¿Acaso no somos el paisaje en el que crecimos? La pregunta juega con la aseveración y aparece tras la última página de Yacer en el Tuyú, la amorosa y laboriosa antología que hizo la poeta Ana Claudia Díaz: ella, que nació en Santa Teresita en 1983, rastreó durante meses a los poetas de sus pagos. Y entonces, en la hora de la cuarentena pandémica en la que se escribe esto en Buenos Aires, con las correspondientes distancias de tiempo y espacio, los caudales variadísimos de versos e improntas configuran y reconfiguran vientos y corrientes, las aguas leonadas y sedimentosas del norte y las más cristalinas y oceánicas del sur, gaviotas de ayer y palomas de hoy, los techos a los que trepamos y los que nos refugiaron, playas desiertas y sobrepobladas, cachorros que ahora serían viejísimos a los que seguimos viendo juguetear, rastros imprecisos de voces en no sé cuántos bares y calles de tierra y de asfalto, maestras, tonterías y fanfarronadas, las más inolvidables maniobras de generosidad, los amores, los muertos, los trabajos, las crecidas, médanos y baldíos, antenas gigantes y libros que sacamos de la biblioteca de la escuela para leer en las tardes y en las noches tirados, panza arriba, en un sofá.
Para discutirla, para abrazarla, para entreverar eso y tanto más, ronda la pregunta/aseveración inicial. La he leído con sus matices en otras páginas, pero el textual es de Joan Didion. Ella contó que cuando tenía cinco años su madre le regaló un cuaderno para que dejara de quejarse de todo y aprendiera a divertirse anotando sus pensamientos. Creció escuchando relatos sobre sus antepasados, unos pioneros que formaron parte de una caravana que, en viaje hacia el oeste de los Estados Unidos, se extravió al intentar un atajo que resultaría fatal: la mayor parte de ellos murió debido a las bajas temperaturas. La familia de Didion no siguió ese atajo y llegó a destino. En aquel cuaderno la niña que fue Joan esbozó lo que sería su primer cuento; una mujer convencida de que en la noche morirá de frío despierta en el Sahara: antes del mediodía morirá de calor. Así pasa, en un abrir y cerrar de ojos las perspectivas de dislocan, se transfiguran, y es el paisaje quien podría decir, preguntarse, ¿acaso no soy las personas que aquí crecen?
Y entonces estos poemas convocan en sus versos a la novia de Aquamán, antiparras, diseños textiles anticloro, fosfóreas brillantinas, y al mítico Santos Vega, fogones y lazos revoleados, su tumba y las payadas con el diablo. Alguien lucha con fantasmas y con la luz mala por un camino viejo y alguien traza un plan de fuga para una orca cautiva. Un motoquero anda por una ruta amplia, abierto a la inmensidad, y poco después se llega a una oda a la conciencia, y trascartón a un manifiesto contra héroes de zunga. Hay quien alerta ante la llegada de los porteños y quien añora el verano apenas llegado el otoño. Declaraciones de amor: a los campos de Lavalle y a las playas de Mar de Ajó, a la naturaleza salvaje de la libertad, a lo que habilita un balcón sobre la calle San Juan de San Bernardo. En una página se juntan caracoles en la orilla, en la siguiente un obrero golpea el concreto con una maza, varias más allá los tamariscos resisten la sudestada: paisajes que somos.
Poetas de por acá que hayan escrito sobre estos paisajes: el proyecto de Ana Claudia Díaz me pareció de arranque una preciosura. Sus recorridas en el relevamiento, en la búsqueda de poetas y materiales, en el empeño por la diversidad (de localías, edades, estilos, géneros), conllevan una voluntad épica que hacen pensar en un documental, una película, una serie. Recorrió bibliotecas y asociaciones de fomento, se ganó la confianza de bibliotecarias, contactó grupos, abrió líneas en múltiples direcciones, activó el viejo boca a boca. Ochenta y seis autores de diez localidades, entre Lavalle y Mar de Ajó, nacidos entre las décadas del ’30 y del ’90: una cartografía poética inédita para lo que se llama Los pagos del Tuyú, ese espacio conformado por la franja que es hoy el Partido de la Costa y el territorio de General Lavalle. Los viejos saladeros y el turismo; ocasos en las rías y amaneceres ante el mar; el campo y las calles comerciales, galopados a sus tiempos por caballos, corceles, unicornios; la Galera de Dávila, el Cabo San Antonio, el viejo pescador; Santos Vega y la novia de Aquamán.
La historia, ¿es un lenguaje?, se pregunta Néstor Perlongher en Tuyú, el poema que abre este libro. Varias páginas más adelante, en otro poema que lleva el mismo título Mónica Riedl traza versos de huellas ancestrales de la palabra Tuyú: tierra pantanosa o barro para los guaraníes, pisar fofo para los araucanos, allá lejos para los tehuelches. “Tierra aborigen/de quienes cuya sangre/bebió la guerra y la noche”, escribe Riedl. Las tercas toninas de la historia, escribe Perlongher, que acuden a la tumba de Santos Vega. Yacen en estos pagos todos estos versos, estos materiales, que componen el paisaje que somos, en el que crecimos, en el que se vive y se escribe.
Yacer en el Tuyú es una antología de poetas del Partido de la Costa y General Lavalle, compilados por Ana Claudia Díaz y editada por El Suri Porfiado.