Ubícua e inasible, polisémica y fantasmagórica, la idea de información se ha convertido en el hilo que parece enhebrar todo lo existente, todo lo que existió e incluso lo que quizá nunca exista: seres humanos, animales, vegetales, pero también objetos y máquinas, todos somos, en última instancia, sistemas de datos. Ese dogma es el resultado de un largo proceso cultural que conjuga prácticas sociales y discursos científicos, y cuya genealogía reconstruye Pablo Rodríguez en su libro Las palabras en las cosas (Cactus). Desde el título del libro, Rodríguez --profesor de la UBA e investigador del Conicet-- no sólo alude a Michel Foucault para plantear continuidades y transformaciones respecto de su obra, sino que directamente sugiere que el lenguaje se autonomizó de lo humano y se expandió a las computadoras, los algoritmos, las moléculas...
- ¿Cómo se construyó este proceso que tiene a la idea de información como eje? En el libro lo define como una nueva episteme.
- Episteme es un concepto que alude a un código fundamental de la cultura a partir del cual todos los soldaditos se acomodan en un solo régimen, en una matriz muy identificable. La idea de “episteme moderna” Foucault la aplicaba a las ciencias humanas y sociales, es decir a las ciencias que surgieron en el siglo XIX y que eran un discurso de saber acerca de lo humano. No es que antes no hubiera discursos sobre lo humano, sino que en ese momento determinados discursos científicos definen qué es lo humano. A partir de la idea de información se puede notar que hay un gran conjunto de ciencias que se acomodan según un criterio diferente. Y no son solo ciencias, también hay cuestiones vinculadas con las artes por ejemplo. La información --en realidad, en el libro hablo de información, comunicación, organización y sistema-- es una palabra que se empieza a aplicar a un montón de cosas distintas: a una molécula, a un cerebro, a una computadora... La información es candidata a ocupar un lugar central en una episteme en la medida en que intenta explicar un gran conjunto de variables de órdenes diferentes.
- ¿Cuándo comienza ese proceso?
- La aparición manifiesta se podría ubicar en la década de 1940-1950. Casi ninguna historia de las ciencias le ha dado la importancia que tienen a las Conferencias Macy, una serie de encuentros científicos que se hicieron en Estados Unidos entre 1946 y 1953. Ahí surge la idea de la cibernética --es el nombre que le pone Norbert Wiener-- y, dentro de la cibernética, el problema de la información. A partir de entonces aparecen las relaciones con la biología molecular, la computación --que surge en esa época--, las ciencias cognitivas... Ese es el emergente fuerte de la nueva episteme. Pero en realidad esa idea de información ya estaba prefigurada desde mucho tiempo antes. Por ejemplo, en la estadística, que constituye un tipo de saber en el que los signos se acomodan solos, es decir, un tipo de saber donde se manifiesta la posibilidad de que las representaciones de las cosas adquieran un sentido propio más allá de lo que están representando. Foucault decía que en la episteme moderna la representación estaba aprisionada en la figura del hombre. Pero en ese mismo tiempo, en filigrana, ya había un conjunto de discursos y disposiciones que después la cibernética vino a revelar, como a destapar la olla. Es la idea de que hay un orden de los signos que es parcialmente independiente de lo humano. Eso es lo que la cibernética pone blanco sobre negro.
- ¿Cuáles son las prácticas sociales que caracterizan a este nuevo ordenamiento?
- Hoy nuestra vida cotidiana está atravesada por las tecnologías de la información, WhatsApp, redes sociales, geolocalizadores para movernos... Hay una parte nada menor de la vida social de la mayoría de las personas que pasa por la mediación de plataformas informáticas. No discuto que existe la brecha digital, y que mucha gente no está conectada. Pero para los que sí lo estamos, la información está absolutamente imbricada en nuestra vida. Hasta la década del 80-90, el imaginario acerca de todo esto era el de lo virtual, sociedad virtual, aula virtual, según la cual se estaba duplicando un mundo por otro. Pero ahora, si conocemos a alguien a través de una plataforma, ya no podemos decir que hay una duplicación. Sí podemos decir que metés en una aplicación lo que antes te llevaba mucho tiempo: conocer a alguien, ir a un bar (hoy tenés Tinder); o ir a cambiar cassettes al Parque Rivadavia (hoy tenés Spotify). Todo el tiempo estamos dejando nuestros datos para que esas plataformas o dispositivos nos digan qué tenemos que hacer. Estamos esperando que nos digan qué hacer, no es que nos preocupa eso.
"Todo el tiempo estamos dejando nuestros datos para que esas plataformas o dispositivos nos digan qué tenemos que hacer."
