Después de cuatro años de presupuestos de ajuste, la Biblioteca Nacional Mariano Moreno enfrenta un agujero financiero que amenaza tragarse las estrellas. Cuando el ministro de Cultura Tristán Bauer recibió el detallado informe que le envió el director de la Biblioteca Juan Sasturain, le anunció que iba a acompañar el pedido de salvataje. El ente autónomo y el ministerio van a obtener una partida extra de 300 millones de pesos, el mínimo necesario para que la Biblioteca siga en su funcionamiento de pandemia. Esto es, cerrada al público pero pagando salarios, cuentas de servicios y algo del muy demorado mantenimiento de un edificio complicado en su funcionamiento.
Ver los números de los últimos años permite ver que no sólo se suspendió toda idea de mejorar en algo la Biblioteca, sino que se cortó hasta el hueso en arreglos necesarios. El edificio diseñado por Clorindo Testa tiene problemas con su indispensable sistema de aire acondicionado -es una estructura completamente cerrada en la que ni los baños tienen ventilación natural- y a los tableros eléctricos centrales hay que mirarlos de reojo. Ascensores, cañerías y cableados necesitan exactamente cuatro años de renovación, y los que trabajan en el edificio cuentan medio asombrados que no se compró ni una computadora, apenas alguna laptop a las perdidas.
El peor año fue 2019, cuando la tendencia a ajustar llegó al colmo. A la tanda de despidos que ya caracterizaba el funcionamiento de la Biblioteca se le sumó una subejecución del insuficiente presupuesto programado, del que no se llegó a utilizar el 90 por ciento. Un detalle de enorme simbolismo es que la entidad no recibió ni un pesito en el último trimestre, exactamente a partir de que Mauricio Macri perdió las elecciones. No extraña que la Biblioteca deba casi sesenta millones de pesos sólo de servicios, ni que el presupuesto que le dejaron para este año 2020 sea simplemente absurdo.
El informe que recibió el ministro Bauer avisa que la Biblioteca enfrenta un déficit de 421 millones de pesos, lo que efectivamente significa que a fin de mes se queda sin un vintén. El mismo análisis explica que para mantener la institución adormilada en cuarentena se necesitan 300 millones, una cifra muy modesta que se va prácticamente en pagar salarios, luz y otros servicios, seguridad, limpieza y un mínimo mantenimiento de ascensores y aire acondicionado.
Este pozo contrasta fuertemente con lo que ocurría antaño. Entre 2012 y 2016, el último presupuesto anterior al macrismo, la Biblioteca mostró cada año un pequeño balance positivo en sus cuentas. Como se sabe, el hombre presupuesta y la inflación y las paritarias disponen, con lo que queda claro que había una buena disposición hacia la entidad, a la que le giraban los fondos necesarios para funcionar. En 2013, el ente autónomo se quedó con 40 millones de pesos de libre disponibilidad, en 2014 con 24, en 2015 con 56 y en 2016, con un millón. En 2017 empezó el déficit, pese a los despidos, cancelación de contratos, cierre del Museo del Libro y destrucción de la notable editorial que rescataba colecciones y libros olvidados. Ese año, a la Biblioteca le faltaron 78 millones, al año siguiente 45, en 2019 se disparó a 106 y este año, con el último presupuesto de la anterior gestión, trepó a 421.
En el tendal quedaron no sólo proyectos individuales valiosos, sino toda idea de crecer. De hecho, se abandonó la misma idea de completarla, ya que el diseño de Testa nunca fue construido por completo. Quien mire la pieza brutalista notará los ventanales cubiertos con películas oscuras o reflectivas para evitar el solazo reinante, un recurso criollo porque nunca se construyeron los voladizos de hormigón que regularían la luz solar. En vida de Testa se inició un plan para terminar la sede y el mismo arquitecto adaptó el diseño a los materiales ahora disponibles, contento de donar el trabajo. Se llegó a encargar un estudio técnico al INTA, sobre todo por el tema de los vientos que llegan libremente desde el río, y luego se paró todo como un gasto superfluo.
Lo mismo ocurrió con el proyecto de reabrir el maravilloso edificio original de la calle México. A pulmón, se habían reabierto los despachos de los dos directores más famosos, Paul Groussac y Jorge Luis Borges, con la intención de crear un museo y una colección Borges. Era el primer paso para restaurar el palacete de San Telmo y reabrirlo como biblioteca pública con el sencillo nombre de Anexo Centro. El proyecto, modesto en números, quedó también en la nada y las salas borgianas fueron cerradas. De hecho, el único proyecto que sigue en marcha es el de digitalización del acervo, porque sus fondos vienen de un crédito de Funplata, el fondo para proyectos especiales de la Cuenca del Plata que no puede ser recortado por ninguna administración. La cuarentena frenó las obras, pero ya están listas las licitaciones para crear ambientes de trabajo y comprar equipos.
Y pensar que la Biblioteca Nacional es la más vieja institución de los argentinos, anterior a la misma bandera. Esta idea de fundar un país fundando una biblioteca es más potente de lo que parece. Cuando la pequeña república asiática de Timor Leste, ex colonia portuguesa y por años ocupada por Indonesia, finalmente logró su independencia, decidió crear una biblioteca nacional en las afueras de la capital. Y le pidieron ayuda a la argentina, que es un antecedente de que juntar libros también es construir identidad.