Los mitos fundamentales del imaginario contemporáneo se derrumban junto con la expansión de la pandemia de Covid-19 en el mundo. El filósofo Ricardo Forster arroja una serie de interrogantes preliminares en El derrumbe del Palacio de Cristal (Akal), un libro riguroso escrito al calor de la necesidad de reflexionar que generó el coronavirus en términos de peligro y oportunidad. “¿Quién nos protege ahora que el Estado ha sido jibarizado con la anuencia de los mismos que hoy le exigen a los gobernantes que se hagan cargo de subsanar lo que ellos desarticularon? ¿Qué decirle a una sociedad que se creyó la bienaventuranza del mercado y sus oportunidades, de la meritocracia y sus pirámides construidas por el “esfuerzo individual y la competencia de los mejores”, de un capitalismo que sólo prometía la multiplicación infinita del consumo mientras se dañaba irreversiblemente a la biósfera? ¿Cómo salir del autismo de un narcisismo todoterreno que se instaló en nuestras interioridades para descubrir que en soledad no llegamos a ningún lado? ¿Cómo reparar almas devoradas por el cuentapropismo moral que hizo de cada individuo una suerte de mónada autosuficiente?”. Forster, autor de notables ensayos como Los hermeneutas de la noche: de Walter Benjamin a Paul Celan, La muerte del héroe y Huellas que regresan, miembro del Consejo de Asesores del Presidente Alberto Fernández, sabe que estas preguntas quizá “iluminen con una luz distinta” la noche viral de la humanidad.
--La respuesta inmediata a la pandemia ha sido, en varios países, poner en práctica políticas públicas de protección de la salud y la economía. ¿Qué Estado vuelve y para qué?
--El covid-19 puso en evidencia los límites y las profundas fracturas generadas por las políticas neoliberales; pone en entredicho la cuestión del capitalismo y libera ciertas palabras que estaban olvidadas, censuradas, tabicadas. La palabra estado comienza a jugar un rol diferente; es falso que el neoliberalismo es antiestatista. El neoliberalismo usó a destajo al Estado, pero para ponerlo al servicio de su propio proyecto de liberalización de las finanzas a nivel global y como un instrumento para ir vaciando los derechos y la existencia del propio Estado de Bienestar. Esta perspectiva ha sido puesta en cuestión: se corrió el velo en las sociedades y vieron que los estados no funcionaban como deberían funcionar; que núcleos claves como la salud fueron olvidados y desfinanciados y que el estado debería ocupar un rol importante en la gestión de la vivienda, la educación y la salud. Vuelve a aparecer la idea que el estado debería intervenir en la vida económica; que el capitalismo liberado de todos los controles es depredador. En el caso argentino, la respuesta que se dio a partir de la pandemia fue poner el Estado al servicio de la reconstrucción de un sistema de salud que había sido prácticamente liquidado por el macrismo y las políticas neoliberales. El Estado interviene no sólo para rearmar el sistema de salud, sino para proteger el trabajo, los pequeños y mediano comerciantes, cuentapropistas, excluidos del sistema, trabajadores en negro, con una inyección enorme de dinero que ya lleva algo así como 5 puntos del PBI y que seguramente va a crecer. El Estado ha llegado de nuevo para quedarse, pero no bajo la fórmula neoliberal de servir a los intereses de la financiarización, sino que con nuevas características, recuperando algunos de los rasgos de lo que se llamó Estado de bienestar. Me parece que vamos hacia una gran disputa entre un estado que recomponga una relación con la sociedad desde la lógica de la distribución más equitativa de los bienes o un estado vigilante, de control, capturado por las grandes corporaciones económicas y que siga funcionando como funcionó hasta ahora.
--En el libro señalás el peligro de que el Big Data termine estando al servicio de un control que exacerbe el autoritarismo, algo que han advertido varios filósofos como el chino Byung-Chul Han. ¿Es un temor distópico que alimenta este presente incierto o hay elementos concretos para preocuparse por la restricción de ciertas libertades?
