Laura entra cargando bolsas a la casa de Pablo, que es parte de la Comuna 7 del barrio de Flores. Va directo a la cocina de 4x4 donde los lunes, miércoles y viernes produce 122 viandas para repartir en el barrio a mujeres trans y travestis, a personas de riesgo y a quien lo necesite. La tarea comienza a las 10.30 y a las 12 tiene todo listo para enviandar. “Soy la chica donaciones”, dice mientras acomoda los bolsones y presenta a las ollas y a las sartenes como si fueran parte de su elenco. Laura tiene 52 años y 27 de trabajadora sexual en un barrio donde todxs la conocen. Con su voz ronca y acelerada comienza a organizar la repartición de la merienda del sábado, saca un par de guantes que tiene en una caja en la cocina y los reparte al resto, da tres o cuatro indicaciones y la rueda empieza a girar. Desde que comenzó el aislamiento social obligatorio no ejerce el trabajo sexual, y algunos de sus clientes la ayudan económicamente para el sostenimiento de la vida. La mayoría de ellos son personas de riesgo frente al Covid-19 porque tienen más de 65 años. A su primer cliente se lo presentó una amiga 30 años atrás, en ese momento era enfermera del Hospital Alvarez y testigo de la violencia institucional que padecían las trabajadoras sexuales: “Me echaron del hospital por decir que a las compañeras les pegaba la policía. Mi último día salí llorando, era 30 de diciembre, una amiga me ofreció su cliente y acepté, es uno que tengo hasta el día de hoy. Cuando estábamos en el hotel me dice: ´Hola, Laura Meza´. Yo no entendía por qué sabía mi apellido, y era porque lo tenía escrito en el ambo. Desde ese momento dejé el hospital y estoy en la esquina”.
Laura sale de la cocina y camina hacia la puerta para encontrarse con Leonor, una señora de 70 años que recibe una bolsa: “Ahí tenés leche, galletitas y fruta para entretenerte”, le dice. Leonor le sonríe, intenta sacarle charla pero Laura tiene que seguir, le tira besos por detrás del barbijo y camina hacia el hotel de la vuelta donde viven las mellizas. Tienen 62 y salen envueltas en chalinas extendiendo los codos para saludar a Laura, Teresita hace diez años que es volantera de una casa de ropa por Gaona. Desde que comenzó la cuarentena no trabaja: “Si no nos ayudamos entre todos no vamos a salir. Yo a Laura le agradezco recibiéndola con la sonrisa de oreja a oreja, porque la verdad es que me pone contenta ver que en un momento así no estamos solas”, dice, mientras del brazo de su hermana se mete otra vez adentro. “Las primeras viandas que hago son para ellas que están a la vuelta de la puta cocina”. Ese es el nombre que le dieron al lugar de donde salen las viandas. Sólo en la manzana se entregan 12, el resto las pasan a buscar por la casa de Pablo.
Durante la tarde se acercan algunas personas a buscar la merienda, Laura sigue moviendo cajas de un lado a otro de la casa, la puta cocina hoy no está en funcionamiento, sin embargo la jefa no para ni un segundo, siempre le gustó trabajar en el territorio: el barrio y la esquina. Ahora de trabajo sexual nada pero sigue llegando a su casa a cualquier hora. “Siento que mi trabajo es poder generar un poco de empatía, hoy las trabajadoras sexuales no están ganando plata pero tienen que seguir comiendo, teniendo un techo y abrigando a sus hijes. Yo me levanto a las 7 y vuelvo a mi casa cerca de las 9, buscando cosas, organizando las entregas, cocinando. Cuando vienen las críticas de una parte del sector abolicionista no te voy a negar que me da bronca, pero también me empuja a seguir adelante. Yo sé que acá en Flores me conocen y saben quién soy. No es el plato de comida que cocino para la vianda, es el cariño y el saber que me pueden llamar a la hora que sea y que voy a estar para acompañar y compartir las pocas herramientas que tengo”.
El domingo es el día que más se asemeja a lo que ella puede llamar descanso. Juega con su gata Channel, lava ropa que todos los días se saca y pone en un tacho, endurece los cuidados en su casa porque la dueña es una persona mayor de 65 años a quien también hay que cuidar. Si tiene que hablar de miedo, Laura piensa más que nada en sus seres queridos, tiene tres hijas y dos nietos. Lucía, la más chica, tiene 27, hoy dice que está orgullosa de que su mamá cocine para la gente que tiene hambre: “Cuando en casa se supo que mi mamá era trabajadora sexual, hubo sensaciones cruzadas. Por un lado era el dinero que nos daba de comer y nos permitía pagar el alquiler y por el otro el maltrato que padecí porque mi vieja era una puta, eso sin dudas hacía que de alguna manera me enojara con el trabajo de ella. Hoy por hoy ya no me pasa, el click me costó, como que bancaba a las putas pero con mi mamá me costaba. Ahora llevo una remera que dice ´la verdadera hija de puta´”.
Ni con hambre ni con ganas de coger
“Soy sola, y la verdad es que muchas veces me saco las ganas con los clientes. ¿Por qué no? Doble goce”. Laura realiza también trabajo sexual para personas con diversidad funcional y respecto a esto resalta la importancia del goce para todxs: “tengo clientes hemipléjicos, ciegos, sin una pierna o sin un brazo, eso también es parte de mi militancia, el derecho al goce y a una sexualidad plena”. Hace nueve años conoció el sindicato de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices Argentina) yendo a buscar profilácticos, y desde ese momento no paró de pensar de qué manera podía mejorar la vida de las putas. Hace dos años se organizó una asamblea que devino en “La Mateada de Flores”. En ese momento el conflicto principal era la violencia institucional que estaban padeciendo las trabajadoras sexuales en la calle: “Llevábamos mate, café y cosas ricas para poder establecer una charla y compartir nuestras problemáticas”. Cuando empezaron eran nueve, ahora son 51. Esas 51 trabajadoras sexuales hoy están recibiendo muchas de las viandas producidas en la puta cocina, pero no es solo una cuestión de alimento, el teléfono de Laura está activo la 24 horas: “Hay chicas que me llaman porque no aguantan mas y se quieren matar. Lo mas común son los desalojos, porque la cuestión del alimento lo estamos pudiendo abastecer. Pero todos los días me llaman por dos o tres desalojos”.
La situación habitacional de personas que no pueden trabajar a raíz de la cuarentena y tienen que pagar un alquiler empeora, a pesar de los subsidios habitacionales. En las últimas semanas los requisitos que pide el Ministerio de Desarrollo de la Ciudad de Buenos Aires para otorgarlos se volvieron mas exigentes y desde las organizaciones sociales denuncian que cada vez menos personas acceden a ellos.
Laura le viene poniendo el cuerpo a la militancia en el barrio, pero reconoce que fue un proceso que le llevó tiempo, no es fácil ser visible. “Yo no entré y dije acá estoy, son procesos duros que hacemos todas, les tenemos que decir a nuestras familias y una vez que das ese paso ya no te para nadie. Me acuerdo del Tetazo que hicimos en 2013 en el Congreso, éramos tres gatos locos pero hicimos un ruido tremendo. Era invierno y estábamos violetas del frío, pero hicimos visible la lucha de las putas, y sí, yo ya tenía las tetas caídas pero lo importante no eran las tetas, era la lucha.”