Diez páginas por día. Ni una más, ni una menos. Eso es lo que Haruki Murakami cuenta que se preocupa por completar ante una novela extensa. “Aunque tenga ganas de escribir más, lo dejo en cuanto llego a las diez páginas. Y si las cosas no salen según lo esperado, me esfuerzo por cumplir mi objetivo” explica. “La regularidad en un empeño a largo plazo es crucial”, subraya el escritor, que en el flamante De qué hablo cuando hablo de escribir se presenta principalmente como un novelista de largo aliento. Capaz de escribir un libro en seis meses –es lo que, siguiendo su método, tardó en completar la primera versión de Kafka en la orilla, por ejemplo–, y luego dedicarse un tiempo similar a sucesivas reescrituras, algunas más libres y otras mas minuciosas, en las que llega a descartar partes enteras de lo escrito, a las que generalmente no regresa (aunque revela que Al sur de la frontera, al oeste del sol está basada en lo que dejó afuera de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo). Y, por ultimo, somete lo escrito a miradas ajenas –su mujer, sus editores–, contra las que se resiste y rebela pero al mismo tiempo se somete ya que, por mas terco que reconozca ser, con el tiempo ha aceptado que, si un escritor debe volverse un poco loco para empeñarse en escribir una novela larga, hay que saber escuchar a los que aún están cuerdos. Y, también, que siempre hay lugar para mejorar lo escrito. Algo que aprendió, explica, cuando perdió un capítulo de Baila baila baila en su computadora: no le quedó otra opción que reescribirlo, pero cuando luego inesperadamente pudo recuperarlo, tuvo que aceptar que la nueva versión era mejor. Por eso es que confiesa que reescribe y reescribe, hasta volver loco a todo el mundo. Hasta tener la sensación física de haberlo dado todo.
Así es como Murakami resume su método para escribir novelas, sobre los que vuelve una y otra vez –el método, la escritura y las novelas– en su flamante libro traducido al castellano, publicado originalmente en japonés en 2015 bajo el título Novelista como profesión. Su traducción, en cambio, es un guiño al pequeño y atípico volumen que publicó exactamente una década atrás, en el que se explayaba sobre su inesperado vínculo personal con el atletismo: De qué hablo cuando hablo de correr. Pero si el hecho de que alguien dedicado a una actividad sedentaria como la de escribir llegue a correr una maratón sea algo lo suficientemente atípico como para merecer un libro, lo más común para un escritor es, justamente, escribir. Tal vez por eso es que Murakami vuelve una y otra vez sobre los mismos tópicos en este volumen, que si bien está estructurado como una serie de ponencias o conferencias (las temáticas anunciadas en el prólogo son específicas: “Sobre la escuela”, “Sobre la originalidad”, “¿Qué personajes crear?”, “¿Para quién escribo?”), en realidad terminan regresando siempre al relato iniciático que lo terminó llevando hasta su oficio y también más allá. A saber: pasado estudiantil trunco, ahorro extremo para poner un bar dedicado al jazz que fue apenas lo suficientemente exitoso como para poder saldar sus deudas iniciales durante una década y que cuando empezó a resultar próspero abandonó de pronto para dedicarse exclusivamente a la escritura. Y después: mudanza a Nueva York, asociación con The New Yorker y el mundo a sus pies luego del éxito de ventas de Tokio Blues.
Parte de esa trama ya la había recorrido dos años atrás en el prólogo a la reedición conjunta de sus dos primeras nouvelles, Escucha la canción del viento y Pinball, 1973, un texto que se podría tomar como un antecedente de los escritos reunidos en De qué hablo cuando hablo de escribir. Ese es el tono y esa es la historia que cuenta una y otra vez Murakami, partiendo de aquella epifanía que, en medio de un anodino partido de béisbol, le hizo tener la seguridad de que podía escribir una novela. Y si no resulta aburrido leerlo es porque, por un lado, hay una generosa meticulosidad en la forma en que vuelve una y otra vez sobre sus pasos. Y también porque esa humildad y entrega se demuestran como auténticas al referirse siempre a un mismo relato, en el que el autor nunca se muestra como altivo y está siempre dispuesto explicar –y explicarse– todo lo que haga falta. Sus únicas, digamos, caídas son cuando insiste en tomarse revancha de los aparentemente muchos detractores que fue consiguiendo en Japón, durante el comienzo de su carrera. Esos que, cuenta, asociaron su éxito local al hecho de dedicarse a escribir refritos de literatura extranjera y por lo tanto sólo servían para consumo interno, pero que cuando sus obras comenzaron a circular en el exterior pasaron a acusarlo de escribir sencillo y fácil de traducir, contando historias fáciles de comprender para lectores no japoneses. “¿En qué quedamos?”, se escandaliza Murakami. “El asunto no tiene remedio, debemos aceptarlo. En este mundo hay una serie de personas que se dedican a opinar sin preocuparse por nada más y lo hacen sin tener bases sólidas para argumentar lo que dicen al margen de la dirección en que sopla el viento”.
Escritos alternativamente durante la primera mitad de esta década, después de la publicación del monumental 1Q84, Murakami asegura que los fue terminando sin ninguna idea de publicación en mente. Simplemente se fueron acumulando, hasta terminar completando una suerte de ensayo autobiográfico o una guía para quienes deseen dedicarse a la escritura, aunque confiesa no haber pensado en ninguna de esas dos cosas al hacerlo. Empezaron a ver la luz en la revista literaria japonesa Monkey business, que publicó los seis primeros, y luego escribió los cinco restantes hasta completar el volumen. Todavía no ha sido traducido al inglés, idioma en el que se acaba de publicar Absolutely on music, un libro con sus conversaciones con el director de orquesta Seiji Ozawa, publicado en japonés en 2011. Pero, tanto para sus fanáticos en inglés como en castellano, ambos volúmenes sirven apenas para matizar la espera ante el trabajo de traducción de la novela en dos tomos que acaba de aparecer en Japón, titulada Killing Commendatore. Se trata de la primer obra de ficción de Murakami desde Los años de peregrinación del chico sin color, publicada cuatro años atrás. Pero, por su magnitud, se retrotrae al fenómeno editorial –y también cierto límite literario, hay que decirlo– que evidenció una década atrás 1Q84, publicada en tres tomos en Japón, pero apenas dos en castellano, y en un sólo tomo en inglés.
Es que no hay medida para el fanatismo que despierta su escritura, al punto que algún editor deslizó en su momento que imprimir sus libros era como imprimir dinero. Lo bueno de un volumen como Lo que hablo cuando hablo de escribir, es –sin dudas– confirmar que la escritura es lo primero.