Desde Barcelona
UNO Edith Wharton y Francis Scott Fitzgerald y Rodríguez descubre que una efeméride llama a otra. Y otra contesta a una. Y este 2020 se cumplen, también, cien años de This Side of Paradise. Novela "joven" si alguna vez la hubo y hoy --comparada con The Great Gatsby o Tender Is the Night o, incluso, con la inconclusa The Last Tycoon y tantos grandes relatos-- considerada "menor". Allí, Fitzgerald de estreno es puro promisorio amanecer y best-seller (despacha 20,000 ejemplares la semana que sale a la venta) y cuesta anticipar su crepúsculo pero, claro, ya hay señales. Esa fascinación por ser dolarizado signo de su tiempo, ese "toque de desastre", y esos casi inmediatos problemas de ser considerado generacional. Porque se pasa de moda y la siguiente generación sólo quiere enterrarte vivo a muerte. Así, Fitzgerald (al igual que los meritorios eméritos Hemingway o Capote o Kerouac; Salinger se las arregló para inmunizarse contra este virus aislándose para siempre) padeció la maldición bíblica de convertirse en el más triste personaje de sí mismo. Así, en una de sus últimas y terriblemente mejores entrevistas, el cronista Michel Mok lo retrata borracho y gruñendo/gimiendo: "En cuanto a mis contemporáneos, por qué deberían preocuparme... Como si no tuviese demasiados problemas. Ya sabe cómo les fue. Algunos consiguieron trabajos en la Bolsa y se arrojaron por ventanas. Otros se hicieron banqueros y se volaron los sesos. Y unos pocos se convirtieron en escritores de éxito… ¡Escritores de éxito! ¡Oh, Dios mío, escritores de éxito!". Y a continuación --describe Mok-- Fitzgerald se tambaleaba hasta una cómoda para servirse otra copa.
Y si bien Fitzgerald aseguró en notas sueltas para The Last Tycoon que "No hay segundos actos para las vidas americanas", lo cierto es que su sobrenatural posteridad ha sido de las más justas y robustas. De ahí, tal vez, que en su tardío y autobiográfico relato "Crazy Sunday" se contradijese con un "Nada era imposible, todo recién comenzaba". En cualquier caso, este 15 de julio se cumplen veinticinco años de la primera venta en Amazon donde hoy The Great Gatsby rankea 19 en la categoría de "Ficción y Literatura Clásica" y (extraña novela-aria noir que preanuncia variaciones en The Glass Key de Hammett, The Long Goodbye de Chandler, The Last Good Kiss de Crumley y las de los buenos y malos y feos de Once Upon a Time in America de Leone & Morricone, todas con sus traicioneras camaraderías) el puesto 8 en "Ficción sobre Amistades" a la vez que es tema/tótem del nuevo ensayo del por siempre hip-cool Greil Marcus.
Ahí está el amigo Scott, siempre, con luz verde.
DOS Y Fitzgerald es la F más poblada en la biblioteca de Rodríguez. Allí, todos sus libros pero, también, tantas biografías, numerosos volúmenes epistolares, abundantes memoirs de quienes se lo cruzaron y hasta novelas de otros protagonizadas por el propio FSF. Pero el que más revisita Rodríguez es el babilónico álbum familiar y de recortes --compilado por el especialista Matthew J. Bruccoli y la hija Scottie Fitzgerald Smith-- titulado The Romantic Egoists. Allí, una criticable historia ejemplar de un admirable mal ejemplo. Allí están todos y está todo. Las botellas vacías y los platos rotos, las idas y las vueltas ("Todo estaba en calma en la Riviera, y entonces llegaron los Fitzgerald", reporta un corresponsal de The New Yorker en 1926), la buena fortuna y la mala bancarrota, la locura helada y el manicomio en llamas, el frenético y festivo bailar "Let's Misbehave" y el silbar a solas "Ain't Misbehavin'".Y entre todas esas fotos está la favorita de Rodríguez. La de un Fitzgerald que ya no es "joven autor" ni conserva ese look de maniquí que recién recuperaría --según testigos-- en su ataúd. Fitzgerald con el peinado aerodinámico de sus inicios ahora en picada, haciendo una mueca casi de asco con cara cada vez más dura. La cara de alguien cada vez más lejos de su Big Bang y cada vez más cerca de su Crack-Up.
TRES Cara más o menos (más mueca, menos talento) como la que por estos días se le ha puesto a Rodríguez: publicista (como Fitzgerald en su inicios, autor del slogan-tintorero "We keep you clean in Muscatine") pero aún jugueteando con la idea de una primera novela que, de ser alguna vez, ya no será juvenil.
Y no: no es cara de quien quiere escandalizar sabiéndose observado sino de aquel a quien nadie presta atención porque se sabe que no podría devolverla. Es la cara de un desinvitado a las fiestas donde alguna vez reinó campechano: alguien que ya no importa y a quien ya poco y nada le importa.
Así, adiós de Rodríguez a su alguna vez total concentración en número de muertos y "rebrotes" y "repositivizaciones" y "reconfinamientos" y posibles medicinas/vacunas y cada vez más síntomas (¡psicosis! ¡coágulos multiorgánicos! ¡estrangulamiento fantasma! ¡priapismo!). Pasar como de puntillas y con pantuflas por esa encuesta continental confeccionada por La Vanguardia, Le Monde, The Guardian, La Stampa y Süddeutsche Zeitungde conclusiones tan obvias como inquietantes: se considera inexpertos a los expertos y desunida a la Unión Europea e insuficiente la gestión de una pandemia tan grande como el Ritz. Y hay poca confianza en cómo se atenderá lo por venir/viniendo (para el 70% de los españoles pronto todos de vuelta para adentro y aplaudiendo en los balcones en "confinamiento quirúrgico"). Y mejor ni pensar en la inminente subida de impuestos ya sanchísticamente rebautizada como "inevitable reforma fiscal". Y ya ni se conversa mucho acerca del virus aunque refiriéndose a él todo el tiempo: es como hablar del clima. Es algo que está ahí, en el aire circular, con contagioso temor. Ese Covid que suena a nombre de show del quebrado Cirque du Soleil y que ahí seguirá. Mucho menos mencionar eso de las nuevas gripes/neumonías a export/importo lo de las "superbacterias" como "próxima gran amenaza microbiológica capaz de neutralizar todo avance médico y hacer inviable hasta la más sencilla de las intervenciones quirúrgicas". Rodríguez prefiere cierta fitzgeraldización de lo que lo rodea y acorrala. Zuckerberg como un Gatsby engrandecido por amor que le rompió su disco duro. O la vicepresidente económica Nadia Calviño "repitiendo el pasado" y cayendo diplomáticamente por un voto con gran frase gatsbyana/carrawayesca ("Alguien no hizo lo que dijo que iba a hacer") cuando se la consideraba favorita/ganadora para presidir ese Eurogrupo donde acordar las complejas condiciones para el reparto continental de euros reconstructivos. O mejor aún: esa noticia de clienta que enloqueció en probador de un Zara porque la "nueva normalidad" le impedía probarse todo lo que deseaba y la emprendió a patadas con vendedoras (lo que sería un buen flapper-relato ligero de Scott o, mejor, de Zelda).Todas esas cosas y all that jazz con esa cara que Fitzgerald puso para un click (no existe asqueroso emoji --festejando su repulsivo día mundial este viernes-- que le haga sintética justicia). Mueca que Rodríguez, con un ugh, bien/mal pondría como avatar en su cuenta de Twitter: en ese Limbo donde no cuenta nada que no sea lo que sucede a este lado del Purgatorio con más y peor vista al Infierno que al Paraíso.