Octubre de 2019. Una marea de estudiantes secundarios se cuela en el subte de Santiago como protesta por el aumento de transporte dando inicio a una crisis inusitada en el país trasandino. Varias de las escenas de La jauría (estreno de Amazon Prime Video) podrían ser parte de esas postales aunque, paradójicamente, se hayan rodado hace un año y medio. Por entonces, de un lado y otro de la cordillera, el denominado “milagro chileno” seguía fuertemente anclado en el imaginario pero había algo de electricidad en el ambiente. En definitiva, esta ficción que sigue la historia de la desaparición de una alumna de un secundario católico captó esa energía furiosa condensándola en ocho episodios que funcionan como “radiografía incómoda” de aquella sociedad.
Quien define a la serie de ese modo es Lucía Puenzo, la directora de XXY y Wakolda, que se mantiene en el terreno seriado a cinco años de Cromo. Lo hace con un thriller impiadoso y que apunta de lleno a la violencia de género. “La noche en espera, cuántas cayeron en medio de la niebla, a cuántas desaparecieron, a cuántas tragaron la tierra (…) No a la Iglesia, no al Estado todo ese aparato, cómplices y culpables, mi cuerpo yo mando”, declama Anita Tijoux en el tema compuesto especialmente para La jauría.
El título se refiere un juego misógino al estilo “La ballena azul” ideado para atacar mujeres y que tiene en la mira a varias de las estudiantes del Santa Inés. Las alumnas del colegio mixto, al que va la parte más acomodada de Santiago, tomaron la institución por el abuso de un profesor. Gritan y tienen “rabia”, están cansadas de que no les crean, y no forman parte de Las Tesis, simplemente porque aún no existe la performance que canta eso de “el violador eres tú”.
La serie arranca con la desaparición de una alumna que lideraba las protestas. “La verdadera naturaleza del hombre es violenta, territorial y dominante”, es el lema de la agrupación criminal que hace circular un video que registra la violación en manada a la menor. Pero no hay noticias de su paradero. En ese contexto, entra en escena el trío de detectives especializadas en delitos de género. El caso es como una bomba de racimo que expone la violencia sistemática contra la mujer y mucha más podredumbre: secuestro de personas, cibercrimen y la arrogancia de los privilegiados del modelo postpinochetista.
“Ya teníamos la serie terminada y, obviamente, para el que conoce un poco la sociedad chilena, el estallido se palpaba hace décadas. Si uno hace una radiografía de esa sociedad podía intuir y hasta desear que eso ocurriera. Y eso es lo que ocurrió. El reclamo incluye una educación y salud públicas. Eso se veía venir. Hay unos pocos que la pasan muy bien. Y el colectivo de jóvenes y las feministas fueron de los primeros que empezaron a empujar y sacudir”, asegura Puenzo.
La jauría fue producida por Fábula, casa matriz de Pablo y Juan de Dios Larraín, responsable de varios de los mayores éxitos del cine chileno de los últimos tres lustros. “Estaban muy abiertos a los cambios y lo que empezó como una serie basada en la brigada de mujeres policías terminó siendo más coral”, plantea la realizadora. Una de las detectives está interpretada por la actriz Daniela Vega, protagonista de Una mujer fantástica. “Dani era la primera que estaba a bordo del proyecto cuando me convocaron. Se sabía que era un escuadrón de género y ella estaba en uno de los papeles protagónicos. Fue una gran compañera de ruta. Las tres lo fueron. Daniela Vega, Antonia Zegers y 'La Bacha' María Gracia Omegna. Fue un rodaje muy exigido para todas. 'La Bacha' recién embarazada y tenía escenas de acción, con corridas, golpes, le puso mucho el cuerpo. Dani no manejaba y de repente tenía que hacerlo en precipicios y disparando. Fue un entrenamiento para las tres, fueron el alma del rodaje”, describe Puenzo.
-De todas tus realizaciones, La jauría posiblemente sea la que más se entromete con la realidad. ¿Eso motivó tu acercamiento al proyecto?
-En realidad, como proyecto empezó hace más de dos años y medio. Eran las primeras marchas y recién se veía a las chicas con el pañuelo verde, las más jóvenes tomando las calles de manera muy creativa, y detrás estaban encolumnadas mujeres de todas las edades y también hombres. Estaba en pleno auge el “Ni Una Menos” conectándose con mujeres de toda América latina. Ése era el momento en que empezamos a escribir La jauría. Cuando me llamaron, las tres protagonistas eran las tres policías de la brigada. Las chicas del colegio eran bastante secundarias, en realidad. Lo de las adolescentes era lo que más me interpelaba en un comienzo y ahí empecé a trabajar con el equipo de autores. Después me enamoré de las policías, pero quería hacer foco en esas chicas y los otros jóvenes, los rugbiers y los hijos de las policías. Había algo ahí.
-La jauría dialoga con varios acontecimientos de época y con algunos puntualmente chilenos. ¿Tuvieron en cuenta cómo puede llegar a repercutir allá y en otras partes?
