Unes niñes, que compartían el aula hasta hace unos meses, se cruzan en la calle y los barbijos prolijamente colocados, no les impide reconocerse. ¿O sí? Se frenan, paralizados, se miran y tras chocarse los codos, salen en fuga en direcciones opuestas.
Recientemente el Consejo Federal de Educación aprobó el protocolo para el regreso a las aulas . Un protocolo en línea con estos tiempos pandémicos que nos toca atravesar. Una guía de orientaciones guiada por criterios epidemiológicos que resultan, desde la perspectiva sanitaria, incuestionables. Lo cuestionable es el lugar de las infancias.
Unas infancias que hoy forjan su subjetividad en el miedo al otro. ¿Cómo conciliar un protocolo con la pedagogía del encuentro? ¿Cómo podremos inscribir la prevención en nuestras convicciones arraigadas en la pedagogía del afecto?
Muches de nosotres llevamos años construyendo contrahegemonía, desde las aulas. Deconstruyendo los valores del individualismo y la meritocracia, tan imbricados en el adn de sociedades capitalistas. Asumimos el desafío de contrarrestar el desamparo de les niñes, con una pedagogía que cree que el amor, no en términos románticos, sino políticos, es el mejor camino para reconstruir el tejido social y volver a afiliar a quienes el sistema dejó fuera de todo.
Una reafiliación social que sólo es posible desde la escuela. Y no es una mirada nostálgica. Porque somos conscientes de la persistencia de configuraciones históricas, centradas en lógicas homogeneizadoras y disciplinadoras. Pero aún en esa configuración, la pedagogía del afecto había logrado permear las estructuras arcaicas y dar una disputa.
Hoy, todo eso está en peligro. Hoy nos piden que les niñes, les que puedan y vayan a volver, lo hagan a una “nueva escuela.” Una escuela donde van a tener que mantenerse alejados de sus compañeres y sus maestres. Donde no habrá espacios “comunes”. ¿Somos conscientes de las implicancias de suspender lo común en la escuela?
La propuesta segura que le hacemos a nuestras infancias es que se mantengan lejos del otro. Que no compartan nada, que no jueguen, que no se abracen, que no saluden con un beso, que se sienten solos en sus bancos o que entren y salgan a horarios y en días diferidos.
Que el maestre, frente a elles, permanezca todo el tiempo con una máscara facial, además del barbijo, que no les toque, que no se les acerque. ¿Acaso alguien sabe la potencia de un abrazo cuando un niñe está angustiado? ¿La magia de acariciar la cabeza de aquél que no puede resolver una actividad? ¿De la riqueza de aprender en grupo?
Viernes 13 de marzo. Un patio repleto de pibes responde en coro “Hasta el lunes maestras y maestros” Hasta el lunes. Un lunes que no llegó. Un lunes que cuando llegue será otro lunes.
El ASPO suspendió una de las dimensiones fundacionales de la escuela moderna: el espacio. La “nueva normalidad” propone suspender otra de sus dimensiones claves: lo común. En el medio, les niñes construyendo nuevas subjetividades atravesadas por la desconfianza y el miedo.
Se propone una vuelta a una escuela que ya no es la nuestra. Porque nuestra escuela, o al menos la que intentábamos consolidar desde una posición política pedagógica comprometida con el derecho social a la educación de todes, promovía el encuentro con el otre. Defendía el valor insoslayable de lo común. Creía a rajatablas en la potencia del afecto y en la necesidad de demostrarlo. Era una escuela que construía comunidad. Esa comunidad que se diluye a fuerza de barbijos y alcohol en gel.
Nos urge construir un protocolo del reencuentro.
En un momento donde nos abruman protocolos de criterios sanitarios, hay que
contraponer otro que proteja las infancias, y también a sus maestres, de la
desolación de ser sólo un individuo. Tenemos el deber ético de armar un
protocolo que garantice que les pibes van a encontrar una escuela afectivamente
disponible para alojarlos. Una escuela que lejos de diluir lo común, ponga a
trabajar su imaginación para reponer comunidad. Que la distancia física no
obture la pedagogía del afecto. Ese es nuestro mayor desafío.
* Docente, pedagoga, vicerrectora de la Escuela Normal Superior N° 8.