Libertad de expresión
Nunca suficientemente reiterado. En 1948, la Organización de la Naciones Unidas declaró a la libertad de expresión como derecho humano. El derecho implica deberes y responsabilidades, entre ellos proteger el orden público y la salud de los ciudadanos. Nadie, y mucho menos los trabajadores de la palabra, debería usar la libertad de expresión como argumento para engañar e incitar al odio y a la violencia. Quien lo hace, comete acciones ilegales.
Algo más.
La libertad de expresión suele confundirse con la libertad de prensa es decir, el derecho de los medios de comunicación (gráfica, radio, televisión, digitales) para investigar, informar y difundir informaciones sin censura previa. También, se ataca la libertad de prensa cuando se monopoliza el suministro de papel, las frecuencias radioeléctricas, las plataformas y herramientas para difundir información, lo cual impide la libre difusión de ideas y opiniones.
Lamentablemente, como expresó Georges Bernanos en 1943: “Los periodistas no debemos hacernos ilusiones sobre la eficacia de nuestra acción frente a los hipócritas que prosiguen su trabajo de corrupción en nombre de los mismos principios que nosotros defendemos… adoptando, según los principios del Mein Kampf, el nombre y la actitud que mejor favorecen sus intenciones”.
La cita no es casual.
La historia enseña que, detrás de actos como el penoso banderazo del pasado 9 de julio, hay planes destituyentes, profesionales de la calumnia y mentirosos seriales que reiteran los patrones de la propaganda nazi y usan la libertad de expresión y de prensa (como en la República de Weimar) para esparcir discursos de odio similares a los elaborados por Goebbels, para lograr el ascenso electoral de Hitler.
Durante el Reichstag, la propaganda nazi basaba su eficacia en la naturalización del resentimiento, la violencia, la represión y la discriminación. Ya en el poder, produjeron amables puestas de escena de campos de concentración (subtitulados en inglés) para embajadores extranjeros; en tanto perpetraban sus crímenes y servicios a la muerte.
En nombre de la libertad, demonios se buscan
Aunque atroz, el pasado permite observar que, ante las miradas de quienes conforman masa, el camión de exteriores de C5N asemeja un carro de asalto hostil a sus castillos y descubrir por qué hay sujetos capaces de perseguir y golpear a los trabajadores a gritos de “Demonio” y “Basta de ataques a la libertad de expresión”.
Sin duda, la mayor responsabilidad política corresponde a aquellos líderes que, en defensa de mezquinos intereses, teledirigen a los odiadores hacia la violencia y la violación de la cuarentena.
Tampoco sorprende que sus voceros, al enfrentar obvias contradicciones se justifiquen distribuyendo culpas y demonios. Todos reprimen. Todos mienten y espían, espiaron o espiaran.
“Ninguna de esas críticas aludirá a la violencia estructural” dice Daniel Feierstein en “Los dos demonios recargados”.
Jamás mencionarán paraísos fiscales, apropiación de tierras, vaciamiento de empresas u operaciones de prensa.
Sin embargo,la mayoría de los comunicadores creemos que, “como toda la ciudadanía, estamos sometidos al escrutinio público y a la ley. No tenemos privilegios. Y no toda crítica, por exagerada o injusta que sea, puede ser considerada como un ataque a la libertad de expresión”.
A casi un siglo de la Primera Gran Guerra, la espiral de los tiempos exhibe, al ritmo de las crisis del mundo global, la multiplicación de discursos de odio.
El reto es aceptar una única libertad de expresión humana, aquella queconstruye opinión pública libre, plural y solidaria.
De ello dependen las democracias y la supervivencia del planeta.
* Antropóloga.