El creciente interés por la historia ha ido ganando lectores al calor de nuevas formas de divulgación y socialización que las redes sociales y las nuevas tecnologías permiten. Sin embargo, la acelerada circulación de contenidos y la cada vez más basta cantidad de notas vuelven indispensable el trabajo de los historiadores como curadores del contenido histórico. Es así como los trabajos que se vienen desarrollando desde la academia han reinterpretado nociones obsoletas como las de causalidad dentro de dos fechas trascendentes de nuestro pasado. Desacoplar los sucesos de la Independencia como producto de la Revolución de Mayo ha sido uno de los grandes desafíos de la historiografía moderna.
Por eso, hoy es preciso pensar en términos de proceso revolucionario y ubicar las efemérides en contexto: no explicarlas como elementos inconexos. Esta explicación del proceso revolucionario requiere centrarse en los cambios que sufrieron los estudios históricos en nuestro país y en los nuevos focos de análisis que esos cambios determinaron. Para clarificar este recorrido, el Suplemento Universidad conversó con Beatriz Bragoni, doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), profesora en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cuyo e investigadora principal del CONICET; Gabriel Di Meglio, doctor en Historia por la UBA, investigador independiente del CONICET y docente en la UBA y la Universidad Nacional de San Martín; y Silvia Ratto, doctora en Historia por la UBA, investigadora independiente del CONICET y docente de la Universidad Nacional de Quilmes.
Pensar el proceso y no las fechas
La revolución del 25 de mayo de 1810 y la independencia del 9 de julio de 1816 son representadas en nuestro ideario cotidiano como fotos instantáneas de una época lejana y constitutiva de nuestro país. El problema de esta representación conceptual es que no da cuenta de la complejidad del proceso revolucionario. Aún peor, llevan a pensar ambas fechas como productos locales y las alejan de los sucesos continentales en toda la América española y de los acontecimientos europeos bajo el contexto de la expansión napoleónica.
“Es indispensable pensar la Revolución en el conjunto del Imperio Español, puesto que es este Imperio el que se derrumba al mismo tiempo. No se puede pensar Buenos Aires sin pensar al mismo tiempo Caracas, Santiago de Chile, Bogotá o México. Esto fue una gran renovación porque, antes, el nacionalismo de cada país hacía que los historiadores analizaran de forma aislada los acontecimientos de cada parte del continente”, afirma Gabriel Di Meglio. Esta renovación de los estudios en la materia permitió conectar los procesos revolucionarios de todo el continente buscando vasos comunicantes y nexos explicativos que complejizaran las viejas tradiciones nacionales.
Beatriz Bragoni destaca la importancia que tuvo Tulio Halperin Donghi sobre las generaciones posteriores de historiadores. La producción académica publicada por Halperin entre 1961 y 1979 permitió formular nuevas hipótesis y abrir un abanico de campos de investigación que renovaron los estudios de la Revolución en el Río de la Plata. Con la vuelta de la democracia, la producción académica se asienta sobre líneas de trabajo preexistentes en el campo histiográfico que son el fruto de trabajos comenzados por Halperin. Entre ellos, Bragoni resalta “el peso de las condiciones locales en la aceptación o rechazo del ensayo revolucionario en el interior y la irrupción de la política como actividad que instala un nuevo tipo de relación entre las elites y los sectores populares o plebeyos, a raíz de la militarización y politización”.
Luego de esa primera gran transformación dentro de la disciplina, Di Meglio analiza una segunda renovación donde el principal exponente es Juan Carlos Chiaramonte: “Acá el gran aporte está en el hecho de mostrar que para 1810 no existía la Argentina como identidad. Entonces, no son los argentinos los que se rebelan contra los españoles, sino que la identidad y la Nación son construcciones posteriores a la Revolución. Esto rompe con todas las miradas historiográficas anteriores, empezando por Mitre y siguiendo por el revisionismo”.
Por último, remarca un tercer aporte dentro de la renovación de los estudios: “La tercera innovación, es el hecho de recuperar el proyecto original de Mayo, lo cual permite entender la diferencia entre 1810 y 1816”. En este sentido, la historiografía reciente permite pensar que el resultado final no tiene que condicionar todo el análisis porque se pierde la riqueza de la época.
Para Silvia Ratto, el gran cambio se da a partir de la reinterpretación de fuentes para destacar la voz de sectores sociales que habían sido poco rastreados con anterioridad o cuyo estudio no había sido seguido con detenimiento en pos de organizar los estudios en torno a las elites o grupos dominantes de la sociedad colonial. La historiadora destaca los nuevos trabajos que tienen como protagonistas a los sectores populares urbanos y rurales y a las poblaciones afrodescendientes e indígenas.
Ante estas novedades dentro del campo de la investigación se abrieron una multiplicidad de nuevos trabajos que resaltan y reponen, con nuevas miradas, elementos que habían sido dejados de lado con anterioridad. Los impulsos dados a la historia regional, generando un mosaico de realidades dispares dentro del territorio virreinal; los trabajos sobre las identidades y las prácticas políticas de los sectores populares; y las formas de relación y los tipos de sociabilidad entre indígenas y criollos, se presentan como un nuevo recorrido del proceso revolucionario.
