Decir que en la Argentina la libertad está en peligro no es sólo una mentira afrentosa sino una aberración ideológica de contornos quizá patológicos. La misma idea de compararnos con Venezuela y con Cuba es un parangón tan desencajado y erróneo, tan vetusto e inaplicable que si no fuera obsceno por su ignorancia podría resultar cómico.
El despropósito, del que ya he hablado en estas mismas páginas, de atribuirle al Gobierno una “intención” estatista al establecer cuarentenas para defendernos, en lo posible, del mal de la pandemia, pertenece a este rango de oposición ya no adversativa sino directamente enemiga.
En efecto, no parece posible que algunos argentinos y argentinas profesionales de la actividad intelectual denuncien al gobierno nacional por “recortar” la indepenedencia de las personas individuales con el propósito de beneficiar la presencia activa del Estado. No parece posible, pero es posible.
Hasta se llegó a decir que el comunismo aparecía como una amenaza. El comunismo, nada menos, cuya presencia en la Argentina fue siempre -invariablemente- más retórica que operativa. Sin embargo, algunos salieron a la calle ostentando inscripciones en ese sentido mientras le ponían a la denuncia fondo de cacerolas.
Paralelamente, en los últimos días empezó a levantarse una oleada de acusaciones sobre presuntos hostigamientos al ejercicio de la libertad de prensa y de expresión, denuncias desde ya inverificables lo cual no impide que se las repita hasta el cansancio.
La desmesura de esta campaña opositora --la misma que sostiene la anticuarentena-- fundamenta su procedimiento en reemplazar la verdad por la mentira, quizás porque ha comprobado que el viejo precepto de reiterar mil veces una afirmación falsa termina a la larga por parecer cierta. De igual manera, acusar al otro de lo mismo que yo hago inhabilita al adversario acusado del arsenal defensivo esgrimido para defenderse. Son las tácticas que la derecha neoliberal viene poniendo en práctica desde hace algunas décadas.
Pero el embuste se transforma en indecencia cuando se exalta a la república y sin embargo se la avasalla, o se invoca a la democracia precisamente para no tomarla en cuenta. O cuando se usurpa la que debió haber sido la celebración del día de la Independencia para lanzar a la calle --en la Ciudad de Buenos Aires y en todo el país-- manifestaciones antioficialistas agitando la bandera argentina como si --una vez más-- solo a esos manifestantes les perteneciera, no como emblema nacional sino como símbolo sectario. Y ese mismo día --esa misma tarde-- se mostró con violencia qué cosa puede ser la falta de libertad de prensa que se reclama cuando se persigue a periodistas de un canal afín al Gobierno y se intenta destruir su vehículo a golpes y empujones. Sin duda, se trata de un mundo de paradojas cada vez más peligrosas.