto de una como de la otra. De la responsabilidad y la conciencia individual, y del Estado para que dicte pautas que nos organicen porque no hay ninguna posibilidad de éxito frente a una pandemia si no hay organización colectiva, y eso en las grandes sociedades sólo lo puede dar el Estado.
Por eso criticar el “paternalismo” del Estado en plena pandemia es casi un nuevo record en materia de pensamiento liberal: pocos se han animado a llegar tan lejos.
El profesional tampoco duda en anticipar una suerte de pandemia de depresiones y cuadros de estrés prostraumático, con una linealidad causal que ninguna corriente del campo de la psicología puede sostener y que nos hace pensar que ni siquiera ha leído las series complementarias de Freud. Pero además ¡como si dejar a la gente a su suerte, colapsando el sistema de salud y aumentando dramáticamente la cantidad de muertos nos fuera a evitar el aumento de las depresiones!
¿Además, de la ansiedad y la depresión de quien estamos hablando? ¿Qué hay de la ansiedad y la depresión de los equipos de salud que están en la primer línea de respuesta, si además permitimos un aumento de la tasa de contagio y abarrotamos los hospitales? ¿Y qué hay de la depresión de quienes sufren la pérdida de seres queridos sin siquiera poder despedirse?
Según el decano el rol de los psicólogos sería “ayudar a la gente a identificar sus emociones y sentimientos para que pueda controlar algunos episodios de salud mental”, promoviendo así la idea de una asistencia para el autocontrol que empobrece absolutamente nuestro rol profesional en el trabajo con las subjetividades.
Identifica como patológicas conductas que son absolutamente sanas, como cuando califica de “fóbica” a la conducta de las personas mayores que en Europa no quieren salir de sus casas, luego de reconocer que los jóvenes que salieron a copar las playas generaron nuevos contagios.
Al mismo tiempo idealiza como sanas conductas rígidas, como cuando manifesta que las personas necesitan un orden y si no lo pueden sostener aparecería la ansiedad y el estrés. A partir de ese análisis, recomienda volver a la normalidad. Es decir, todo lo contrario a lo que razonablemente un profesional de la salud mental haría con una persona que no puede modificar sus rutinas frente a un cambio abrupto de las condiciones de vida, como lo es una pandemia mundial.
Lo que Biglieri aporta conceptualmente en materia de salud mental para pensar la grave situación que atravesamos es muy pobre, pero también muy peligroso
Lo que sí se deja ver con mucha nitidez es la posición ideológica, pero también ética, de quien considera que el individualismo es un signo de salud mental, y la angustia en plena pandemia un indicador psicopatológico.
Psicólogo, exdiputado nacional, autor de la Ley de salud mental 26.657