Sebastián Freire y yo firmamos contrato civil el 18 de marzo de 2011. Este año nos tocó “bodas de arcilla” y nos pareció que no queríamos caer en el barro, pero el que viene festejaremos nuestras bodas de aluminio (material maleable y resistente a la corrosión, ¡como nuestro matrimonio!).
El 18 empezó temprano, cambiándonos para el Registro Civil. Había, cómo no, atascos, y en un arranque de desesperación me bajé del auto, lo abandoné en medio de la calle y corrí hasta la calle Uruguay (vestido de blanco), dejando a mi marido con mi madre: que se arreglaran ellos. Yo no podía faltar a mi ceremonia. Mi apuro fue en vano. Una de las testigas, mi hija, llegó igualmente desesperada y el maquillaje arrasado por las lágrimas, cuando ya la jueza había empezado a hablar.
Cumplido el trámite societario, nos fuimos a Proa, donde la familia y ls más íntims habríamos de almorzar. En la vereda, mientras tanto, la araña de Louise Bourgeois se elevaba sobre sus patas. Intenté advertirle a mi marido (todavía no me canso de nombrarlo de ese modo) el funesto presagio que Maman representaba, pero estaba tan feliz que no quiso oirme.
A las 5 nos volvimos a casa para “dormir una siesta”. Fue inútil: ya se avecinaba la festichola nocturna. Nos duchamos, recogimos nuestros smokings, el Sebastiano gigante que habría de presidir la ceremonia, luces, manteles, golosinas para ls invitads.
A las 7 estábamos ya atrincheradas en la sala de novias del segundo piso del Club Español (capricho lorquiano del que no nos arrepentimos). Mi hija esta vez llegó temprano porque su entonces novio habría de encargarse de verificar que ls convidads cumplieran con el código de vestimenta (blanco y negro riguroso: plateado valía, dorado no) y fotografiarles en la alfombra roja. Después llegaron las muchas bebidas, los djs con sus equipos, el mobiliario alquilado, y el tiempo se nos fue volando.
El escenario estaba preparado para que Mario Bellatin nos entregara los anillos con su garfio de fiesta después de que leyéramos nuestros votos y él validara nuestro compromiso. Atravesamos el salón repleto, precedidas por dos diosas bajadas del Olimpo (Marlene Wayar y Susy Shock), que tiraban plumas blancas y negras a diestra y siniestra. Éramos cisnes drogados en nuestra propia felicidad.
Después empezó la fiesta, cada vez más tribal a medida que los efectos de Dios entre nosotras se dejaba sentir. Las primeras en salir fueron las tortas, portando las idem con forma de pastillas: Viagra, Rivotril y Éxtasis. Los valses (que habíamos ensayado con Juana Molina) fueron tres, el primero de los cuales fue la versión de “Hermana Marica” cantada por Paco de Lucía.
Esperaban turno los gogo dancers, con cara de orto para evitar (inútilmente) los asedios de Fernando Noy. No se negaron, en cambio, a los avances de una subeditora de este diario, cuyo nombre callaremos porque ahora es madre.
Hacia las 4 de la mañana llegó Dany Nijensohn, hizo apagar todas las luces y bailamos con el solo resplandor que salía de nuestros cuerpos. En el tercer piso había una fiesta de disfraces aparentemente malograda y pronto ls invitads se mudaron a la nuestra. Era fácil reconocerles porque no cumplían con el código de vestimenta. Manchas de rojo, verdes esmeraldas atravesaban cada tanto el campo visual del que nuestrs invitados desaparecían, refugiads en oscurisimos rincones.
Creo que a las 7 de la mañana había que terminar todo. En todo caso, a esa hora caminábamos con un grupo de amigos por la Av. 9 de Julio. Yo abrazaba tan fuerte a nuestro Sebastiano de yeso que le quebré un brazo.