En 1975, mientras los últimos helicópteros levantaban vuelo del techo de la embajada norteamericana en Saigón, Francis Ford Coppola decidió reflotar un proyecto que había escrito en 1969 con el guionista John Milius, para que dirigiera el novato George Lucas: adaptaba la formidable historia de El corazón de las tinieblas, de Conrad, para contar Vietnam. Un barco remonta el río adentrándose en la selva en busca de un hombre que se ha vuelto loco. En la novela era un belga empleado en la explotación del caucho que se rebelaba contra sus patrones. En el guión era un coronel de Marines condecorado el que se abroquelaba en la selva con su ejército de indígenas.
Desde 1969, Milius se había vuelto reaccionario (“¡Quieres convertir nuestro guión en basura progre! ¡Vietnam no fue Hair!”) y Lucas estaba abducido por la filmación de La guerra de las galaxias, así que Coppola decidió jugársela solo. Consiguió que la United Artists le diera 13 millones de dólares (una cifra delirante para esos tiempos) y el corte final de la película, a cambio de pagar él todo lo que se excediera en el presupuesto. Nadie contó la catastrófica historia de esa filmación mejor que Eleanor, la esposa de Coppola, que llevó un diario del rodaje y se proponía hacer un documental sobre la película.
Lo primero fue encontrar los actores que interpretaran al coronel Kurtz y a Willard, el oficial enviado a capturarlo. Coppola había pensado en Marlon Brando para Kurtz y en Steve McQueen para Willard. McQueen se negó de plano a pasar quince semanas filmando en la selva. Coppola llamó entonces a Al Pacino, a James Caan y a Jack Nicholson; los tres dijeron que no. Brando mandó decir a través de su agente que no quería hacer ninguna película y menos una sobre Vietnam. Coppola logró interesar a Robert Redford para el papel de Kurtz, hasta que le dijo que filmarían en las Filipinas de Ferdinando Marcos. Coppola tiró sus cinco Oscars por la ventana de su oficina, llamó a casting, eligió a Harvey Keitel para el papel de Willard y partió hacia Filipinas sin actor para Kurtz y sin final para su película (el guión estaba inconcluso).
Todo salió mal desde el principio allá. La humedad y la lluvia, tan importantes para la película, brillaban por su ausencia. Había sequía y racionamiento de agua. Eleanor anota en su diario: “Hace tanto calor que las barras de manteca de cacao se derriten en sus envases. Las plantas de plástico están de moda porque las reales se marchitan en un día. Los perros duermen todo el día y aúllan de noche. Los pájaros empiezan a chillar a las cuatro de la mañana: se quejan de la salida del sol. Leo en un diario que la población de insectos en el mundo pesa ocho veces más que toda la población humana”.
Empezaron con las escenas de playa porque la selva estaba seca. Mientras Dean Tavoularis construía el enorme templo del campamento de Kurtz, Coppola filmaba las escenas con helicópteros. Se los había alquilado a la Fuerza Aérea filipina pero el gobierno de Marcos estaba paranoico con las sublevaciones rebeldes y la mitad de los días se los llevaban de urgencia. Al tercer día de rodaje, Coppola determinó que Keitel no daba el papel e hizo viajar de apuro a un muchachito católico preseleccionado en el casting, llamado Martin Sheen. “Willard es otro, yo seré otro”, dice Coppola y se afeita la barba. Eleanor anota que se está pareciendo más a Kurtz. Se incendia el galpón donde guardaban los efectos especiales y la ropa ignífuga de los extras. Se derriten las dos cámaras que Eleanor iba a usar para su documental.
Hace falta un tigre; lo traen de Los Angeles. Al bajarlo en el aeropuerto de Manila se les escapa. Coppola emborracha a Martin Sheen para la escena inicial de la película. Sheen rompe todo, termina con una crisis de nervios, una enfermera filipina le venda la mano mientras susurra: “Jesús te ama, Marty”. Las lluvias llegan por fin, pero con un tifón, que arruina los decorados. Ya llevan gastados siete de los trece millones y todavía no saben quién será Kurtz. Mientras mira el diluvio por la ventana, Coppola descorcha una botella de vino de 1889. Su esposa le pregunta, atónita, qué festeja. “Que gané tiempo para encontrar el final de la película”, dice él. El corcho se deshace, tienen que colar el vino, no hay copas, beben de un frasco vacío de manteca de maní.
La gran escena del combate nocturno se filma en un puente bombardeado por los japoneses en la Segunda Guerra. Por los megáfonos gritan: “¡Vietnamitas muertos, prepárense para su escena”. Fuegos artificiales y balazos toda la noche. El ejército de Marcos cree que es otra sublevación e interrumpe el rodaje. Tavoularis contrata cuerpos reales en una morgue para hacer más verosímil el campamento de Kurtz. Llegan cubiertos de tierra, el que se los alquiló es un ladrón de cadáveres. Traen una tribu entera de indios ifugao desde la otra punta de la isla para interpretar a la legión de Kurtz. Ellos piden por contrato cerdos y caribúes vivos, para hacer sacrificios. Un enorme obeso con la cabeza rapada aparece un día y le dice hola a Eleanor. Es Brando, acaba de llegar, nadie lo sabía. Nadie esperaba tampoco que viniera tan gordo; hay que reformular su papel. Llega Dennis Hopper, empiezan los problemas de drogas. En la escena de la muerte de Kurtz, está todo listo desde las siete de la mañana pero, a las cinco de la tarde, Coppola y Brando siguen encerrados en la choza-camarín de Marlon. “No sé cómo hacerla”, confiesa Coppola. Vittorio Storaro dice que probó unos efectos con luces y humo, a Brando le gustan. En cuanto se pone a improvisar, Coppola empieza a filmar.
Marlon ha simpatizado con los ifugao y, para despedirse, les hace una fiesta: sólo helados y cañitas voladoras, las dos cosas que más les gustan. Las quince semanas de rodaje ya son más de cincuenta cuando la producción se traslada a Los Angeles. Coppola ha perdido cuarenta kilos y está de color gris, pero todo aquel que ve algo de lo filmado lo considera único, revolucionario. Coppola decide igual volver a Filipinas a hacer tomas adicionales y entra en delirio megalómano. Hace viajar a Martin Sheen, lo vuelve loco, Marty tiene un ataque cardíaco. Se lo esconden a la producción, hacen venir al hermano de Sheen como doble hasta que Marty se reponga. La United Artists saca un seguro de vida por quince millones para Coppola y le informa que ya debe catorce por pasarse de presupuesto. “Valgo más muerto que vivo”, le dice a Eleanor por teléfono. “La pregunta es si vas a morir como Kurtz o vas a volver vivo y cambiado, como Willard”, le contesta ella y le informa que acaba de poner su firma 37 veces en préstamos e hipotecas: no les queda nada propio.
En ese estado presentó Coppola su película al Festival de Cannes en 1979. La tituló Apocalypse Now. Iba a ganar la Palma de Oro, recaudar 150 millones de dólares y convertirse en la mejor película de guerra de todos los tiempos. Cuando en la rueda de prensa le preguntaron si anticipaba semejante vía crucis al empezar, contestó: “Incluso si hubiera hecho una película con el Ratón Mickey habría salido igual”.