¿Serían capaces de querer construir en el imaginario que una mujer abusada no tiene derecho a trabajar? Sí. También de inventar cifras y de “informarlas” de tal manera que parecerían buscar engañar a la gente, y tratarnos de mentirosas. Tampoco parece importarles decir que somos “corruptas”: lo que parece importarles es deslegitimar la lucha y devienen (¿sin proponérselo?) del lado del violador.
Las víctimas no ganamos dinero por denunciar. Al contrario, lo gastamos.
Me gustaría decir “invertimos”, porque lo hacemos esperando encontrar justicia… Es, de todas maneras, una inversión poco rentable: el 97% de las denuncias de abuso sexual no llegan a obtener una condena favorable. Sin embargo, algunos de los que pueden visibilizar estas problemáticas y cuestionar lo que realmente funciona mal de este sistema, prefieren a veces mentir y demonizar una imagen. Una imagen que es personal y es un ejemplo de una posibilidad de lucha. Es decir, optan por demonizar una lucha.
¿Qué sería lo indigno de cobrar por trabajar? Facturo, tributo, cumplo un contrato que es publicado en un boletín oficial y sustentado con trabajo. Lo sabemos: según cómo se elija contar la noticia se puede generar odio, enojo o indignación en quienes escuchan. Según cómo se comunique podés provocar empatía con la noticia, o todo lo contrario. Sobre todo, en este contexto, no soy ingenua respecto de la enorme desigualdad en la que nos encontramos inmersos, pero esa desigualdad no es de ahora: quizás en este momento lo vemos crudamente porque tenemos más tiempo, porque no estamos inmersos en la vorágine de la rutina como la entendíamos antes: ahora la desigualdad es evidente, incluso si alguien no quisiera verla.
Exhiben mi contrato con una decisión: mostrar la cifra sin contexto, sin explicación, sin aclarar la tarea para la que se me convoca ni la duración de mi trabajo. Pero eso no es lo más asqueroso: se atrevieron a mostrar mi dirección en televisión, sabiendo el riesgo que eso conlleva. ¿Qué buscaría un comunicador con eso? Resaltaron lo que quisieron para confundir plazos y cifras, pero por una fatalidad que no pudieron evitar se quedaron sin tinta para tachar datos personales que, bien saben, me exponen. ¿Se atreverían a mostrar la dirección de los violadores prófugos de la justicia? El debate que deberíamos dar es por qué vivimos en un sistema tan desigual.
Sostener económicamente mi denuncia conlleva muchísimo dinero. Constituirse como querellante, por empezar a hablar, cuesta unos 10 mil dólares, y eso no lo financian los Estados. El acusado tiene garantizada una defensa gratuita, cosa que está muy bien, pero la denunciante debe pagar de su bolsillo a su representante legal si quiere formar parte de la causa: en caso contrario, debe esperar sentada a ver como avanza ”La Justicia”. O no tan sentada, porque tiene que estar a disposición para someterse a cuanta pericia se le quiera realizar. La ciudadanía (inmersa en sus problemas pensando cómo reinventarse en medio de esta hecatombe) no tiene por qué saberlo, pero sí deberían recordarlo los comunicadores que deslegitiman mi capacidad de trabajo, mi entendimiento de la temática, y mi posibilidad de aportar perspectiva de género: la perspectiva que les falta.
Hay muchísima gente trabajando en el Estado, pero el ataque lo recibo a título personal. Le decimos al Estado que es responsable de generar políticas que contribuyan al cumplimiento de los miles de convenios internacionales a los que adhiere en pos de garantizar los derechos humanos y los de las mujeres y disidencias, pero cuando toma medidas e implementa prácticas para tal fin se las tergiversa. Como si yo cobrara una cifra exorbitante. Como si no tuviera derecho a cobrar un sueldo digno por mi trabajo. En un momento de extrema sensibilidad social, el problema no es que Ushuaia invierta en género: el problema es el enfoque que busca enojar a una sociedad que está golpeada. Como artista, sé que mi rubro será uno de los últimos en volver a trabajar. Integro esa sociedad que debe reinventarse para sobrevivir, y lo hago con mis conocimientos, y con la convicción de que es para contribuir a una comunidad más justa. Y, desde el lugar que ocupo, luchar por que todo sea más justo implica trabajar, compartir mi perspectiva, mi experiencia y sostener mi causa en Nicaragua, contra viento y marea y con la dignidad de quien trabaja, tributa y paga impuestos, y nada tiene para ocultar.
La farandulización de las denuncias de abuso sexual no es un invento nuevo: es una práctica sistemática que existía mucho antes de mi conferencia de prensa y que señalamos e intentamos desbaratar. Da la sensación de que intentan quebrar la empatía que muchos y muchas descubrieron entonces. Lo importante, finalmente, no es lo que se diga contra mi nombre propio, lo importante es lo que subyace; el intento de silenciar a todas, todos, todes los que aún no se animaron a hablar y que temen el altísimo costo que se me cobra, que se nos cobra.
No hablan de mi formación o de todo aquello por lo que trabajo y lucho: se limitan a seguir construyendo un estereotipo. Para algunos, como dice Virginie Despentes, una víctima de abuso sexual no debe salir nunca de su condición de víctima: a veces, ese espíritu se les nota demasiado.
A pesar de tener el respaldo judicial de haber logrado la acusación por violación agravada con pedido de captura internacional por la Interpol, se sigue desprestigiando intencionalmente mi voz y se pretende construir el fantasma de la no credibilidad, sobre todo porque no nos quedamos en el lugar de víctimas. Porque salimos, nos corremos, denunciamos, queremos justicia; pero sobre todo queremos seguir con nuestras vidas, no solo queremos: podemos. Gran parte de la sociedad no se banca que nos riamos, nos sintamos sexys, trabajemos, ganemos dinero y nos reinventemos. No se nos perdona no haber sido derrotadas.
En un momento en que muchos índices de violencia bajaron y el de los femicidios y de violencia de género sigue en alza, este tipo de mensajes que buscan “adoctrinar” son de una peligrosidad extrema. Cada uno sabe quién es y qué defiende. Aunque el hilo parezca cortarse por el lado más débil, la verdad sale a la luz siempre. Sé de lo que hablo, y sé que todos los intentos por callar(nos) son inútiles, y parte de estrategias cuyo fin es claro.
Siempre defenderé la libertad de expresión, aunque eso implique que me ataquen violentamente en redes sociales, que mientan, que digan cosas terribles: cada uno sabe lo que hace con esa libertad. Los comunicadores hacen a la construcción del pensamiento colectivo, pero la gente no es manipulable.
Yo ya hablé, ya pude hablar. Es necesario, es justo, es nuestro derecho decir la verdad y buscar Justicia. El derecho a no callar, que parecería generar una resistencia que no deja de llamarnos poderosamente la atención.