En 2007 María Rachid se presentó en el Registro Civil de la calle Uruguay con Claudia Castrosín Verdú. Iban a intentar casarse pero sabían que les iban a decir que no. Un acto finamente calculado en el marco de la campaña por el matrimonio igualitario: se convertirían en una pareja de lesbianas de altísima exposición en tiempos en los que casi nadie quería hacerlo. Claudia Castrosín había sido su compañera desde los primeros años de La Fulana, organización que nació como refugio para mujeres bisexuales y lesbianas que eran expulsadas de sus casas. El amparo llegó hasta la Corte Suprema, que no llegó a pronunciarse porque la ley de matrimonio se aprobó antes. Un ribete menos popular de la historia es que en verdad pasó tanto tiempo entre que redactaron el amparo, que cuando llegó el momento de presentarlo Claudia y María ya estaba separadas.
En 2015 Rachid volvió a ese mismo Registro, donde tantas veces le dijeron que no, para decir que sí: para casarse con Maribe Sgariglia. En la ceremonia, contó que había conocido a Maribe en la militancia. Sentada a su lado estaba Claudia Castrosín. Era una de las testigos. El álbum de bodas de María parece una puesta en práctica de lo que Adrienne Rich llamó contínuum lesbiano, una suerte de rizoma de mujeres que cuidan unas de otras, crean alianzas y vínculos que se transforman de modo que todo quede en familia. Una forma de disidencia frente al modelo de ruptura con desgarro que propone la heterosexualidad. “Siempre terminé muy bien con todas mis relaciones, y en el caso de Claudia siempre decimos que somos de una misma tribu en la que, incluso, maternamos en comunidad junto a otras amigas e incluso a su ex pareja”, cuenta Rachid.
¿Será eso lo que hace que en general las rupturas entre lesbianas suelan ser menos brutales que para lxs heterosexuales?
Quizás nuestra comunidad tiene más erosionado el principio de “propiedad” privada que rige en las relaciones en general, y eso permite mezclar afectos y relaciones anteriores con nuevas relaciones sin que esto genere inconvenientes. Por otro lado, a veces por haber perdido vínculos familiares en nuestras vidas, o por tener durante mucho tiempo prohibidas las fórmulas familiares construidas por esta sociedad, es que hemos generado nuestros propios conceptos de “familia” donde entran distintos tipos de afectos, que no dependen de las reglas establecidas por la monogamia que a veces no sólo rigen sobre la sexualidad sino sobre los afectos en general.
Tenés con Maribe un bebé de ocho meses. ¿Cómo se llevan hoy tu maternidad y tu activismo?
Cambió la perspectiva de todo en mi vida y seguramente también mi militancia lésbica. Me hizo conectarme un poco más con las cosas que nos pasan a las mujeres, como identidad política, en general, y la intersección de eso es mi militancia lésbica. La llegada de Camilo implica por supuesto millones de cosas hermosas pero no me imaginé que podía ser tan difícil. Esta sociedad no está preparada para nada para la maternidad. Y eso es algo que yo sinceramente no había visto. Una lo sabe desde la teoría pero no lo dimensionás hasta que no lo pasás. Son necesidades que muy poca gente atiende, incluso quienes somos feministas y fuimos legisladoras. Pienso “¿Cómo no metí un proyecto por esto o por lo otro?” Partiendo por ejemplo de lo que es el transporte público para una embarazada.
¿Qué le enseñó el debate por el Matrimonio Igualitario a la opinión pública?
Una de las razones por las que insistimos en que la palabra fuera matrimonio y no ninguna de las otras fórmulas que, hacia el final, nos ofrecían era que el Estado estuviera dando un mensaje de igualdad. Se pone a la igualdad jurídica como piso, aunque eso no se traduzca en la realidad inmediatamente. La consigna que les copiamos a les militantes de España era “los mismos derechos con los mismos nombres”. El significado de la palabra “igualdad” fue cambiando, claro. En los 90 hablar de igualdad era totalmente conservador y de derecha. Las consignas de las marchas del orgullo hablaban de diversidad, diferencia, libertad. A partir del 2003, en otro contexto sociopolítico, eso cambió.
