La pandemia aceleró la crisis de los paradigmas de desarrollo del siglo XX. Si el intento de reeditar el paraíso liberal del “granero del mundo” en pleno siglo XXI por la gestión Macri terminó, una vez más, en un fallido experimento de endeudamiento y especulación. Imaginar volver a intentarlo con una Argentina sobreendeudada en un contexto internacional de reducción del comercio y donde los flujos financieros se alejan del riesgo del Tercer Mundo hacia activos seguros en sus metrópolis, sería absurdo.
A falta de programa económico viable, el conservadurismo regional se refugia en el racismo y fanatismo religioso, apadrinados por la línea Trump de la política exterior estadounidenses. Un modelo que, en nuestro país, alcanza para hacer ruido opositor en la calle pero no para generar una alternativa viable de gobierno.
Pero si la pandemia reafirma que el desarrollo no vendrá de un impulso externo y que precisaremos “vivir con lo nuestro”, tampoco se lo puede hacer reeditando la industrialización sustitutiva de los tiempos de Aldo Ferrer.
El modelo industrial de la globalización, combinando los últimos desarrollos tecnológicos con prehistóricas formas de explotación laboral, debería ser suficiente para despertar de aquel sueño que asociaba la industria con el empleo de calidad.
La pandemia aceleró la penetración de las nuevas tecnologías sobre los servicios (comercio, administración, educación) que se habían convertido en el refugio de empleo de los desplazados por el maquinismo y la robótica en el agro y la industria.
Una “inserción inteligente” -postulado que escondía la expectativa hoy poco convincente de que los hidrocarburos no convencionales, la minería y la soja relajen la histórica restricción externa- junto a cierta inversión en I+D, puede permitir el desarrollo competitivo de algunos sectores, donde los nuevos servicios brindan mejores oportunidades que las viejas ramas industriales. Pero no es suficiente para pensar en un proyecto que brinde empleo digno al 30 por ciento histórico de trabajadores precarios más los que se sumen por la pandemia.
Las nuevas visiones del desarrollo que mixturan tradiciones ancestrales de nuestra región con aspectos de las izquierdas verdes europeas pueden ofrecer alternativas. Lo “nuestro” en términos de capacidad tecnológicas y disposición de recursos productivos tal vez no alcance para que Argentina dispute el puesto de potencia global. Pero puede ser suficiente para dar empleo de calidad a trabajadores precarios movilizándolos para construir las bases materiales que garanticen el acceso masivo de ciertos estándares de calidad de vida, como propone el “plan Marshall criollo” de la UTEP o el “plan Hornero” del CESO.
Que todos los argentinos tengan acceso a los bienes y servicios esenciales, entendidos no sólo como alimentación, vestimenta y servicios públicos básicos, sino también a la salud preventiva, la cultura, el deporte, la educación y una vivienda digna en un hábitat saludable. Un “buenvivir con lo nuestro” como lo sintetizó magistralmente el economista del CESO, Rodrigo López.
@AndresAsiain