“Nada puede detener una idea cuyo tiempo ha llegado” decía Victor Hugo. Será por eso que hay ideas científicas que aparecen de la mano de dos personas a la vez.
La Teoría de la Evolución, que explica la formación y variabilidad de las especies biológicas, fue postulada por Charles Darwin y Alfred Russel Wallace en forma independiente y casi simultánea.

Pero la fama es caprichosa y el nombre de Wallace es mucho menos conocido que el de Darwin. La teoría se popularizó como Darwinismo, aunque tal vez a Wallace no le hubiera molestado dado que él mismo escribió un libro entero titulado “Darwinismo”, para explicar las ideas de ambos. La envidia parecía ajena a su personalidad.

Darwin y su viaje por el mundo coleccionando especímenes como naturalista a bordo del “Beagle” son muy conocidos. Allí nació el germen de su teoría. Wallace también concibió su teoría en expediciones a lugares remotos como naturalista, en su caso Brasil y Malasia.

Nació en 1823, 14 años después de Darwin, en la adolescencia tuvo que dejar la escuela por problemas económicos. Se hizo socio-aprendiz de un hermano que trabajaba como agrimensor. En sus trabajos por el campo empezó a coleccionar escarabajos. Al igual que Darwin, su pasión por la naturaleza se despertó coleccionando estos insectos. Wallace leyó mucho sobre viajes de naturalistas por regiones exóticas. Conocía los diarios de Alexander von Humboldt con sus aventuras en el Orinoco, el “Viaje del Beagle” del propio Darwin y varios más.

En 1848 consiguió viajar a Brasil junto con un colega también interesado en coleccionar nuevas especies. Por cuatro años recorrió el Amazonas y el Río Negro, llegando por Brasil al mismo lugar que Humboldt, que había viajado desde Venezuela, por el Orinoco. Se financiaba recogiendo nuevas especies de animales y plantas para museos y coleccionistas varios.

Con especímenes recogidos en los dos últimos años embarcó hacia Inglaterra, pero un incendio obligó a abandonar el barco y Wallace y la tripulación pasaron diez días en alta mar en un bote abierto. Tuvieron la suerte de ser rescatados, pero se perdieron los ejemplares y solo se salvaron algunas notas de campo. Como tenía un seguro, compensó en algo la pérdida financiera y después de un tiempo en Inglaterra volvió al trópico, ahora a Malasia.

Entre 1854 y 1862 recorrió todo el archipiélago coleccionando especímenes para vender. La idea de que la lucha por la vida motoriza la selección natural fue concebida allí. Como a Darwin, le llamó la atención que animales y plantas produzcan muchos más descendientes de los que podrían sobrevivir. Hay por lo tanto una mortandad importante y sobreviven los que son más aptos para huir de predadores, buscar comida y reproducirse a su vez. Una variación que dé ventajas en la lucha tiende a pasarse a más descendientes. Este mecanismo ciego hace que las especies cambien en plazos muy largos. Ya se creía, por las observaciones y teorías de Charles Lyell, geólogo, mentor y amigo de Darwin, que la historia geológica de la tierra era de cientos de millones de años por lo menos.

Wallace había tenido correspondencia esporádica con Darwin y le envió un manuscrito desde Malasia con su teoría, con el encargo de hacérselo llegar a Lyell. Para Darwin fue una bomba, hacía años que había tenido la misma idea, pero dio mil vueltas antes de publicarla, posiblemente por miedo al revuelo que iba a provocar. Le escribió a Lyell como pedía Wallace, desesperado y dispuesto a dar total prioridad a Wallace. Pero Lyell, y otro amigo y naturalista, J.D. Hooker, habían discutido estas ideas con Darwin antes. Incluso se las había comunicado por escrito en un borrador bastante completo. Por eso, finalmente decidieron presentar tres escritos en la Linnean Society , dos de Darwin y el de Wallace inconsultamente, ya que la correspondencia tardaba meses en ir y venir de Malasia. Wallace no se molestó con esto. Al contrario, agradeció la importancia que habían concedido a su manuscrito al publicarlo. 

Wallace era hombre de múltiples intereses, a diferencia de Darwin, tenía ideas políticas muy definidas y era muy crítico del sistema económico y social.
Fue presidente de una sociedad que proponía repartir la tierra entre ciudadanos comunes para ser usada en beneficio público en un momento en que la aristocracia terrateniente era la fracción política más poderosa de Inglaterra. Evidentemente Wallace no tuvo nunca el apoyo del establishment.

Por otro lado, no era una persona rica y aunque a su vuelta a Inglaterra escribió El archipiélago Malayo, libro que tuvo gran éxito, perdió casi todo lo ganado en malas inversiones financieras. Tuvo que editar obras ajenas, dar conferencias y escribir para mantener a su familia, ya que nunca pudo acceder a un puesto en un museo o institución científica.

Siguió escribiendo sobre evolución, elaborando y defendiendo la idea. En esta lucha se describió a sí mismo como “jefe de guerrillas” y consideró a Darwin el “General en Jefe”. Los dos hombres tuvieron una relación armoniosa de por vida. Wallace admiró el libro de Darwin Sobre el origen de las Especies considerando que era un estudio mucho más completo que su breve artículo. Tuvo una amplia correspondencia con Darwin sobre los detalles de la teoría. No siempre estuvieron de acuerdo, pero se valoraban mutuamente y su discusión fue siempre amistosa.

Darwin, por su parte, movió su influencia para que finalmente Wallace tuviera una modesta pensión del gobierno. Esto le permitió una vejez tranquila y recibió muchos honores en su larga vida. En 1913, cuando murió a los 90 años, lo consideraron el último de los grandes naturalistas del siglo XIX, junto con Humboldt, Darwin o Lyell. Solo a partir del siglo XX su nombre ha ido pasando a segundo plano. Pero Alfred Russel Wallace,  multifacético aventurero en el trópico, naturalista, político, escritor y teórico de la evolución tiene su lugar en la historia de la ciencia.

Nota:
El libro sobre el Archipielago Malayo se puede encontrar (en inglés) en el Gutenberg Project, http://www.gutenberg.org/ebooks/2530">la descarga es legal y libre : la edición en español de Espasa Calpe es difícil de conseguir.

Javier Luzuriaga es soci@ de Página/12 y físico jubilado del Centro Atómico Bariloche- Instituto Balseiro.