Y esto nos lleva también a la pregunta sobre si nuestros comportamientos no son también de alguna manera algorítmicos. Alguien puede decir que Tinder es la objetivación y la tecnificación del deseo. Pero también cuando conocemos a otra persona hacemos ciertos cálculos. No es que seamos seres puramente calculadores, pero las cosas que están en el algoritmo son humanas, porque esos algoritmos los diseñaron seres humanos. El asunto es que hoy nos estamos poniendo manifiestamente a vivir por la mediación de esos algoritmos, de esas redes y dispositivos. Si no entendemos la noción de información, no se entiende esto.
- ¿Hay nuevas subjetividades propias de esta etapa?
- Cuando buscamos información en la web o en las redes, esa búsqueda no se produce en un mundo libre de datos disponibles, sino que está determinada por las búsquedas pasadas, por nuestro perfil de usuario y por los demás perfiles. La información que nos entregan como resultado está determinada por eso. Si esto fuera algo accesorio para la vida social, sería un jueguito. Pero si eso forma parte central de nuestras vidas, si muchas personas dedican mucho tiempo de sus vidas a Facebook o Instagram, por ejemplo, esto tiene que afectar a lo que llamamos subjetivación, a los modos de producción de sujetos. Si los modos de relación entre las personas pasan por estos procesamientos de datos, tenemos un proceso de subjetivación diferente al que teníamos.
- En el libro usa el concepto de "dividual" para explicar esta transformación.
- Es un concepto que usa Deleuze, pero que tiene una historia detrás, relacionada con la idea de que el individuo no es completamente individuo, sino que es divisible o multiplicable por sí mismo. Esto es difícil de pensar para nosotros porque todavía somos modernos, vivimos a partir de la idea de que hay una coincidencia entre cuerpo, persona, individuo, sujeto. Hoy las teorías de género ponen en discusión eso, pero en general seguimos pensando así. Sin embargo, eso se está alterando, hay una especie de fragmentación que se expresa por ejemplo en las redes sociales. La construcción de lo subjetivo siempre es social, pero hoy tratamos con nosotros mismos y nos relacionamos con los demás como si todos fuéramos un gran paquete de datos. Lo sepamos o no. Si yo edito la información de mi perfil, lo estoy sabiendo. Pero no estoy pensándolo cada vez que las redes me sugieren contenido o contactos. Cada oferta de amistad que nos ofrece la red es el resultado de un gran procesamiento de datos, que incluye los datos propios. Tus perfiles en las redes son parte de vos, sin ser vos mismo.
"Tus perfiles en las redes son parte de vos, sin ser vos mismo... La información de un análisis genético es expresión de una persona, pero no es la persona misma."
En este proceso de dividuación, el individuo se convierte en cosas diferentes, que pueden ser remitidas a él pero no solamente. Un caso de esta dividuación son las unidades biológicas. La información de un análisis genético, por ejemplo, es la expresión de una persona, pero no es la persona misma. Decimos que hay información en las moléculas, y esa información se manifiesta en una secuencia, y esa secuencia la sacamos de un tejido que, a su vez, forma parte de un cuerpo. Ahí tenemos cuatro instancias. Si un laboratorio dice “yo soy dueño de tal secuencia genética porque pude obtenerla”, un Estado puede decirle que no, que se trata de un bien común --como ha pasado con la secuenciación del genoma humano--. La secuencia no es una materialidad, no existe fuera de un tejido, pero si un laboratorio se la lleva es como si se llevara una parte de la persona de donde proviene. Lo mismo pasa con las células madre. Todos estos ejemplos nos dicen que uno no es únicamente uno, sino que estamos desparramados en diferentes paquetes de datos fragmentados en distintos lugares. Y todos esos datos son parte de nosotros, sin ser nosotros. Con todo eso establecemos una relación de interioridad y exterioridad, nos representan en algo y, al mismo tiempo, nada de todo eso es... mi mano. La nueva episteme es solidaria con determinadas prácticas sociales para las que, donde antes había individuos, ahora hay conjuntos diferentes.
- ¿Qué nuevas formas de control o vigilancia social son parte de esta trama?
