“Al elegir a Donald Trump, un predador ignorante, mendaz y matón, un racista que odia y teme a los latinos, a los musulmanes y a las mujeres, un hombre que no cree que el planeta esté en peligro de extinguirse por razones climáticas y que va a aumentar la aflicción y desventura de los habitantes más necesitados de su país y del mundo entero, América ha revelado su verdadero ser. Estoy, como tantos norteamericanos y tantos más en el mundo, estupefacto,
pasmado, enfermo de asco.
Y, sin embargo, si miro en el espejo y espejismo de mi vida, no debería sentir yo sorpresa alguna ante este desenlace apocalíptico”.
Ariel Dorfman.
“América se revela”, contratapa de Páginai12, 9 de noviembre
La razón por la que Hillary Clinton no logra articular sus objetivos políticos de forma atractiva es porque en buena parte carece de ellos. Es muy difícil movilizar a la gente alrededor de la idea de que en realidad ellos no pueden protagonizar grandes cambios en sus vidas y necesitan ser realistas. Al menos el partido Republicano tiene la decencia de mentir con mayor descaro sobre cuánto mejorará todo una vez que los ricos dejen de pagar impuestos. Y Trump puede hacerlo porque detrás de esa mentira dicha, sus votantes escuchan una verdad mucho más profunda: que la legitimidad de los ricos para imponer sus intereses sobre el resto es apenas una parte de un sistema de jerarquías más vasto en el que, aún si todos los votantes de Trump fueran a seguir siendo postergados, los blancos en general y los hombres blancos en particular volverán a disfrutar de la libertad negativa de saber que su posición relativa siempre será mejor que la de las minorías que dejan atrás.
Ernesto Semán.
“La startup americana”.
Revista Anfibia.com
Fallaron las encuestadoras, los análisis sofisticados, el olfato de casi todas las Cancillerías del globo. Tal se equivoquen menos (o nada) quienes festejan y quienes deploran que Donald Trump haya sido elegido presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Celebran el Ku-Klux-Klan, el Tea Party, las derechas racistas y expulsivas de Europa. Se movilizan y se aterran las minorías que habitan en suelo gringo, los mexicanos que tienen a Trump por vecino, los trashumantes de todo el planeta que buscan cobijo fuera de sus países para conseguir trabajo, paz, una vida pasable para sus familias. He ahí, digámoslo de antemano, una de las tesis de esta columna.
Se enfrentaban dos alternativas malas, prevaleció la peor. Ocurrió en la mayor potencia del planeta, es más que posible (jamás el futuro está escrito del todo) que el mensaje moral y la oleada victoriosa se traslade a otras geografías. En cualquier caso, fortifica a las derechas anti globales, xenófobas en cualquier latitud. Esa es una segunda tesis, que ojalá sea errada pero que exuda verosimilitud.
El contexto y los votos: Brexit en Gran Bretaña, el “No” en Colombia, Trump ahora. Todo en un solo año terrible, de la mano del voto popular.
Una elección en Estados Unidos repercute en todo el mundo, un cambio histórico lo haría (todo indica que así será) con más gravedad.
El autor de esta columna no es todólogo, como aspiran a ser tantos formadores de opinión. No incursionará en el mapa electoral norteamericano, en el corte de clases que favoreció a Trump. La mirada que se intenta se coloca lejos, en un confín sur del mundo. Tomará puntos de vista ya divulgados, renunciará a la profecía, tan lastimada en 2016. Solo señalará escenarios posibles, repercusiones. Lo que más le atañe y preocupa es la victoria de un programa de gobierno discriminatorio, racista, xenófobo, machista, homofóbico, ínsitamente violento en la mayor potencia del planeta.
Tres aspectos ahondan la desolación. El primero es el consenso que condensó el martes y que viene ganando posiciones en casi toda Europa, con picos altos en Francia, Alemania, Hungría, Holanda y siguen las firmas.
El segundo es que el programa de Trump exacerba tendencias ya existentes y en ascenso aún entre aquellos que lo confrontaron en las urnas.
El tercero, apenas la intuición de un observador, es considerar posible que la cruzada moral sectaria de Trump cale hondo, que se cumplan en el corto plazo buena parte de sus peores promesas. Sin dar por seguro nada porque la incertidumbre es uno de los signos de la etapa de la globalización.
