La escena desconcertaría a algún observador esquemático o ultra cartesiano. Se está terminando de leer el documento en el palco. Es momento de desconcentrarse, en cualquier marcha o movilización del planeta. Sobre todo porque se acercan las cinco de la tarde y desde mediodía la marea humana fluye, crece y no cesa. Sin embargo, miles y miles de manifestantes “sueltos”, en pequeños grupos, siguen rumbeando hacia la Plaza de Mayo por las veredas de las Diagonales o la Avenida de Mayo. En las calzadas, las columnas no se dan vuelta. Y en la Avenida 9 de Julio, a siete o diez cuadras del epicentro, hay columnas con decenas de miles de participantes que siguen camino a la Plaza.
“¿A qué van si todo está terminando?”, podría indagar un politólogo noruego recién llegado a esta tierra. Un colega sueco, con más millaje en la Argentina, podría contestarle con sencillez que siguen yendo porque ellas y ellos son el acto, quieren participar, decir presente, poner el cuerpo.
El cronista se cruza con personas que conoce desde hace tiempo y con varias que lo reconocen. La alegría del encuentro, esa magia del hecho colectivo, se expresa en abrazos interminables, risas, autocelebraciones. En algún momento llega la pregunta al periodista, que se supone que sabe… o debería. “¿Cuántos somos?” Imposible determinarlo, a ciencia cierta y a ras del piso.
Profesional al fin, aunque manifestante desde hace décadas también, el escriba se interroga o cuestiona. PáginaI12 podía haberle facilitado un dron o un helicóptero. O uno mismo podría haber alquilado, solo por marzo, un departamento con balcón en un piso alto en la Avenida de Mayo. O así más no fuera (lo aspiracional también existe) uno podría medir por una tarde 1,95 metro, esto es 25 centímetros más de lo que le depararon Natura, los genes familiares o el cerebro que (ahora dicen) todo lo condiciona.
Pero no hay recursos materiales ni es posible pegar el estirón ya pasada la madurez. Para ser francos, no importa para esta crónica. Habrá fotos o imágenes televisivas que den visiones panorámicas. La mejor cobertura para contar un acto en prosa es haciendo infantería, caminando, rozando cuerpos, escuchando cánticos, oliendo gastronomía callejera.
Sí es determinante señalar que –sin haber terminado el mes– ésta fue la quinta movilización con una asistencia multitudinaria, en la Plaza histórica o en treinta cuadras a la redonda. Dos de los docentes hidalgos, una de la clase trabajadora en su amplio abanico y con todas sus organizaciones, las mujeres del 8M, el enésimo 24 de marzo. Esa seguidilla, tal vez, sea única en nuestra rica historia política.
Las manifestaciones interpelan, cuestionan, sobresaltan, rebasan, sulfuran al gobierno del presidente Mauricio Macri, a quien alguien le sopló un párrafo del “Nunca Más” para que colgara en su Facebook. Ese volumen seguramente no integraba la bibliografía del Cardenal Newman cuando “Mauricio” cayó ahí para educarse o, por ahí, ascender socialmente.
El PRO es ajeno a la lucha por la Memoria, Verdad y Justicia desde sus orígenes.
Escribimos “enésimo 24 de marzo”: es una licencia de lenguaje. Las rememoraciones están contadas desde el regreso de la democracia. En los primeros años la concurrencia estuvo signada por la militancia, la pertenencia y el compromiso previos: prevalecían los iniciados. La masividad explotó en el vigésimo aniversario, en 1996 cuando todavía estaban frescas como heridas las defecciones de los gobiernos democráticos: Punto Final y Obediencia debida alfonsinistas, indultos menemistas. El bipartidismo peronista-radical había cedido, cada cual a su manera y con su discurso.
Desde entonces la liturgia congrega cantidades impresionantes de gente. El 24 de marzo devino una muestra aggiornada, cambiante, de las luchas democráticas de cada momento. De los derechos humanos del presente, de los que tanto hablan quienes arrían banderas cuando no embisten contra sus portadores. Se sumaron las reivindicaciones de género, las rebeldías contra las discriminaciones de todo tipo, los reclamos de los pueblos originarios, cien etcéteras.
Ayer hicieron centro el pedido de libertad para Milagro Sala, presa política del gobernador radical Gerardo Morales y el presidente de PRO. Y las banderas o pancartas insistiendo en que “Son 30.000” refutando los intentos negacionistas y aviesos de portavoces del oficialismo. Dediquémosle un vistazo a las dos señales más específicas de 2017. Focalicemos entre la marea que se reproduce.
Hay conmemoraciones en todo el país. La central lo es por la gravitación del número, por el peso simbólico del escenario. Y, en especial, porque en ella desfila “la bandera de los organismos” con las imágenes de los compañeros y compañeras detenidos desaparecidos. Un silencio inicial la acoge y luego el aplauso se eleva, se ramifica, se prolonga durante tantos minutos.
