La idea de inmediatez, lo acotado y lo breve, de ciertos momentos, son algunos de los emblemas de la actualidad. Parece una suerte de fluidez entre instancias, donde pareciera quedar anulado el proceso de transición. Como si no se dieran algunos tiempos necesarios para la subjetividad a la hora de poner en juego algo con el otro. La pregunta es ¿cuánto influye la dialéctica de la época en los lazos?
La abreviación de instancias afecta la economía de las relaciones desde que empieza hasta que termina, desde la seducción hasta el desarrollo y el duelo. Es como un cuento corto. Muchas veces no llega a ser una novela, y esto contradice un poco la estructura de la neurosis, porque se puede pensar que una de las características de la vida amorosa del neurótico es la de armarse una película. Esta se filma pero es como un corto.
Hoy por hoy suelen darse relaciones donde el otro tiene un lugar casi de mercancía, a la par que otros objetos: se puede usar, y entonces puede ser descartable. Se lo busca en estos términos más que como alguien que puede poner en juego su deseo. En consonancia a esta idea la época instrumenta dispositivos discursivos donde el partener sería prescindible. En los medios de comunicación pueden escucharse gurúes de la sexología entronizando el autoerotismo y enfatizando que el otro es un mero accesorio en la práctica sexual. Es interesante detenerse aquí porque Freud sitúa lo autoerótico como un momento muy primitivo en la constitución psico-sexual del ser humano, previo a la formación del Yo. La propuesta entonces es clara, evitar el escollo del partener y la singularidad de su forma de gozar, la sexualidad desde ese lugar es un cuadro con pocos matices, empobrecido en su coloración.
En el amor no hay conveniencia, no es una PYME donde se pueden evaluar costos y beneficios. El amor implica poder resignar algunas cosas, a saber: una porción del narcisismo, de los ideales, las costumbres. Supone poder ponerse en falta para compartir con otro. Por eso una época que promueve el narcisismo y el consumo se lleva a patadas con el amor que apunta a lo insustituible, a lo singular y no al descarte.
En este punto es importante situar que la pérdida y el descarte plantean operaciones diferentes. La primera implica un trabajo que hay que hacer en relación al otro, ese que se pierde, y donde es posible situar la función del duelo para poder tramitar ese costo psíquico que conlleva el hecho de que alguien no esté más. Se trata de una elaboración para poder inscribir la ausencia del ser amado. El descarte queda ubicado en un plano narcisista: cuando ya no hay más satisfacción se elimina lo que sobra, reduciendo al otro a no ser más que puro cuerpo, desubjetivado.
Lo desubjetivante de ciertas formas en la que se producen o no los vínculos en la actualidad presenta el desafio para los que practicamos el psicoanálisis de no caer en la nostalgia, de que hubo mejores formas de amar casi al modo de una idealización, pero tampoco en un cinismo que entienda que da lo mismo cualquier coordenada amorosa. Se trata de poder ubicar en la escucha caso por caso qué formas de amor son las más saludables para la singularidad de un sujeto.
*Psicoanalistas.