La Revolución en Cuyo y la figura de San Martín
La proclama de la Independencia del 9 de julio de 1816 es uno de los episodios más renombrados dentro del proceso revolucionario. Su impacto en las diferentes regiones del entonces extinto Virreinato fue dispar. Beatriz Bragoni traza una postal de cómo fue recibida la noticia en la Gobernación de Cuyo. “La independencia fue celebrada en la jurisdicción cuyana con todos los rituales de rigor. El acta de la independencia fue jurada en cada ciudad y villas mediante la decisiva participación de los capitanes de milicias, y los curas volcados con entusiasmo en la defensa del sagrado sistema de la libertad”, señala.
Los festejos proliferaron entre la población local y se extendieron junto con el compromiso de prestar testimonio entre las comunidades indígenas. En este sentido, Bragoni indica que “la jura se llevó a cabo incluso en las Lagunas de Guanacache, es decir, en los antiguos pueblos de indios y mestizos de las comunidades huarpes”. “Se trataba de un acontecimiento y explosión de sensibilidades que tenían como antecedentes la regular pedagogía cívica insuflada por los gobiernos locales desde 1810, y multiplicados después de 1813 cuando los hombres de la logia accedieron a las primeras magistraturas en sintonía con el gobierno de la capital”, añade.
La participación de su gobernador intendente, José de San Martín, fue fundamental dentro de la convocatoria del Congreso General celebrado en Tucumán. Beatriz Bragoni apunta que si bien San Martín no era partidario de formas republicanas de gobierno, consideraba necesario sostener un gobierno central en Buenos Aires como un baluarte revolucionario en Sudamérica. Sumado a esto, la historiadora mendocina destaca un hecho importante: “La opción independentista de San Martín residía en que el cambio de status jurídico resultaba capital para encarar la campaña militar a Chile y al Perú porque habilitaba hacer la guerra como nación soberana, y reclamar un tratamiento regulado por el ‘derecho de gentes’”.
La importancia de los sectores populares
Tanto el concepto de clase como el de sectores suponen una situación relacional en tanto se definen en oposición de un otro. Esto lleva a pensar que los nuevos trabajos historiográficos han corrido su enfoque para analizar las condiciones de vida de sectores que no habían sido percibidos en las fuentes. Sectores populares o subalternos, donde se especifica la distancia con los dominadores, son el objeto de diversas investigaciones que proponen buscar nuevas fuentes o mirar con ojos renovados, testimonios que no fueron abordados con esta finalidad.
Gabriel Di Meglio trabaja en profundidad el desarrollo de estos sectores en el contexto revolucionario y marca ciertas rupturas con respecto a los sectores subalternos de otras zonas del continente: “A diferencia de lo que pasó en varios lugares de América Latina, donde la movilización popular estuvo en favor de la causa del rey, en el territorio rioplatense las movilizaciones fueron en favor de la Revolución. En todo el territorio, el principio identitario de esos sectores fue la idea de patria”.
Este concepto no era utilizado como sinónimo de Nación, por el contrario hacía referencia a un principio identitario que, como remarca Di Meglio, era asociado a las nociones de patria, rey y Dios. “Luchar por la patria podía significar pelear por el libre acceso a los recursos, por la distribución de la riqueza, por el acceso a la tierra. En el caso de Buenos Aires, donde la movilización estuvo más vinculada con la ciudad que con la campaña, la movilización implicó un reclamo contra distintos malestares que existían en la ciudad y permitió una forma de organizar una igualación simbólica en el sentido de que todos aquellos que eran inferiores en el sistema colonial; fuera porque eran esclavos, eran miembros de la castas o eran blancos pobres, podían ver en los españoles a los grandes enemigos de la causa”, resalta.
El factor indígena
Con el proceso revolucionario y el desmembramiento de los territorios coloniales se generó en todo el continente una reformaulación de los vínculos entre las sociedades hispano-criollas y las comunidades indígenas. En el territorio del Virreinato del Río de la Plata, esos vínculos sufrieron modificaciones como respuesta de los tratados que las comunidades tenían con los españoles. En este sentido, la historiadora Silvia Ratto destaca: “En el reino de Chile, los patriotas no logran el apoyo de los indígenas justamente porque esto implicaba para algunos grupos perder privilegios políticos y económicos que habían logrado hacia fines del periodo colonial: no pagar impuestos por su comercio, percepción de sueldos militares por parte de los principales caciques, etcétera. En síntesis, los grupos de la Araucania pasan casi en su totalidad a apoyar a los realistas”.
Estos hechos generan un problema para la Revolución puesto que las comunidades indígenas de la Araucania, a ambos lados de la cordillera de los Andes, estaban muy conectadas, con cruces constantes de grupos y comunicación fluida. Sin embargo, la historiadora de la UNQ asegura que no todas las comunidades se relacionaron de la misma manera: “Las agrupaciones indígenas de pampa y patagonia, al no tener un vínculo tan fuerte con las autoridades coloniales, se mantuvieron bastante al margen de los cambios producidos. Sin embargo, esa neutralidad no se mantuvo por mucho tiempo”.
Finalmente, las presiones ejercidas desde el mundo hispanocriollo y los conflictos al interior de las comunidades indígenas, como resultado de la Independencia, reconfiguraron las alianzas y generaron una nueva manera de relacionarse. Ratto destaca que, “como consecuencia de este convulsionado escenario, la relación de los caciques con los gobiernos criollos también se modificó”. “Los jefes étnicos aprovecharon al máximo la diversidad de opciones que se les presentaba para tejer alianzas o dirimir conflictos ancestrales”, resumió.