Desde Río de Janeiro.
Hay una fuerte dosis de ironía de la vida en la imagen del ultraderechista Jair Bolsonaro admitiendo que está infectado por covid-19 .
Luego de mantener desde las primeras noticias sobre el nuevo coronavirus una actitud francamente despreciativa frente a lo que ocurría y a la misma existencia de la pandemia y su gravedad, ahora la enfermedad que insistió en clasificar como “gripecita” le tocó a él.
La misma “gripecita” que hasta ayer había provocado al menos 67 mil muertos en mi país, frente a la inercia asesina de su gobierno inmoral y a la insistencia con que el mismo Bolsonaro se negaba a abandonar sus provocaciones típicas de un desequilibrado, incitando el pueblo a “volver a la normalidad”.
Pues ahora le tocó a él, y no se sabe a cuántos más por su intermedio. El domingo tuvo fiebre de 38 grados, fuertes dolores musculares e indisposición generalizada. Hizo el test el lunes, y el martes se conoció el resultado: positivo.
En una actitud típica de su conducta , Bolsonaro optó por dirigirse personalmente a los periodistas para informar de su contagio, en lugar de hacerlo por videoconferencia. Y, para sorpresa de nadie, al final se sacó la mascarilla protectora. A estas alturas, ya resulta casi imposible establecer cuál el límite entre la irresponsabilidad y la imbecilidad en Bolsonaro.
Días antes de sentir los primeros síntomas, había dedicado buena parte de su tiempo presidencial suspendiendo determinaciones del uso obligatorio de la mascarilla protectora. Vetó los tramos que establecían la medida para templos, iglesias y… prisiones . Saber que frente al cuadro catastrófico que el país enfrenta a raíz de la inercia absoluta del gobierno el presidente pierde tiempo en semejantes estupideces, refleja de manera ineludible a qué punto su gobierno, más allá de cualquier otra consideración, es irremediablemente ridículo. Y, por eso, irremediablemente criminal.
Acorde a la Organización Mundial de Salud (OMS), entidad en la cual Bolsonaro, a ejemplo de su ídolo Donald Trump, dice no confiar, alguien infectado por el covid-19 puede contagiar a otras personas hasta siete días antes de presentar los primeros síntomas.
En los seis días anteriores antes del domingo, Bolsonaro se reunió con, entre otros, el vice-presidente Hamilton Mourão, dieciséis de sus ministros, los presidentes de la Cámara y del Senado, además del embajador de Estados Unidos, Todd Chapman, a quien fue saludar el sábado 4 de julio, fiesta nacional del país de Trump. Y, claro, sus hijos rabiosos.
Todos (excepto los hijos) ya se sometieron al testeo. Chapman dijo que el suyo resultó negativo. De los ministros de Bolsonaro, cinco también tuvieron resultado negativo, y los demás todavía no divulgaron los suyos.
Sí, sí, hay una cierta ironía en que el ultraderechista desequilibrado admita haber sido infectado. Hasta la mera víspera de haber empezado a sentir los primeros síntomas, él no hizo más que arriesgarse y, de paso, arriesgar a los demás, despreciando la medicina, la ciencia y la lógica.
Insistió ostensiblemente en desfilar sin mascarilla, provocando aglomeraciones, acercándose y abrazando seguidores, mientras criticaba con vehemencia gobernadores y alcaldes que adoptaron medidas restrictivas de circulación y comercio. Participó, hasta hace pocas semanas, de manifestaciones callejeras que pedían, entre otras medidas, intervención militar.
Esa actitud de negar evidencias empezó en enero, cuando surgieron las primeras noticias sobre el nuevo coronavirus. En aquel entonces, Bolsonaro hizo referencia a “ese tal virus” para mostrar su preocupación por el cambio (el 27 de aquel mes, un dólar se cotizaba a 4 reales; ayer, a 5,38).
En marzo, optó por elevar el tono. Dijo entender que el poder destructor del coronavirus estaba “súper dimensionado”, y aprovechó para advertir que mucho de lo que la prensa decía sobre la pandemia estaba cargado de “fantasía”. Aseguró que “otras gripes mataron mucho más”, y pidió que la población no se dejase tomar por “esa neurosis”.
Al terminar aquel mes Bolsonaro parecía obcecado en criticar los que se dejaban asustar por la "gripecita". Reforzó la furia contra las medidas restrictivas, incluyendo entre sus blancos a los integrantes del Supremo Tribunal Federal, que determinaron que gobernadores y alcaldes tenían autonomía para decidir qué hacer.
Empezó abril anunciando que pediría a pastores evangélicos un día de ayuno y oración para dar combate ‘a ese mal lo más pronto posible’.
Cuando abril llegaba a su fin, hubo un día –el 27– en que se alcanzó la marca de 4.543 muertos. La reacción de Bolsonaro fue: “¿Y qué?”.
La secuencia no tiene fin. Ahora, la “gripecita” le tocó a él.