--La gran utopía de Silicon Valley, que recorrió la década del 90, una internet abierta, democrática, plural, libre, descentralizada, ha sido enterrada. El mundo digital está organizado alrededor de un puñado de empresas que acumulan ganancias siderales; con el coronavirus esto no solo ha aumentado sino que también son las dueñas de un paquete informático de la vida que se despliega en el planeta, que nunca ocurrió antes; a través de sus tecnologías de captura de datos y algoritmos logran penetrar en la sensibilidad y el inconsciente de los individuos, en deseos que ni siquiera el individuo sabe que tiene. El Big Data puede ser utilizado no solamente para ayudar en una pandemia sino también para inclinar las decisiones y perseguir opositores políticos. Hay una lógica de la digitalización que produce fascinación; el estar en nuestras casas ha multiplicado nuestra relación con las tecnologías; nos permiten comunicarnos con nuestros seres queridos; estar al día con la información del mundo; sentir que a pesar de que estamos encerrados, tenemos las ventanas abiertas. Pero también aparecen los mecanismos de control, de regulación, de disciplinamiento, porque es falso suponer que Internet, Facebook, Google, Amazon operan bajo la lógica de la democratización, la pluralidad, la diversidad. Yo creo que esto abre una gran disputa alrededor de dos palabras que deberían hermanarse a partir de la pandemia: la palabra igualdad y la palabra libertad. Es obvio que la pandemia corrió el velo de la desigualdad; había que ser muy necio, muy ingenuo, muy cínico, para no ver antes de la pandemia la desigualdad brutal del capitalismo neoliberal. Hay un sector de la derecha que quiere capturar el rencor y el odio para transformarlo en un dispositivo autoritario, incluso con un nuevo maridaje con el neoliberalismo. Hay otro sector que representa una tradición de izquierda, progresista, emancipatoria, nacional, popular, que vuelve a poner sobre la mesa de la historia el litigio por la igualdad. Los libertaristas en Estados Unidos salen con armas en la mano a enfrentarse al estado federal, como entre nosotros algunos sectores salen a repudiar la cuarentena y el pago de impuestos. Pero esto no tiene nada que ver con la libertad; en todo caso es una forma hiperbólica del liberalismo. Lo que planteo es una disputa alrededor de las libertades que son individuales, pero también colectivas, que tienen que ver con esas plataformas que son grandes corporaciones que manejan informaciones completas de individuos y de sociedades y que no están reguladas.
--¿Por qué las derechas parecen estar capitalizando el descontento de las clases medias y los sectores más vulnerables?
--Esto no es novedoso; en la década del 20 y el 30 del siglo pasado, la respuesta a la primera Guerra mundial, a la Revolución Rusa y a la crisis estructural del capitalismo, fue sostener y dar cobertura a las experiencias fascistas; lo hizo la burguesía alemana con Hitler y la burguesía italiana con Mussolini. Hubo un apoyo (por omisión) de las democracias occidentales para que Franco tuviera el camino libre para terminar ganando la Guerra Civil Española. Esas experiencias fascistas trabajaron sobre clases medias asustadas, sobre sectores populares precarizados por la crisis económica y construyeron un discurso autoritario y demagógico. Las políticas keynesianas podían darse bajo formas democráticas o bajo rasgos fascistoides. Hoy las extremas derechas tienen mayor potencia para trabajar con el sentido común y lo hacen utilizando los recursos que están a la mano: los grandes medios de comunicación y la industria de la cultura, que han sido grandes transmisores de prejuicios, de resentimientos, de lógicas de la violencia racializada, antimigratoria, contra los pobres, con distintas características según el país. Las extremas derechas se alimentan del profundo miedo que sienten sectores importantes de la sociedad cuando están experimentado una caída libre en su vida económica y es fácil la construcción de un chivo expiatorio. Las tradiciones de izquierda, progresistas o emancipatorias, no construyen política a través de la figura del chivo expiatorio. Todo lo contrario; buscan construir política a través de la transversalidad, la diversidad, la aceptación de las diferencias, la democratización, la ampliación de derechos. Una parte importante del sentido común está más capturado por la demagogia de las extremas derechas que por la capacidad de interpelación de los sectores de izquierda. El centro neoliberal prácticamente se derrumbó. El caso brasileño es muy próximo; el centro democrático entrecomillas neoliberal, el PSDB de Fernando Enrique Cardoso, es un partido estallado, y quien hereda desde la derecha la respuesta a las alternativas progresistas es la extrema derecha del bolsonarismo en alianza con el neoliberalismo. En Europa la situación es un poco diferente porque las extremas derechas hoy, a diferencia de lo que hacían hace unos años, incorporan elementos del lenguaje del Estado de Bienestar, de la socialdemocracia clásica y las izquierdas, pero racializado: “Francia para los franceses”; “Italia para los italianos”…y así podríamos seguir bajo un principio autoritario, jerárquico, muy potente. A eso hay que agregarle algo que está a la orden del día: la catástrofe ambiental, uno de los núcleos principales de esta pandemia y de las próximas pandemias con las que nos tengamos que enfrentar. Todo esto está dentro de una olla a presión que está creciendo y no sabemos cuando esa olla reviente cómo va a reventar. Sí vemos con altísima preocupación que por ahora la región se ha derechizado profundamente, pese a Argentina, a México y una Venezuela que está ahí, tratando de sobrevivir. Si uno mira el mapa latinoamericano, sobre todo sudamericano, asusta: en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, Ecuador y Paraguay, con distintas modalidades, hay gobiernos de derecha neoliberal, de extrema derecha neoliberal. Y salvo Paraguay y Uruguay, los más chicos, todos han atravesado la pandemia del peor modo posible.