-La Jauría es una serie incómoda y me parece bueno. Se mete con las clases altas y un colegio privado, sin dudas tiene elementos que son un poco molestos. Pero además es una serie que incluye a muchísimas mujeres en su equipo creativo, tanto en la productora como mi codirectora como Marialy Rivas. También había hombres muy talentosos como directores, pero fueron muchas mujeres como cabeza de equipo, en lo técnico, autoral, el elenco, y Anita Tijoux en la música. Más de la mitad de las que hicieron esta serie son mujeres, y eso no fue algo menor a la hora de concebirla y realizarla. Lo resalto.
-Sos mujer y argentina. ¿Creés que te convocaron por esa sensibilidad y cierto distanciamiento para mostrar las hipocresías de esa sociedad?
-Alguna vez se lo pregunté a los hermanos Larraín, porque además hay muy buenas directoras chilenas. Pero también tiene que ver la asociación del productor inglés Christian Vesper de Freemantle que financia la serie. Nos habíamos conocido y quería que hiciéramos algo juntos. Me acuerdo de que pasamos una tarde, es alguien que sabe muchísimo de literatura argentina, así que hablamos mucho de autores y libros. Una rareza. Eso ya me había dado la pauta de que había algo atractivo. Generalmente trabajan con directores de sello autoral, lo mismo Fábula. Cuando me llamaron, los Larraín me dijeron “hacé lo que quieras”. Y fueron muy fieles a ese mandato. Estamos hablando de una serie de presupuesto relativamente bajos para lo que es un tanque industrial donde el director es un invitado que llega, dirige su capítulo y se va. Acá fue muy parecido a mis películas, en la escritura, dirección, edición, sonido, realmente trabajamos con mucha libertad. Fue como una película salvo que en una maratón de dos años que tenés que trabajar en equipo. Era necesario ese scrum en todas las áreas.
-En El niño pez ya habías tratado las desigualdades, los abusos y violencia contra la mujer y, por otro lado, tus trabajos tienen una identidad visual muy puntual. Mientras allí había una tonalidad húmeda y guaraní, en La Jauría se nota el gris, la tierra y la ceniza del aire en Santiago. ¿Fue premeditada esa búsqueda?
-Trabajamos en esa dirección en cada uno de esos dos trabajos. Es muy cierto, El niño pez era agua y La jauría es tierra. En la preproducción lo planteamos con Nico, mi hermano, que es director de fotografía y está casado con una chilena, o sea que hay mucho ida y vuelta. Pero yo no había vivido allá. Me mudé a Chile y noté instantáneamente eso vinculado al polvo. Se siente. Lo percibís. La jauría sale de Santiago; también tiene cordillera no es solo la ciudad, hay mucho de los alrededores de Santiago. Con los cuatro directores sabíamos también lo que no queríamos: eso que los gringos llaman “coverage”, que es filmar de todos lados y después ven en edición. Esta es una serie de personaje más que de peripecias, aunque sea un thriller y tenga su acción. Nos gustaba la idea de acompañar a los personajes más que avanzar porque sí con el lenguaje de una serie. Queríamos que tuviera cierta cobertura con ciertos encuadres y que eso fuera lo que hubiera para contarla. Fue economizar los recursos a partir de un rodaje muy exigente.
-En los primeros dos episodios parece que la serie va por un lado, con en foco en lo social y la escuela, y después se encarrila hacia el thriller y el policial de procedimiento.¿Te interesaba mezclar esos componentes y géneros?
-Cuando me convocaron ya estaba planteada esa mezcla de capas. La jauría es un conjunto de capas entrecruzadas. Me gustan esas series que son digresivas a lo que proponen en un comienzo y que después deciden por una dirección. Me gusta ese caldo. La violencia de género, también está lo de la iglesia con el robo de bebés, las adopciones ilegales: cuando hacés una radiografía de una sociedad, ese caldo está. Yo creo que las cosas están mezcladas, como creo que la violencia y las desigualdades de género tienen un arraigo cultural que hay que transformar. Creo que en las sociedades hay caldos que están mezclados y que cuando uno los quiere contar en su complejidad, bienvenido sea el caldo. Las cosas no son tan simples. Y la decisión fue ir en esa dirección.
-Más allá de que en XXY y Wakolda la realidad también se mezclaba con la ficción, La jauría está muy vinculada a su coyuntura. ¿Tenías algún tipo de reparo a la hora de cómo trabajar la temática? Mejor dicho, ¿que la temática no absorbiera al relato? O al contrario, siendo éste un momento tan urgente para el feminismo, ¿te parecía propicio ir por todo?
-La escribimos hace dos años y medio, quizás hoy no haría la misma La jauría que entonces. Al margen de eso, a mí me gusta que tengamos protagonistas jóvenes mujeres y no quiero que sean impolutas y perfectas, me gusta que cometan excesos y que a veces se equivoquen. Es lo mismo que les pasa a los colectivos de diferente índole: a veces, por sacudir y dinamitar una situación, puede haber excesos y retrocesos, puede haber discusiones internas. Bienvenido sea que eso pase. Me parece que es importante desmarcarse un poco, y hasta equivocarse un poco y volver para atrás, En la medida que haya diálogo al interior y decisión de corregir ciertas cuestiones. Eso traté de traducirlo en los personajes. Y así como digo esto, tampoco me gusta que todos los hombres sean idiotas o villanos, estereotipos de malvados y esas simplificaciones. Si en nuestras vidas reducimos a los hombres a eso, sería aburridísimo. El arte -y la vida en general- sirve mucho más que para caer en estereotipos y simplificaciones.