Los centinelas
A pesar del paquete de rescate a las artes recientemente anunciado por el gobierno británico, la pandemia --como sucede en todo el mundo-- hace tambalear a teatros de Inglaterra, con muchos preguntándose si se volverán a reponer obras antes de que termine este año nefasto o, incluso, si algunas salas históricas no acabarán cerrando definitivamente sus puertas. Así las cosas, con la actividad detenida en forma indeterminada, ha querido la multipremiada fotógrafa Joanna Vestey arrimar una ayudita, viajando a Londres para retratar algunos de los teatros más icónicos de la urbe. Sin espectadores, cierto es, pero con la presencia de una solitaria persona perdida en el mar de butacas: la de los cuidadores que mantienen a tiro estas instituciones hasta nuevo aviso. Una labor por muchos desconocida que la artista pone en valor, a la par que explora visualmente tópicos fundamentales como patrimonio, identidad, preservación en tiempos de marcada incertidumbre. Así, en el interior del prístino Royal Albert Hall, afinando la mirada verá el espectador a Charlie Jones, que custodia el mítico sitio con mimo. En el Shakespeare’s Globe, con Deborah McGhee; en el National Theater, con Kieron Lillis; en el Lyric Hammersmith, con Siam Alexander; en el Royal Opera House, con Amina L’Bini… En total, capturó Vestey las salas casi, casi vacías de veinte teatros irremplazables, fundamentales para la actividad artística inglesa. La serie, que fotografió muy recientemente, el pasado junio, se llama Custodians for Covid, y su objetivo es recaudar fondos a través de la venta de impresiones en edición limitada. Si logra vender las previstas al precio de 200 libras esterlinas cada una, explica, reuniría 50 mil para cada espacio, cuyo futuro pende de un hilo.
Revisionismo lunar
Varios cráteres del lado oculto de la luna pronto serán rebautizados tras ser alertada la Unión Astronómica Internacional de que sus nombres honran a científicos nazis. Puntualmente, a los germanos Philipp Lenard y Johannes Stark: el primero, ganador del Nobel de Física en 1905 por su trabajo con rayos catódicos; el segundo, en 1919, por descubrir el llamado “efecto Stark”; es decir, el desplazamiento y desdoblamiento de las líneas espectrales de los átomos y moléculas debido a la presencia de un campo eléctrico estático. Profundamente antisemitas, Lenard y Stark en la década del 20 describían a Hitler como “un regalo de Dios de tiempos antiguos, cuando las razas eran más puras, las personas eran más grandes y las mentes estaban menos engañadas. Él está aquí. Se ha revelado como el Führer de lo sincero. Le seguiremos”. No solo abrazaron tempranamente el siniestro ideario nazi: laburaron a capa y espada para propagar el antisemitismo en la ciencia, acosando a colegas judíos y a quienes, sin serlo, se servían de sus teorías. A Albert Einstein, por caso, lo acusaron de ladrón y embustero, desdeñando la relatividad por ser, en sus palabras, “física judía”. Lenard, de hecho, llegó a ser asesor de Hitler, y fue recompensado por su compromiso con la chapa de “Jefe de la Física Aria”. “La ciencia, como ha hecho el movimiento Black Lives Matter en todo el mundo, también reflexiona sobre la historia de sus monumentos”, informa el diario español El país, que ha lanzado la primicia sobre este gesto revisionista que promete zanjar el asunto raudamente, en los próximos días. “Tan pronto como nos enteramos del problema, el presidente del Grupo de Trabajo para la Nomenclatura Lunar inició el proceso de eliminación de estos nombres y preparó una propuesta para renombrar estos dos cráteres”, explicó la astrónoma alemana Rita Schulz, presidenta del equipo que bautiza los objetos planetarios. A su referenciado entender, no hay tutía: “Son nombres inapropiados”, que se eligieron en los 70s desconociendo los antecedentes nazis de la dupla.
John Smith y su abandono serial de carritos de compra
Un misterioso comprador conocido como “John Smith” viene siendo un quebradero de cabeza para varias tiendas en línea, cuyos dueños llevan un año viendo cómo este varón llena un carrito tras otro, con religiosa regularidad, para acabar abandonándolos siempre, inevitablemente, previo a abonar. En cada sitio, elige tan solo un ítem: sean suministros para coches, sean artículos del hogar, pero nunca jamás concreta la orden. A veces, repite la acción durante horas y horas, debatiéndose entre toalleros, buzones, kayaks, llaveros o luces estroboscópicas de emergencia. Según informa el Wall Street Journal, que ha querido llegar al fondo del enigma, el asunto trae cola: el abandono serial de este señor de nombre genérico empioja los análisis de ventas de las tiendas, distorsiona data que comerciantes usan para publicitar o tomar decisiones capitales. También les complica los envíos de mails de seguimiento, en tanto los correos que Smith ingresa, rebotan, no son reales. Cuenta Shawn Bercuson, de FinnBinn, firma que vende cajas para que purretes recién nacidos duerman la mona, que en apenas tres días de abril el infame Smith abandonó 17 carritos de compra. En mayo, redobló esfuerzos: hizo ídem con 73 pedidos. “Las compras canceladas pintan una imagen interesante de este hombre”, arriesga Jefrrey Gornstein, de ConfortHouse.com, otra web golpeada por el extraño hábito del hombre incógnita: por haber elegido chequeras de cuero con monograma, presume que es clásico en su modo de pagar; por su predilección por una almohada para el coxis, que debió haber sufrido alguna caída recientemente… Y siguen las especulaciones. Algunos sospechan que acaso sea un hacker o un competidor que quiere volverlos locos, pero aún cuando han querido averiguar quién diantres es, a partir de datos por él compartidos en formularios online, se han visto en un callejón sin salida: su dirección postal y su teléfono son los de la central operativa de Google en Moutain View, California. Algunos han llamado para recabar información, pero nadie les ha aportado pistas. Hasta que agarró el teléfono el Wall Street Journal… Como parte de esta pequeña gran investigación, contó el periodista Paul Ziobro el reiterado episodio a un portavoz de la compañía. Recibió entonces la respuesta menos pensada: que John Smith no es una persona. Es un bot. Un bot creado justamente por Google para chequear que los precios publicitados estén al día, actualizados. Un bot extraño, eso sí, capaz de elegir entre los productos más curiosos, más antiguos, menos populares…