--La pandemia es global y la solución, búsqueda de la vacuna mediante, también tiene que ser global. La gran paradoja de esta globalidad es que está exacerbando lo nacional, ¿no?
--Volvió la idea de la nación, de la frontera, del límite, de encerrarnos, ¿no?, como el caso neozelandés, una isla a la que de repente llegan dos ciudadanas británicas a un velorio y el virus vuelve a expandirse. Europa que era el modelo de unidad, que había logrado superar los horrores del pasado y dos guerras mundiales, puso en evidencia que un virus vuelve abroquelar a cada una de las naciones. Europa salió muy dañada en términos del imaginario. La idea de unidad ha quedado reducida a su mínima expresión y en los hechos no sabemos muy bien cómo se va reconstruir eso. Hasta ahora lo que queda claro es que Alemania es el país que mejor ha podido tramitar la pandemia porque es el país que más recursos tiene. Hay un retorno de los proteccionismos, un retorno a los nacionalismos; las extremas derechas, desde Estados Unidos pasando por Europa y también en nuestra región, operan sobre los mitos nacionales y los mitos identitarios. El nacionalismo hoy tiene más la forma de la extrema derecha que de un nacionalismo popular democrático. Es muy difícil imaginar un camino en la pos pandemia que tome en cuenta la desigualdad, la injusticia, la depredación de la naturaleza, el calentamiento global, sino se lo hace desde una perspectiva que sea mundial. Sin embargo, pareciera ser que esto no va a ocurrir, entre otras cosas porque los organismos internacionales están desaparecidos en acción. Hoy nadie sabe qué es las Naciones Unidas; la única organización que todavía se mantiene, pero discutida, incluso los Estados Unidos se retiró, es la Organización Mundial de la Salud. El resto de los organismos internacionales están en silencio, mostrando una crisis profunda, paradójicamente en un momento en el que la humanidad está en el interior de un proceso de profunda catástrofe ambiental. Por eso me parece que un proyecto que se quiera democrático, que se quiera igualitarista, que se quiera emancipatorio, tiene que colocar en el corazón de su mirada la idea de igualdad, un sistema económico que piense en los que menos tienen, pero también un profundo cambio en la matriz energética y productiva; una mirada de otro tipo en relación a la naturaleza. Hasta ahora hemos considerado la naturaleza como un recurso y al considerarla como un recurso la hemos convertido en una mercancía más. La gran tarea es desmercantilizar la naturaleza, pero también desmercantilizar la salud, la educación, el acceso a la vivienda. El neoliberalismo transformó todas las esferas de la vida en mercancías. También habría que hacer una demanda a nivel global para impedir que se siga escalando con el pago de la deuda. Hoy es impagable no solo la deuda argentina, sino la deuda que contraen todos los países en función de esta pandemia. Ojalá que este sea un momento en el que se puedan revisar crítica y radicalmente una serie de paradigmas que parecían inmodificables. El gobierno argentino ha planteado el núcleo de lo imposible para el sistema: lo imposible es decir que la salud es prioritaria a la economía; lo imposible es decir que los recursos del Estado tienen que ponerse al servicio de cuidar a los más débiles; lo imposible es decir que no se puede seguir mercantilizando aquello que no puede ser una mercancía, sino que tiene que ser un derecho. Eso que resulta imposible para el poder corporativo es lo que enfrenta hoy la decisión de sostener la cuarentena frente a aquellos que tratan de destruirla o debilitarla; que priorizan la economía y tratan de meterle miedo a la sociedad respecto de que la crisis económica va a tener consecuencias infinitamente más graves que algunos de miles muertos más. Esta es una disputa económica, social, política, cultural y civilizatoria, con todos los problemas que implica estar viviendo en una sociedad que no sale de su perplejidad.