En 1990 PáginaI12 salía todos los días menos los lunes. Y naturalmente, si no salía el diario, tampoco PáginaI90, el suplemento dedicado al Mundial de fútbol. La tapa en blanco, una de las ilustraciones de esta nota, está ahí entonces como un símbolo, para ser llenada. ¿Qué título hubiéramos puesto en caso de alcanzar el título? Hagamos un poco de ejercicio de imaginación. “Somos campeones, otra vez”, tal vez. O “Gracias, Dios”, por la concreción del milagro y de paso reconociendo a Maradona, como uno de los artífices. Porque si nos ubicamos en el tiempo, en la previa de la final, había que prender muchas velas y rogarle a todos los santos y más que nadie a San Diego para ganarles a los alemanes que llegaban mejor y con sed de venganza, después de lo del 86. No es que nombre por nombre, puesto por puesto, ellos eran mucho más; ocurría que Argentina llegaba sin Caniggia, deshilachada, con varios jugadores maltrechos y el tobillo de Maradona hecho una piltrafa. Tremendas agujas les tenían que clavar para infiltrarlo antes de cada partido y el tipo hacía lo que podía, lejos de su potencial. La ilusión se sustentaba en que se le había ganado a Brasil después de que ellos llegaran a posiciones de gol en una relación de ocho a uno. ¿Por qué no pensar en que podría darse de nuevo una situación así? O en todo caso, ¿por qué no pensar que se podría aguantar el cero hasta llegar a la definición por penales para que Goyco se convirtiera nuevamente en héroe?
Argentina tenía a Basualdo, Simón, Ruggeri, Serrizuela. Lorenzo y Sensini como muro protector de Goycochea, tenía a Troglio y a Burruchaga dando una mano y a Maradona y Dezzotti en el medio para resolver si es que alguna pelota llegaba hasta ellos. Enfrente los alemanes, más frescos, agrandados porque venían de superar a Inglaterra en la semifinal. Matthauss, Voeller, Klinsmann, Littbarski, Bertold, Hassler, Brehme metían miedo, decían los italianos que por supuesto estaban con ellos. Pero lo cierto es que a la hora de la verdad se dio que más que meter miedo sentían miedo. La sensación que dejaron es que se asustaron, que entraron a la cancha temerosos de que se repitiera la historia de cuatro años atrás en el Azteca, apichonados por el fantasma del gordito retacón de rulos. ¿Fue un poco mejor Alemania que Argentina? Sí, pero un poquito mejor nada más, nada que ver con la distancia futbolística que había marcado Brasil en los cuartos. Ellos produjeron pocas legadas profundas, de esas que duelen: un remate de Littabarski desde el borde del área contra el palo izquierdo de Goyco, un cabezazo de Bethold y otro remate de Brehme desde afuera. Ni dominio abrumador, ni nada parecido a eso.
¿Pudo ganar Argentina en los 90 minutos? Pudo sí. Tuvo un tiro libre de Maradona desde una posición ideal para él, pero la pelota se fue por arriba, pudo ganar si Codesal hubiera cobrado un probable penal a Calderón en el vértice del área, pero dijo “siga, siga”. Hubo tres supuestos penales en el partido: ese de Calderón, uno de Goycochea y el de Sensini a Voeller. Codesal cobró este último y hasta el día del juicio final le seguiremos reclamando, convencidos de que Sensini no lo barrió y seguros de que si no lo cobraba no pasaba nada. Había que verlo muchísimas veces para llegar a una conclusión firme, pero al árbitro le alcanzó con una mirada: penal, a los 40 minutos del segundo tiempo. Esta vez a Goyco, que adivinó adonde iba a ir la pelota le faltaron unos centímetros en la estirada. Fue hacia su derecha , pero el alemán, que tenía la particularidad de que le pegaba por igual con las dos piernas, la puso contra el palo. Inatajable para cualquiera, también para el agigantado Goyco.
Volvamos a la tapa en blanco. Nuevo Ejercicio. ¿Qué ponemos ahora después de la derrota. En ese momento, calientes todavía tal vez podríamos haber puesto “Jodesal” jugando con lo jodido que había sido el árbitro o “Pena máxima” en un doble juego con la sensación dolorosa que atravesaba a los hinchas argentinos y con el penal que les había dado el uruguayo nacionalizado mexicano a los alemanes. “Finale di Festa” podría haber sido otro título un poco más objetivo.
Visto ahora a la distancia, con más frialdad, el título pudo haber sido más autocrítico, más realista, más acorde con lo que había sido el proceso de ese torneo. Entonces mezclando la derrota con Camerún; el hecho de que Caniggia y Olarticoechea no fueron titulares en el partido inaugural y que Balbo jugó de delantero retrasado; el penalazo que no le cobraron a Maradona en el partido contra la Unión Soviética; la clasificación a la segunda fase como segundo mejor tercero, y el bidón de Branco como una mancha imperdonable, hay otra perspectiva. Y hay que poner los puntos sobre las íes. Las de "dignidad" que fue la referida a la fibra y el amor propio de los jugadores y las de "mínimo" referidas al fútbol propiamente dicho que se desplegó. Se podía haber titulado entonces “Demasiado tarde para lágrimas”.
La tapa en blanco está ahí, para que los lectores de esta nota pongan su propio título.