En la foto color, a sangre, de la página par central, amanece sobre botellas vacías, en un melancólico fin de fiesta. Fiesta se titula el primer libro de Anabel Martin (Rosario, 1979). Su cuidada edición por un equipo local de editoras (Ana Julia Manaker, Natalia Leggio, María Victoria Noya; diseño por Lis Mondaini) lo viste para la salida nocturna. El tornasol escamado de la foto de tapa que lo envuelve (Lalouschek) resplandece como esmeraldas de cristal o cuerina vintage; el fino y suave papel de la portadilla seduce como un chal naranja de seda.

Producto de un largo par de años de escritura y reescritura, Fiesta combina poesía en verso y prosa poética (esta última, en un desplegable central). Afectos y duelos de familia, amigas en pogo de amor soror, la anarquía de los seres sintientes domésticos, algo de sexo, algo de droga, algo de yoga y mucha música: he ahí una lista de temas. Tonos: un humor suave a costa de la propia manija mental y del coqueteo con la mini catástrofe, o la elegancia de quien entra caminando en tacos aguja entre explosivos y termina danzando sobre las ruinas de la noche. En el medio, el mundo visible tiembla duplicado en el fantasma de su propio estallido, que lo aureola de una belleza peligrosa. Es para celebrar lo que este primer libro abre como posibilidad de producción de subjetividad, de registro de experiencia, de tono de escritura. 

Al principio, hay más de la misma poesía narrativa escrita por mujeres en el cambio de siglo: el montaje del personaje de "la chica", la construcción de un tenso yo autoficcional o autobiográfico, el artificio literario pseudo-travesti de montarse en el propio género femenino. Los modelos de estilo son autoras que rompieron moldes en su momento: Fernanda Laguna y Cecilia Pavón (la dupla porteña de "Belleza y Felicidad") o la rosarina Mercedes Gómez (autora de Soy fiestera). Lo mejor del libro de Martin empieza cuando la fiesta avanza, el apellido sin tilde se olvida, "la chica" se desmadra y entra en estado de ebriedad dionisíaca, dionisíaca en el mejor sentido: el de la trascendencia del yo biográfico, la apertura al absoluto, el descenso de la mente al corazón. Hay un silencio adentro de la música festiva que mantiene el control en el ojo del huracán. Desde ahí nace una capacidad de producir subjetividad extática: eso, y no ella, escribe el poema. 

Instagrams de la carnestolenda, crónicas del vértigo, el alcohol como solvente del ente, la joda como práctica de descentramiento, la noche como laboratorio de escritura: poesía liminal, irisando los bordes de un yo poético en feliz salto suicida al abismo de sí. Los mejores poemas del libro son los que hacen papel picado de la escena y sugieren, desvían, abren líneas de fuga, practican una sensibilidad collage entre el happening, el surrealismo y ciertas letras de canciones. Cuanto más oblicuo el sentido, cuanto menos lineal el relato, mejor. Algunas de estas historias contadas en modo videoclip disimulan mal una secreta pasión por el desastre. Hay método y un trabajo a fondo con el ritmo, detrás de estas aparentes improvisaciones. Y más atrás aún, hay un laburo fino de control mental que va surfeando y ensamblando en un mismo flujo diferentes estados: el tedio, la embriaguez, el éxtasis, el sueño. La marisma crepuscular donde los tres últimos confluyen tiene la belleza de la conciencia en piloto automático a las 4AM. Al otro día, la fe en la máscara diurna es cenizas. Por algo el libro culmina con un funeral donde se entrometen los ritos profanos capitalistas de las nuevas profesiones del look. 

"Del riesgo construí la cornisa de la siesta" ("Esquí"); "tallaste en mí una falta adorable" ("Último poema a un rockstar"), escribe Anabel Martin, y también: "En una casa saltamos tanto que caen los platos del aparador, se rompieron como quince y Anju taconea encima de la loza, se ríe y rompe y se ríe" ("Capítulos de fiesta III. Hormiguero"). Anabel Martin estudió teatro, enseña yoga, dirigió un cortometraje y organiza lecturas. Esta reseña se terminó de escribir escuchando The Awakening of a Woman (Burnout), de The Cinematic Orchestra.