Corazón amurallado: Trump les habló al corazón y al bolsillo de sus conciudadanos, como hubiera dicho un dirigente de otra comarca. En este abordaje, poco diremos de su propuesta económica y casi nada en lo referente a Estados Unidos. Apenas señalar que es más sencillo reducir los impuestos a los ricos y hasta a las clases medias que recuperar la actividad, generar trabajo, re-industrializar. Seguramente un país-continente tiene mejores perspectivas que otros menos ricos o poderosos. Pero de cualquier manera, la lógica del capitalismo del siglo XXI viene arrasando y es dura de matar.
Pinta como mucho más realizable el mensaje al corazón de millones de personas. Agrandar murallas, expulsar inmigrantes, sin hacerle ascos a reprimirlos. Relajar las reglas constitucionales que limitan el encarcelamiento de las personas, las penas sin juicio, el libre tránsito por el territorio. Confundir la prevención y la lucha contra el terrorismo con el señalamiento a priori de presuntos terroristas y asociarlo a pertenencias religiosas, países de origen o simplemente portación de aspecto.
Todos esos vicios y muchos más ya existen, Trump no es su inventor. Pero promete ahondarlos hasta el paroxismo, agravar los males, los hace su programa explícito. Lo suyo no es una acentuación sino un salto cualitativo, ligado a una mirada salvaje sobre el mundo y los derechos humanos.
En una columna publicada en Páginai12 el jueves el académico Juan Tokatlian define al proyecto de Trump como “un ideal reaccionario” pues “(busca) regenerar una suerte de arcadia regresiva o edad de oro en el que país gozaba de esplendor material, la sociedad era bastante armónica y la nación resultaba más soberana”. Tokatlian señala que ese ideal “apela a los miedos, ansiedades y resentimientos anidados en una parte muy amplia de la sociedad estadounidense”.
El enemigo cercano: El establishment fue una de las bestias negras del discurso del presidente electo. Ese adversario lo tomó en solfa primero, lo dio por derrotado después, fue vencido en suma.
Los votantes, se presume, están hastiados del statu quo y sus portavoces. El problema ulterior es similar al de tantas derechas populares: la ofensiva no se detiene en los cuadros intelectuales o políticos de Washington ni en las grandes corporaciones. Elige como enemigo a quienes son en verdad otras víctimas, más visibles y cercanas para las personas de a pie que antes vivían mejor. Los mexicanos, los inmigrantes, los que tienen pinta de musulmanes, los diferentes. Los otros, que están a dos cuadras o en la misma ciudad o separados por una frontera que debería ser tan abierta como las del flujo de capitales.
Un regreso al pasado es, pongámoslo en fácil, imposible técnicamente. Pero los ensayos tienen prosapia y antecedentes. Las diferencias comparativas son colosales, solo con esa salvedad pueden enunciarse algunas sugerencias, más como propuesta para pensar que para equiparar.
En varios comentarios difundidos en esta semana se aludió a la República de Weimar, en la Alemania de entreguerras. No se trata de homologar, temeraria y anacrónicamente, a Trump con Hitler. Pero sí vale reparar en que las ofensas y dolores de los votantes no santifican sus pronunciamientos. La carestía, los abusos imbancables del Tratado de Versalles, la hiperinflación, daban contexto y motivo a la furia de los alemanes. La solución elegida fue espantosa y propagó su secuela en buena parte del mundo. Ojalá ocurra distinto esta vez… no es un hecho que así sucederá ni tampoco está dado que sea una mera pesadilla.
En un aconsejable artículo publicado en el diario inglés The Guardian (“La clase de Davos selló el destino de los Estados Unidos”) Naomi Klein define los términos de la contienda electoral. “La fuerza más responsable de crear la pesadilla en la cual estamos bien despiertos es el neoliberalismo. Esa visión del mundo –encarnada por Hillary Clinton y su maquinaria– no le hace competencia al extremismo estilo Donald Trump. La decisión de poner a competir a uno contra el otro es lo que selló nuestro destino (…) Mucha gente está adolorida. Bajo las políticas neoliberales de desregulación, privatización, austeridad y comercio empresarial, sus estándares de vida han caído drásticamente. Han perdido sus empleos. Han perdido sus pensiones. Han perdido buena parte de la seguridad social que permitía que estas pérdidas fueran menos aterradoras. Ven un futuro aún peor que su precario presente (…). Para la gente que asumía la seguridad y el estatus como un derecho de nacimiento –sobre todo los hombres blancos–, estas pérdidas son insoportables.”
