Discutidor genial, testarudo, con la imperdible musicalidad de su acento cordobés, honesto en sus convicciones como pocos, dispuesto a sumarse a todas las causas nobles, así fue Julio Maier, el más profundo científico del derecho procesal penal de nuestro país y de toda nuestra región, de consulta obligada, al que acudíamos ante cualquier duda.
Julio tuvo una intensa vida de docente, investigador y magistrado. Se graduó de abogado en 1963 en la tradicional Universidad Nacional de Córdoba, cuna de la renovación del procesalismo penal argentino, de inmediato fue becado a cursar estudios de posgrado en filosofía del derecho, derecho penal y procesal en la Universidad de Munich y de regreso, se doctoró en la misma universidad en 1972. Seguidamente, se trasladó a Buenos Aires y se incorporó a la docencia en la UBA, pero más tarde volvió a Alemania como investigador del seminario de filosofía del derecho de la Universidad de Bonn, esta vez distinguido con una beca de la Fundación Alexander von Humboldt.
Eran años difíciles, Julio había sufrido un atentado en su domicilio, como resultado de decisiones que no gustaban a los mandamás de esos tiempos, compartíamos las funciones de jueces de sentencia en el destartalado edificio de la calle Viamonte, cuando decidió volver a Alemania. Regresó definitivamente a nuestro país al final de la dictadura y en 1984 volvimos juntos a la UBA, con el mismo concurso llegamos a las cátedras y Julio, casi de inmediato, asumió la dirección del Departamento de Derecho Penal y Criminología de nuestra Facultad de Derecho hasta 1986, en que pasó a dirigir el Departamento de Graduados. Siguió con su cátedra, formando discípulos con una enorme generosidad, hasta coronar su carrera como Profesor Emérito de nuestra Universidad.
Su obra escrita se compone de numerosos artículos esepecializados, hasta que, con el correr del tiempo, concretó su magna obra de derecho procesal penal, sin duda el más importante legado científico que nos deja. Esa labor de investigador infatigable fue jalonada también con viajes a varios de nuestros países, especialmente en América Central, donde contribuyó a los trabajos de elaboración de sus códigos de procedimientos. Su labor en Costa Rica se recuerda con gratitud y Guatemala lo condecoró con la Orden de Mérito Judicial. Toda esta obra de científico y proyectista le hizo merecedor de doctorados “honoris causa” en Perú y otros países, del premio Montesinos de la República Dominicana, del Konex en la Argentina y de otras distinciones, como la presidencia honoraria de la Asociación Argentina de Derecho Procesal, miembro honorario de la Unión de Jursitas de Cuba, etc. En Latinoamérica es imposible referirse a las reformas procesales sin mención, al menos, de su nombre.
Uno de sus mayores esfuerzos lo dedicó a la reforma de nuestro proceso penal y, aunque en su momento, a la hora de superar el vetusto proceso escrito que rigió entre nosotros durante un siglo, no logró imponer su proyecto acusatorio, con el correr de los años puede decirse que sus afanes se concretan en la sanción del nuevo código, cuya vigencia esperamos en breve.
Volvió a la magistratura después de años, como juez del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad Autónoma, del que fue presidente hasta su jubilación.
Su libro más reciente no tiene nada de científico: se llama Mientras estés conmigo y está dirigido a su esposa, María Inés, incluyendo poemas.
En los últimos tiempos asumía posiciones que aparentemente eran pesimistas, pero no lo era, sabíamos que lo hacía –con la picardía cordobesa– para desafiarnos a buscar soluciones; de serlo no hubiese seguido peleando prácticamente hasta el día de su inesperada partida.
Julio era un liberal político en serio que, muchas veces, nos “tomaba el pelo” a quienes nos consideraba demasiado “populistas”, pero honesto al extremo y coherente, no dudó en producir un dictamen en el proceso a Lula, en denunciar la parafernalia del “lawfare”, en asumirse como uno de los principales referentes de Justicia Legítima, en encabezar sus marchas los 24 de marzo y en ir a Jujuy y volver para gritar la escandalosa prisión de Milagro Sala y su grupo. En verdad, lo único que le podemos reprochar es que se fue sin permiso nuestro.