Son malos tiempos para la ciencia jurídica argentina. Hace poco más de un año hemos perdido a Esteban Righi y ahora nos golpea el fallecimiento inesperado de Julio Maier. Es otra pérdida lamentable para la ciencia jurídica argentina. Llegó a Buenos Aires proveniente de la sólida escuela procesal y penal de Córdoba. De inmediato se pudo percibir que era un procesalista que tendría mucho que decir. Lo conocí en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Compartimos la admiración por el modelo de la ciencia jurídica alemana y coincidimos en la Universidad de Bonn en los años 70.
Maier cultivaba, además del derecho procesal, al que sumó una obra de gran importancia científica, también el derecho penal y la filosofía del derecho. Respondía a la idea de jurista que pudimos experimentar en la Universidad de Bonn. Basta con recordar que Hans Welzel y Armin Kaufmann fueron también directores del Seminario de Filosofía del Derecho de aquella Universidad.
La obra jurídica de Maier pudo desarrollarse en Alemania gracias a la base que ya traía de Córdoba y Buenos Aires. Precisamente en Córdoba había experimentado la modernización del proceso penal oral, al que está ligado el nombre del profesor Mariconde. De regreso a Argentina dedicó sus esfuerzos a modernizar la dogmática del derecho procesal y apoyar la reforma que introdujo el principio de oralidad en la jurisdicción federal. Para ello, sin duda, le sirvió su amplia experiencia judicial.
Hace unos años, estaba yo casualmente en Buenos Aires, había anunciado su jubilación y su propósito de alejarse de la vida científica y académica. Le auguré que el propósito me parecía difícil de realizar. Puede ser que haya dejado sus obligaciones cotidianas de la facultad, pero en cambio hizo aportaciones valiosas para el mantenimiento de la idea del Estado de Derecho, sin vacilar en la defensa de sus principios.