“Trump le habla directamente a ese dolor. La campaña del Brexit le habló a ese dolor. También lo hacen todos los partidos de extrema derecha en ascenso en Europa. Responden a ese dolor con un nacionalismo nostálgico y un enojo contra las lejanas burocracias económicas, ya sea Washington, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la Organización Mundial del Comercio o la Unión Europea. Y, claro, responden a él atacando a los inmigrantes y las personas de color, vilipendiando a los musulmanes y degradando a las mujeres. El neoliberalismo de élite no puede ofrecer algo contra ese dolor, porque el neoliberalismo le dio rienda suelta”.
La cita que encabeza esta nota, del académico y ensayista argentino Ernesto Semán, rumbea en sentido similar. La alternativa dejaba mucho que desear y el neo conservadorismo ha arrasado con los vestigios del estado de bienestar sin dejar casi nada en pie.
El odio condensado enfiló a una suerte de bullying sociológico que también describe Semán. En un modelo de sociedad basado en la segregación la búsqueda de igualdad no es prioritaria: lo esencial es que alguien quede abajo, no ser el último orejón del tarro. Los blancos que ganaron la elección dudosamente recuperen al fordismo, a las fábricas, al empleo decoroso. Pero podrán volcar su furia y sus frustraciones en quienes designan como inferiores y a quienes anhelan castigar por los daños que le infligen otros (de nuevo: Washington, Bruselas, las elites políticas, académicas y financieras).
Desigualdad redoblada: El sistema constitucional norteamericano fomenta la exacerbación de las desigualdades. El sufragio voluntario, está comprobado empíricamente, promueve que participen en mayor proporción los estratos sociales más ricos, o más educados o las dos cosas. Una serie de vallas burocráticas- administrativas, selectivas, fomenta esa asimetría. En su nota, sugestivamente publicada antes de las elecciones, Semán recorre esas barreras fácticas. Que se vote un día hábil es una de tantas.
Es contracorriente elogiarlo, lo haremos: el sufragio universal y obligatorio, formidable institución de los partidos nacional populares argentinos, funciona como fomento a la participación de los más humildes.
Es capcioso el sistema de elección indirecta, en el que el ganador de un estado se queda con todos los electores, sin representación proporcional.
De ordinario, el que saca más votos, gana en el Colegio electoral. Esa regla reconoce contadas excepciones en la historia estadounidense. Las dos últimas ocurrieron en 2000 y 2016, en ambas los demócratas sacaron cortas ventajas de votos ciudadanos y perdieron en la suma de electores.
La injusticia se propaga en el mundo espantoso al que queremos “volver”. Ironizamos apenas cuando repetimos que todos los habitantes del globo deberían votar en las presidenciales norteamericanas porque influirán en su futuro.
Remembranzas: La historia no se repite pero registra tendencias o semejanzas. Flotan en el aire remembranzas de cuando Ronald Reagan goleó a James Carter, un dirigente más entrañable que la gélida y soberbia Hillary. Reagan se transformó en un líder de la “revolución conservadora”, un oxímoron que se hizo sentir y pisó fuerte.
Sin ser agorero, un presidente que desprecia a las mujeres, a los gays, a los “ilegales” y gana estimula a otras personas o autoridades a emularlo. Los tiranuelos de oficina, los policías mal arriados, os burócratas del estado tienen un paladín.
Las oleadas políticas son evidentes, las hubo en cantidad en las décadas cercanas. Desde el martes, Marine le Pen en Francia o los neonazis alemanes agrandan sus pretensiones, tienen modelos para copiar, se enancan en una tendencia cultural y triunfalista.
La historia, repetimos, está por hacerse y ningún desenlace es descartable por completo. Sin ir más lejos, la auspiciosa llegada del presidente Barack Obama a la Casa Blanca fue diluyendo en gran medida sus efectos benéficos.
El clima de época es preocupante y encuentra a nuestro Sur en consonancia, con el centro derecha regresando por las urnas o por el golpe blando en la Argentina y Brasil. Ajústense los cinturones porque esta historia continuará.