- Esa es una de las cuestiones más complicadas de la nueva época. Hasta hace un tiempo uno podía decir: todos estamos vigilados... Era una suerte de paranoia que funcionaba como sistema crítico. Pero hoy la vigilancia se mezcló con el manejo de cuestiones prácticas, como saber qué camino o qué medio de transporte me tomo para ir a un lugar. Es una era de vigilancia absoluta, pero como estamos completamente vigilados no está claro quién vigila. Claro que hay dueños de infraestructura, dueños de servers y plataformas, es decir podemos identificar a determinadas personas como quienes tienen nuestros datos, pero como cada paso de todas nuestras vidas está datificado, esos datos están solo parcialmente procesados por humanos. En la gran mayoría de los casos, los datos son procesados algorítmicamente, funcionando a partir de la construcción de perfiles, algunos perfiles construidos por nosotros mismos en nuestras redes sociales, otros construidos ligando datos como los de las compras con tarjeta, la geolocalización de los lugares donde estamos, los consumos en la web. Todo eso es más o menos fácil de recolectar. Pero hay otra zona mucho más compleja: tenemos tantos datos que, en realidad, no sabemos qué es lo que hay, por eso existe la minería de datos, que está buscando construir perfiles que no conocemos. Como estamos mediados por estas plataformas, podemos decir que estamos completamente vigilados, porque todo lo que se nos sugiere viene determinado por esas plataformas. Pero detrás de esas plataformas no hay un señor malísimo, sino que hay un sistema sociotécnico: es decir que hemos delegado una parte no menor de la vida social en ese tipo de procesos técnicos, que son también procesos sociales. Todos esos datos nos constituyen. Porque aunque alguien no quiera entregar sus datos, no tenga celular, si va por la calle lo toman las cámaras... Desde el punto de vista de una fantasía como la de 1984, estamos mucho más en el horno que antes. Pero a la vez, el Big Brother no está claro qué es, ni quién, ni cómo funciona, porque está demasiado inmiscuido en la vida cotidiana y en nuestros criterios de practicidad. En 1984 había alguien malo que vigilaba para ejercer poder. Hoy ese poder está ejercido por mecanismos sociotécnicos a los cuales nosotros les delegamos esa capacidad y, al mismo tiempo, esos mecanismos sociotécnicos tienen una relativa independencia de criterio. La minería de datos, los algoritmos que procesan datos, arrojan resultados desconocidos para quien elaboró esos procesos originalmente. Este es un fenómeno muy inquietante. Y lo más inquietante es que, en un nivel, no somos sino datos.
- ¿El capital establece formas de acumulación diferentes en esta nueva configuración?
- Hay una economía de datos y está planteada una discusión acerca de la teoría del valor clásica, porque se está generando valor económico con cosas que no tienen trabajo detrás o, en todo caso, cosas que nos exigen redefinir qué es trabajo. Pero efectivamente ahí hay un tipo de capital. La economía de plataformas supone una nueva forma de explotación de algo que aun no sabemos si vamos a llamar plusvalía... Estamos generando unidades económicas a partir de cosas que no sentimos que sean trabajo, que no son cambiar tiempo por un salario, porque estamos todo el tiempo generando datos que son mercancías.
"Estamos generando unidades económicas a partir de cosas que no sentimos que sean trabajo: todo el tiempo generamos datos que son mercancías."
Si todo el tiempo estamos generando mercancías, estamos ante una nueva etapa de acumulación. ¿Podemos decir que toda la serie plataformas-algoritmos-datos constituye una nueva acumulación originaria? No tengo un discurso cerrado sobre esto. Hay empresas que se compran y se venden, hay personas que se hacen millonarias o se quedan en la calle por esto que, en un sentido material estricto, no es nada. Por otro lado, tenemos al llamado biocapital, que implica tomar fenómenos vivientes y transformarlos en productivos por su propia condición de vivientes: por ejemplo, puedo agarrar ensambles moleculares y patentar una secuencia o patentar un proceso. Es algo que está vivo y que es tomado como una unidad productiva, es parte de un proceso de producción, es decir que ya no forma parte de lo vivo sino que forma parte del capital. Y esto se vincula con lo dividual: justamente porque nosotros no somos solo nosotros, ni la máquina es sólo la máquina, sino que todos estamos desperdigados por todos lados... Mientras siga habiendo capitalismo, el capitalismo va a usufructuar todo eso. ¿Podemos explicar cómo lo hace usando las categorías del siglo XIX? Claramente, no. Todo esto es inentendible sin el problema de la información. A la vez, esto no quiere decir que no sigan existiendo otros procesos más antiguos… Las fábricas siguen existiendo. El mundo tal como estaba sigue estando, pero también se está abriendo paso otro mundo.
- ¿Qué formas de resistencia social se desarrollan o pueden desarrollarse en este escenario?
- Hoy no sabemos bien por dónde pasa la resistencia. Lo que sí tenemos claro, y esto debería dejar de ser tomado como un defecto, es que ya no va a haber un sujeto político como antes, en el sentido de un sujeto identificable, con reivindicaciones estables, con definiciones claras respecto de con quién tiene que negociar. Durante un tiempo se creyó que las tecnologías permitían un tipo de lazo que no permitía la política tradicional --por ejemplo, la idea de “la primavera árabe”--. Pero pronto se demostró que no hay que ser tan optimista. Creo que de acá para adelante vamos a tener sujetos políticos muy inestables, y el tipo de resistencia que pueden plantear es muy variable. Si la resistencia es contra algo global, lo global es tan global que no se sabe por dónde resistir. Eso genera que casi todas las disputas se planteen por cuestiones locales. Los mismos agentes no tienen, como antes, una definición de la historia y del antagonismo, una delimitación del conflicto. No es que todo eso ya no exista, sino que existe cada vez más pero de un modo dividual: cada vez vemos más resistencias, pero muy difícilmente puedan ser unificables. Por un lado, se necesita cada vez menos organización para resistir. Pero, por otro lado, la resistencia es cada vez menos orgánica y más episódica. En los mundos progresistas donde uno se mueve, siempre queda mejor hablar de un sujeto unificado, con una organización estable y con una conducción que sabe hacia dónde va. Pero ese no puede ser el único criterio con el cual juzgar algo que todavía no entendemos cómo se está generando. No creo que hoy una organización débil sea sinónimo de debilidad política. En otra época sí, ahora quizás no.