El reclamo por la separación de la Iglesia y el Estado estaba presente en las discusiones en 2010. ¿Cómo se renueva hoy esa cuenta pendiente?
Hay una reacción muy fuerte a las conquistas pero creo que siguen siendo sectores minoritarios que encuentran su fortaleza en algunos sectores del evangelismo y la Iglesia Católica, que tiene gran poder pero no tanto como se imagina. Una senadora en ese momento nos decía que ella estaba a favor de la ley pero que como quería ser gobernadora no podía votar a favor porque allí había más iglesias que sedes de todos los partidos juntos. Finalmente votó a favor y al año siguiente fue electa gobernadora con más del 70 por ciento de los votos. No creo que la población argentina tenga una posición contra el avance de derechos.
El amor era una consigna bastante totalizadora en ese momento, como si no hubiera lugar para hablar de la cuestión contractual del matrimonio…
Fue un gran debate interno. Nosotros nunca quisimos vincularlo al amor, por eso insistíamos con la palabra igualdad. Algunes más jóvenes tal vez planteaban el tema del amor pero no queríamos enaltecer el amor romántico como eje de la campaña. De todos modos fue difícil porque la propia sociedad fue haciendo eso.
¿Decís que era una palabra que en ese contexto y para mucha gente funcionaba pero no el eje político?
Claro. Uno de los grandes argumentos de Negre de Alonso y otros senadores que estaban en contra era que nuestras parejas no duraban mucho tiempo. Fue gracioso porque años atrás habíamos armado una campaña convocando a artistas que grabaran videos a favor. Algunos eran parejas de artistas y así se habían grabado. Cuando llegamos al Senado, esas parejas, en su mayoría heterosexuales, se habían divorciado. Esa campaña además de mostrar el apoyo de la cultura nos terminó sirviendo para rebatir el argumento de Negre de Alonso.
Casi nada se hablaba de divorcio y separación. De hecho, Claudia y vos estaban separadas cuando presentaron el amparo para casarse. ¿Cómo ves hoy esa estrategia?
Me genera mucha risa. Pero en ese momento no creo que hubiéramos tenido otra opción. En esa época nadie quería presentar un amparo. Desde la organización queríamos que quienes lo presentaran fueran militantes porque iban tener que poder contestar a las preguntas sobre la ley. Cuando se nos ocurrió presentar el amparo con Claudia estábamos bien. Pero tardó mucho en redactarse, participaron un montón de juristas, incluido Raúl Zaffaroni. Presentamos la lay en 2005 y el amparo se terminó de redactar en 2007. Para ese momento nos estábamos separando. Estábamos peleadas pero tampoco sabíamos cómo seguía. Si nos corríamos, no había en ese momento otra pareja que lo quisiera hacer porque se sabía que no nos íbamos a autorizar.
Era mucha exposición y ningún derecho...
Exacto. Conocíamos muches militantes pero siempre había un tío de la pareja que no sabía, un abuelo que se podría infartar. Y esto iba a salir en todos los medios. De hecho, Alex Freyre y José María Di Bello tampoco eran del todo una pareja deseosa de casarse. Para la familia de Claudia fue difícil. Había parte de mi familia que no sé si lo sabía. Nosotras seguimos sin decir demasiado de nuestra separación pero tampoco es que simulábamos estar juntas. Después empezamos a pensar en presentar en otros lugares que no fueran Buenos Aires porque Negre de Alonso empezaba a decir “este es un problema de Buenos Aires, en las provincias no existe”. Dos compañeros de Rosario se ofrecieron a presentar su amparo, entonces Negre de Alonso dijo “este es un problema de las ciudades con puerto”.