El realizador tucumano Luis Sampieri conoció al arriero Mario Reyes hace treinta años. Por aquel entonces, el cineasta estudiaba Fotografía en la Facultad de Artes de la Universidad de Tucumán. Un grupo de amigos subió al cerro El Negrito y Sampieri fue a la montaña con ellos para tomar fotos. El arriero que los llevaba en esa oportunidad era Reyes, que era también guardaparques de la comunidad de Amaicha del Valle. En el cerro, Sampieri se apunó y Reyes lo bajó atado a caballo. En el medio del camino de vuelta, lo atendió una curandera y lo asistió. A Sampieri siempre le quedó ese recuerdo. Tanto, que ahora estrena su cuarto largometraje, Señales de humo, con Mario Reyes, como uno de los personajes importantes de su nueva película, que se podrá ver desde el jueves 16 por Cine.ar.
Señales de humo fue filmado en Amaicha del Valle, una pequeña comunidad indígena de Tucumán, de unos cinco mil habitantes. De repente, el servicio de internet se ve interrumpido a causa de un temporal de fuertes vientos que azota la región. El arriero y guardaparques de la comunidad tendrá que subir a la alta montaña para reparar el desperfecto, junto al ingeniero de la compañía proveedora del servicio. Con el rostro curtido por el viento y el frío de las altas cumbres, Mario ayudará al ingeniero a sortear una serie de dificultades para arribar a la cima. Ya en las alturas, a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar, miran hacia donde se encuentra apostada la antena: el único vestigio de modernidad en el desolado paraje. Contrarreloj, intentan reparar el artefacto antes de la caída del sol, pero las malas condiciones climáticas les impiden continuar con el trabajo, mientras la oscuridad se adueña de la montaña. En medio de la noche cerrada, Mario realiza una fogata para avisar en el pueblo que se encuentran sanos y salvos, mientras observa el humo que se diluye en las alturas como el paso de una vida ancestral que nunca más volverá a ser la misma.
Sampieri se formó en la dirección, guion y producción de cine entre los años 1991 y 1996 con el gran José Martínez Suarez. Realizó distintos talleres de guion cinematográfico con autores como Osvaldo Bayer, Jean-Claude Carrière y Eduardo Leiva Müller, con el cual co-escribió dos guiones de largometraje. En 1995, dirigió y produjo el mediometraje en 16mm La máquina del humo. En el 2000 dirigió y produjo el largometraje Cabecita rubia. En 2001 se trasladó a España y fundó la productora Cierzo Films en Barcelona, con la que realizó comerciales y documentales para TV. En 2006 dirigió el documental Te acompañamos, estrenado en los cines Verdi de Barcelona. En 2010 dirigió y produjo Fin, y fue seleccionado para participar en el Forum del Festival de Cine de Berlín, además de recibir el Premio al mejor director del Festival de Cine de Málaga. En 2015 dirigió su tercer largometraje, La hija, protagonizado por Harry Havilio, Gloria Berbuc y Daniel Elías entre otros.
"Yo me vine de España hace siete años. Me fui a vivir al campo, a Santa María de Catamarca. Y en el campo permanentemente se nos cortaba Internet. Un día que fui a la compañía que nos daba el servicio me dijeron que siempre se cortaba la transmisión porque tenían una antena retransmisora en el cerro. Y que tenían que esperar a que bajaran la nevada y los vientos y que los arrieros fueran a cambiar la antena", recuerda Sampieri, quien les preguntó cuándo se podía concretar. Y le comentaron que eso depende del arriero. "Cuando pregunté quién era el arriero, me dijeron 'Mario Reyes'. Para mi sorpresa, después de treinta años me volví a contactar con Mario a través de este hecho; la zona siempre sufre los cortes de internet y teléfono para la transmisión. Yo vivía en ese momento como a 70 kilómetros, fui a verlo y a partir de ahí surgió la idea de poder hacer una película. Le propuse, él se enganchó y empecé con la investigación", rememora Sampieri.
-¿Iba ya con la idea de filmar esa situación?
-El detonante fue una imagen que vi, estando yo en un lugar, donde una mula llevaba una antena. Hace años vi esa imagen y me quedó grabada. Yo creo que ese fue el punto de partida. Me llamó la atención y, a partir de la experiencia personal del contacto con Mario, filmamos. Lo que se ve no es que dista mucho del guion, pero en él había situaciones con los hijos de Mario que no se dieron de manera orgánica como yo buscaba. Había ido mucho con Mario y su mujer, Estela, al cerro, antes de filmar, pero lamentablemente Estela falleció y no se pudo filmar. Lo que se ve son situaciones que se fueron dando antes del rodaje y alguna en el rodaje.
-Es interesante ver cómo la tecnología es una necesidad importante aun en lugares que, a priori, no parecería serlo tanto, ¿no?
-Sí. Creo que hemos hecho el "Homo Tecnológico". Lo ha creado esta sociedad. Hemos creado una dependencia extrema con la tecnología, y me incluyo. Incluso, en los lugares más alejados.
-¿La idea fue evidenciar el contraste entre modernidad y tradición?
-Yo vengo de la fotografía. Me gustan mucho las películas con mucha imagen. No es que no me gusten las películas dialogadas. Al contrario: me encanta también el cine con mucho texto. Pero he intentado que haya imágenes en la película que planteen eso. Una que a mí me gusta mucho es la de la cabeza de la mula tapada con la manta. Tiene muchas lecturas. En realidad, la tapan para que no los patee al arriero y al ingeniero cuando cargan la antena en el animal. Pero no sé hasta qué punto esa mula se está tapando también de la tecnología.
-¿Otro tema de la película es el de la incomunicación entre las personas?
-Sí, evidentemente. La incomunicación o el planteo de para qué queremos la comunicación. O sea, para qué nosotros necesitamos esa comunicación: si la necesitamos para algo banal o para algo esencial. Por eso, también el título. Ellos, en un momento hacen ese fuego en la montaña y resulta alegórico. Es algo que se hacía cuando alguien llegaba a un lugar en el campo: hacía una señal de humo para decir que había llegado bien. Pero el tema que atraviesa la película es la comunicación y también la incomunicación por la cuestión de la tecnología.
-¿Fue dificultoso el rodaje en la montaña?
-Sí. La verdad es que fue la parte del rodaje que más me gustó porque cuando tenés muchas dificultades es cuando afloran muchas cosas que para mí son mejores. Te sube la adrenalina porque hay situaciones que no se dan de manera natural. Por ejemplo, me acuerdo que íbamos llegando a un lugar que me encantó: eran unas cuevas, que no pudimos filmar porque el equipo estaba muy cansado. Fue dificultoso porque es mucha altura, mucho viento, mucho frío, no podés caminar. Querés hacer una toma y tenés que bajar una lomita, subirla y te terminás apunando. Te falta el aire. Pero con todas las dificultades, fue la parte más emocionante. No es que las otras no lo hayan sido sino que fue la parte que nos ofreció más posibilidades.