- ¿Cómo inciden hoy, en todo este contexto, la pandemia y la cuarentena? Las relaciones sociales parecen haberse desplazado más que nunca hacia los dispositivos y las redes informáticas.
- Creo que lo que ocurre en esta cuarentena confirma que algunas de las cuestiones que trato en el libro son centrales para entender las transformaciones operadas por la información tanto en las ciencias como en la vida cotidiana. Una de estas cuestiones es la relación entre un virus y la viralización, o sea, entre cómo se enfoca el estudio de un bicho que compone de maneras extrañas con los cuerpos y cómo se utiliza ese mismo bicho como metáfora de una circulación descontrolada. El coronavirus circula de manera descontrolada, entonces se detiene la circulación de los cuerpos, pero eso sólo se hace posible gracias a que, encerrados, podemos viralizar todo tipo de opiniones, comentarios, chistes, palabras de amor y de odio, etc. Obviamente, en otros tiempos hubo cuarentenas sin viralizaciones, pero ¿cómo entenderíamos esta cuarentena sin las tecnologías de información?
"Obviamente, en otros tiempos hubo cuarentenas sin viralizaciones, pero ¿cómo entenderíamos esta cuarentena sin las tecnologías de información?"
Por otro lado, las viralizaciones y las relaciones que se establecen a través de las redes sociales no son simplemente un remedo de las interacciones cara a cara que tendríamos en la vida normal. En el medio están los datos, los algoritmos, las plataformas, todo un sistema tecnológico que hace minería de datos, elabora perfiles y conecta esos mapas de nosotros mismos con otros mapas de otros. Lo dividual no es una duplicación de uno mismo, es más bien la interacción que se plantea entre individualidades que dejan de serlo porque el medio que las conecta participa de la definición de cada uno para conectarlos: las sugerencias de amistad, las publicidades, los links a textos, todo ello está construido en base a los mismos perfiles que también editamos nosotros en nuestras redes.
- ¿Cómo observa la adaptación de instituciones como las educativas al distanciamiento social?
- Las instituciones tradicionales se tuvieron que adaptar a una virtualización forzada... En mi hogar de clase media se puede trastornar la rutina por tener la escuela en la pantalla, pero la adaptación es posible. Una parte enorme de la población no tiene esa posibilidad por múltiples razones. Ahora bien, incluso cuando se logra esa “adaptación”, se producen cosas extrañas. Foucault decía que la escuela operaba según una lógica panóptica: las y los docentes hablando y mirando desde posición central, las y los alumnos callando y devolviendo la mirada. El otro día escuché a una docente de mi hija decir: “todos con las cámaras prendidas y los micrófonos apagados”. Yo pensé: qué eficaz sigue siendo el panóptico como técnica. Sin embargo, comentando esto mismo en una clase de posgrado en la UBA, una estudiante me la devolvió: “Ojo, porque también nosotros tenemos acceso a la intimidad de tu casa”. Estas distintas interpretaciones muestran cómo se constituyen las sociedades de control y cómo, para ello, se superponen formas viejas y nuevas, pero también cómo nos vemos obligados a redefinir lo público y lo privado, y ahí es donde se ve cómo se relacionan las nuevas formas de vigilancia con nuevos modelos subjetivos donde la intimidad se encuentra redefinida. Lo que hace esta cuarentena es poner blanco sobre negro un conjunto de mutaciones que ya se estaban produciendo. Habrá que ver cuánto queda de todo esto cuando pase la pandemia, pero estoy seguro que no se volverá a lo mismo de antes, justamente porque eso “de antes” ya era distinto respecto de lo que eran las relaciones sociales hace apenas una década... Internet habrá hecho su explosión en los ’90, los celulares en los años 2000 y las redes sociales más tarde, pero su integración en el mundo cambiante de las plataformas, implicando a millones y millones de personas y sincronizándolas, tiene mucho menos tiempo. Y así de dramático fue el cambio que ahora, con otra transformación más dramática aún, no sabremos bien a qué atenernos cuando nos digan que tendremos nuevamente una “vida normal”.