¿De dónde provienen las diferentes lenguas que reúne una obra y la vuelve polifónica, sea esta plástica, musical o literaria?
Lo que me habla en el Moisés, se preguntaba Freud, ¿es lo que Miguel Ángel decidió inscribir en su obra? Hay algo de lengua extranjera en el arte. No armonizable con la propia. Saludable tensión cuando se la puede apreciar y disfrutar.
Tal vez la obra artística se encuentre en un espacio distinto al de la comunicación corriente. Lo que nos impacta no es ni enteramente objetivo ni subjetivo, nos llega desde una zona diferente. En ese sentido el acercamiento es múltiple. No se sabe nunca quien encuentra a quien.
Como intuyó Bingswanger, lo que hace artista al artista es su capacidad de construir, sobre la base de materiales de percepción sensible, contenidos de percepción nuevos, no sensibles, y volver a transmitir estos sobre la base y con las herramientas de datos sensibles.
Probablemente esos contenidos de percepción nuevos que el artista introduce en su obra son los que resuenan en el que la contempla y le provocan una fuerte emoción. Lo mostrable en una imagen iría más allá de lo representable de la misma. Sería la representación más lo que el artista consigue hacer con ella y lo que siempre faltará en ella. Toda representación es una presentación que retorna luego de haberse perdido en los laberintos de la memoria.
Valorar lo imaginario, en tanto lo que las imágenes vehiculizan de novedoso, abre nuevas perspectivas para abordar lo real. El montaje y colisión de las imágenes entre ellas crean entonces algo inédito e impensado.
Tal vez así lo performativo de la obra artística sea la subjetividad que ésta tramita, la producción de lo nuevo en cada momento en que se la contempla. Cada vez es una experiencia ignorada y un abrirse a lo misterioso.
Entre el artista y el espectador de su obra se crea en ciertas oportunidades un lazo profundo que los reúne. No es la obra en sí, sino la representación inconsciente que comparten. El objeto artístico oficia de medium entre lo actual y una vivencia pasada que es inconsciente. De ahí que el sentimiento que nos produce una obra provenga del afecto que se enlaza a alguna vivencia que se volvió inconsciente o que siempre lo ha sido y que el hecho artístico vuelve simbólicamentea hacer presente. Pequeñas y gratas manifestaciones de lo inesperado. El hilo que anuda la obra con el símbolo es el mismo que reúne un inconsciente con otro, se trata de un hilo invisible que en psicoanálisis llamamos transferencial.
Cuando ante una escultura o ante una melodía uno se conmueve hasta el tuétano, lo que retorna ¿no es acaso la evocación de algo que se volvió olvido y que se presiente en eso que se experimenta? A eso llamo el lazo entre el símbolo y el objeto. Una experiencia del proceder del inconsciente.
Aby Warburg, fundador de la iconología, denominó imágenes sobrevivientes, nachleben en alemán, a ciertos elementos erráticos que viajan de obra en obra y que persisten en el tiempo y en el espacio. Luego pueden advenir en representaciones valiosas para alguien.
Esos "sobrevivientes" resuenan de alguna manera en nuestro espíritu y los captamos mayormente de manera inconsciente. Son esos momentos fulgurantes donde la obra sale del museo, adquiere vida y nos conmueve.
El concepto freudiano de pulsión de muerte, si lo alejamos del orden biológico, nos puede aportar algo al respecto. Estimo que la muerte de la que se trata bajo este concepto no es de la propia sino que refiere a la muerte de las generaciones pasadas que se inscriben como deuda en el psiquismo. Una manera de pensar que la existencia no se regula solo por la autoconservación y el principio de placer como ocurre en otras especies animales, sino que interviene en ella potencias de lo sobreviviente de las que el sujeto debe hacerse cargo. La pulsión no se dirige hacia adelante sino hacia atrás, busca activar lo anterior. Esta fuerza retrógrada de la pulsión de muerte convierte al sujeto en portador del virus del pasado desde su nacimiento, las generaciones que lo precedieron forjan demandas inconscientes a las siguientes que se manifiestan en forma de conciencia moral o como denominamos psicoanalíticamente superyo. Y el sujeto así en gran parte de su vida se ocupará no solamente de buscar el placer sino de hacer algo con esa herencia. El camino del arte es uno de sus posibles rumbos. Como se ve no se ubicaría al arte dentro del dominio del principio de placer sino que más allá de este.
El que los hechos siempre nos exigen una interpretación prueba que estamos atrapados bajo esa fuerza pulsional que nos empuja a darles un sentido histórico a nuestros procederes.
Decíamos que una polifonía de voces se enmascara en las obras de arte. Digo ahora, voces de memorias inconscientes donde vivos y muertos se reúnen, como testigos y sobrevivientes, en cada manifestación cultural. Poder escuchar esas voces es algo que, la mejor de las veces, reúnen al artista, su obra y a un observador ocasional. Ocasión que dejará su marca de acontecimiento. No nos basta con sobrevivir en esta vida.
Nos cuenta Valeria Luiselli en su libro Desierto sonoro que en Papua Nueva Guinea, a finales de los años setenta, un tal Feld había grabado por primera vez los lamentos funerarios y las canciones ceremoniales del pueblo bosavi, y más tarde se dio cuenta de que las canciones y lamentos que había compilado eran, en realidad, mapas vocalizados de los paisajes circundantes, cantados desde el punto de vista, mutable y pasajero, de los pájaros que sobrevolaban esos espacios, así que empezó a grabar a los pájaros. Después de escucharlos durante algunos años, se dio cuenta de que los bosavi concebían a los pájaros como reverberaciones pasadas: una ausencia convertida en presencia; y, al mismo tiempo, una presencia que hacía audible una ausencia. Los bosavi imitaban los sonidos de los pájaros en sus ritos funerarios porque los pájaros eran la única materialización en el mundo que reflejaba una ausencia. Los sonidos de los pájaros eran, de acuerdo con los bosavi, y en palabras de Feld, " la voz de la memoria y la resonancia del linaje”.
La fecunda idea de Aby Warburg fue imaginar un saber montaje, donde las imágenes son un campo turbulento y centrifugo de olvidos y reencuentros.
En la conferencia que dio en 1923 en la clínica de Binswanger donde estaba internado, se refirió al ritual de la serpiente de los indios Hopi de Arizona. Donde estuvo 27 años antes y fue una experiencia heurística que le permitió elaborar su teoría de las imágenes supervivientes (nachleben) que a través de desplazamientos, fragmentaciones y superposiciones se repiten en la historia cultural. Imágenes de acción más que de contemplación.
En ese sentido, poder interpelar las imágenes artísticas y culturales con las herramientas de la Traumdeutung freudiana (desplazamientos, condensaciones, asociaciones simbólicas y figurabilidad) es abrirse a una labor diferente al comentario y a la explicación de las obras. Implica hacer jugar las resonancias propias como también las transferencias que estas motoricen. Encontrar el modo de hacer oír las voces de las memorias y las resonancias del linaje. Las obras de arte permanecen mudas a la espera de cada choque fulgurante que ilumine nuevas perspectivas de hacerse oír y apreciar. Compartirlas es parte de lo que nos hace humanos.
Luis Vicente Miguelez es psicoanalista.