La columna que “va detrás”, escogida cada vez por los organismos, expresa una señal potente, a menudo dolorosa, de cada coyuntura. Ayer fue la orgullosa columna de la Tupac. Es interminable, resalta, se distingue. Muestra colores, rostros, vestimentas que hablan de pertenencia mayoritaria a los sectores más humildes de la sociedad argentina. Tan orgullosos como cualquiera, tan valientes como para desa-fiar la persecución feroz, a menudo ilegal que les depara Cambiemos.
Hay mayoría amplia de sub 40 y, quién sabe, de sub 30. Parejas jóvenes nacidas en democracia llevan a sus críos en brazos, en cochecito o pegados al pecho. El autor se preocupa a priori por las criaturas: apretujones, riesgos. Su reflejo es, seguramente, exagerado o anacrónico. La multitud es serena, altiva, “cuida”.
El pacifismo de las movilizaciones desbarata la narrativa macrista que ve violencia donde hay demandas, reivindicaciones, orgullo de pertenecer.
Lo que no saben los corifeos oficiales lo saben los emprendedores del mercado. Nadie se priva de vender los días de fiesta popular. Desde los artesanos que muestran sus producciones sin recelos hasta las cadenas gringas de cafés o hamburguesas, pasando por los bares repletos de las avenidas.
Nada hay que temer, salvo lo que claman esas masas: descontento, críticas, la sabiduría plebeya de ocupar el espacio público.
“Lo pérfido es negar los 30.000”, dice un cartel, mientras los coros ensayan otras variantes. Darío Lopérfido es una figura menor, de reparto. Sus palabras, empero, merecen debatirse porque sirven de coartada a los represores. Lopérfido es un personaje refinado en sus gustos mundanos, un cuadro de derecha rancia. Pero sus devaneos sirven (adrede) de coartada a nostálgicos del terrorismo de estado que tapan carteles, ensucian baldosas de la memoria con sus artificios numéricos.
Nadie contó a los detenidos desaparecidos como tampoco a los judíos víctimas del Holocausto u a otras minorías que padecieron el genocidio nazi.
Son imperfectos, “fechados” los datos del “Nunca Más”, conseguidos en los albores de la recuperación democrática. En un profundo artículo publicado en El Dipló de marzo, el investigador Daniel Feierstein explica que “la aparición de casos deja claro que cualquier cifra a la que se arribe no es más que una aproximación parcial”. Una verdad sencilla, casi de Perogrullo, que se ratifica cada vez que un nieto apropiado recupera la identidad. O que una familia que calló por años, se anima, en el nuevo contexto. O cuando se desclasifican documentos o se reconocen cuerpos mediante el sabio uso del ADN.
Feierstein cuenta que él mismo dirige una investigación en Tucumán. La Conadep registró allí 609 casos, bajo la sombra de la ignorancia y del terror todavía latente. Los estudios que conduce Feierstein corroboran el doble de casos (ya registrados). Y las averiguaciones todavía siguen: los hechos trágicos se siguen develando, acicateados por la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad, producida en la etapa kirchnerista.
Son ejemplos, entre tantos. Casi es superfluo mencionarlos porque la discusión no es inocente ni busca la precisión histórica. Su afán es descalificar la lucha de los organismos de Derechos Humanos. Primero fueron los represores, luego sus aliados empresarios, aquellos que configuraron el golpe cívico militar. Ahora es una coalición de derecha, ganadora en elecciones libres, que anhela confrontar con las conquistas de los trabajadores, los avances de la sociedad civil y con los mejores protagonistas de las luchas civiles en la Argentina.
A mediodía se descargó un inesperado chubasco tropical de verano en la Capital. Se ensombreció el cielo, diluvió. Era una injusticia meteorológica que resultó menos perdurable que tantas otras. El sol asomó, tal vez mezclado con demasiada humedad. En promedio, se vivió una jornada agradable, luminosa, como los rostros de quienes la construyeron.
El politólogo noruego recaló en un bar sito a medio kilómetro del palco, mientras la imagen de Estela Carlotto acompañaba la lectura del documento conjunto. La clientela miraba monitores sin sonido, se paraba, aplaudía sin cesar. Nuestro flamante amigo se preguntaba si tal euforia no era ociosa. Si la titular de Abuelas de Plaza de Mayo escuchaba esos vítores, que vibraban en un lugar cerrado a tanta distancia. La respuesta correcta es que sí los registró. Que esas ondas llegan porque la empatía y la pertenencia explican cuestiones que la física clásica no alcanza a percibir. Que la comunión laica tiene razones y produce efectos que operadores mediáticos o CEOS reconvertidos a funcionarios no pueden entender. Y que por eso, a menudo, desprecian, desdeñan o hasta odian a las muchedumbres que se adueñan de las calles y las plazas.