Atrás quedó el Valle de la la Luna. El paisaje más espectacular de San Juan, con su paleta de colores impresionistas y las formaciones geológicas que van de lo pequeño a lo gigantesco, es un recuerdo que ya se tragó la noche. Hacemos la última visita del día y, cuando los rayos oblicuos del sol se despiden de las rocas, volvemos a tierra para poner proa primero hacia San José de Jáchal y luego a Barreal. Este relieve lunar tallado por la erosión eólica será el preludio de los dos paisajes clave de nuestro viaje, signado de principio a fin por la fuerza de los vientos: el embalse Cuesta del Viento al comenzar el camino; la Pampa del Leoncito al terminarlo. En el medio, una sucesión casi infinita de colores y formas que se despliegan a ambos lados del asfalto.
San José de Jáchal se encuentra 157 kilómetros al norte de la capital provincial y 125 kilómetros al oeste de Ischigualasto: por eso es una de las opciones elegidas por quienes quieren visitar el parque provincial (junto con la más cercana San Agustín del Valle Fértil, a 72 kilómetros del Valle de la Luna pero hacia el sudeste), si la decisión es seguir rumbo a la cordillera y desembocar en el paso de Agua Negra y el cruce a Chile. Pero no solamente: la inauguración relativamente reciente de los 85 kilómetros de asfalto que conectan Ischigualasto con Huaco –localidad que encontramos antes de llegar a Jáchal cuando venimos, como en este caso, desde el Valle de la Luna– convierte la ruta en un viaje escénico en sí mismo, donde túneles y puentes van dando paso a espectaculares relieves con capas de colores superpuestas. Es una de las rutas panorámicas más bellas de la Argentina. Hay sin embargo una contracara: las lluvias de verano pueden ocasionar derrumbes y cortes en algunos tramos, lo mismo que ocurre también en partes de la RN 40 o cuando se va llegando ya a Barreal, esta vez por la RN 149. Por lo tanto, preguntar en Vialidad, en los hoteles o entre los vecinos bien informados, que nunca faltan, es de rigor antes de ponerse en marcha.
PAISAJES DE VIENTO Por intención de seguir a Chile, o por paseo escenográfico entre montañas, no es raro entonces que en en pleno verano, cuando los turistas argentinos apuntan a las playas trasandinas de La Serena, San José de Jáchal pierda la paz. En el buen sentido de la palabra: un movimiento inédito sacude al pueblo, cuya vida social gira en torno a los bares y restaurantes de la plaza principal, la antigua iglesia y los edificios circundantes. A la mañana temprano, es la hora de la partida de quienes emprenden el cruce, tarea lenta si las hay en temporada alta. Y al atardecer, cuando vuelven los turistas de las excursiones por los alrededores, sus calles tranquilísimas vuelven a mostrar el vaivén de quienes buscan comida, alojamiento... y combustible, si son previsores para el día siguiente. Lo mismo ocurre en Semana Santa, uno de los períodos de mayor afluencia en el Valle de la Luna, y con un fin de semana lo bastante largo como para que los residentes de esta parte del país se animen al cruce cordillerano para pasar unos días en Chile.
Pero en este caso el plan es otro: aunque una de las opciones es bajar por la RN 40, un tramo rectilíneo y desértico de la célebre ruta que atraviesa la Argentina de punta a punta, una charla vespertina en el hotel nos convence de seguir por el “camino alto”, como lo llaman algunos: desde San José de Jáchal hacia Rodeo, Pismanta y Las Flores, siguiendo siempre hacia el sur en dirección a Talacasto y el puente que antes cruza el río San Juan. Allí una última rotonda indica el rumbo hacia el oeste, a Calingasta y Barreal.
Pero antes, Cuesta del Viento es la primera sorpresa del camino, poco después de salir de San José de Jáchal. El gran espejo del embalse –donde nacen el río Blanco y el arroyo Iglesia, en el nacimiento del río Jáchal– reluce turquesa bajo el sol de la mañana. Más allá de la belleza paisajística, su función es clave para la regulación de los cursos de agua que proceden del deshielo de los Andes, generando energía y alimentando la producción agrícola y minera, la misma que hace un año y medio quedó en el ojo de la tormenta por el derrame de productos contaminantes en la región. Cuesta imaginarlo frente a la imponencia del lugar: literalmente talladas por los vientos, las paredes montañosas sobresalen en el paisaje árido y rodean el lago en una sucesión de curvas y contracurvas que permiten descubrir con cada giro un nuevo ángulo, una nueva foto. Formaciones rocosas sobresalen del lago, con caprichosos bordes, sin quedar empequeñecidas por las alturas de más de 6000 metros que conforman el fondo del escenario. Por la mañana el viento no se nota demasiado y es la hora que la mayoría elige para algún deporte tranquilo como el stand-up paddle; pero después del mediodía llega la hora en que el dique bien se gana su nombre: soplan fuertes los vientos y aparecen los amantes de los deportes náuticos, con el kite-surf a la cabeza. El fenómeno tiene su razón de ser: en el punto donde el valle recibe las corrientes de aire se forma una suerte de embudo que las potencia hasta llevarlas a velocidades capaces de mover un auto o derribar a una persona. Basta ver la altura de las olas que se forman sobre el lago para comprobarlo.
HACIA EL SUR Para disfrutar las aguas de Cuesta del Viento es posible alojarse en los pueblos vecinos, pero ahora toca retomar la ruta: el tránsito que había sigue de largo, en dirección al oeste y el cruce con Chile, pero nosotros tomamos hacia el sur. Dejamos atrás el ingreso al Parque Nacional San Guillermo, un área protegida que solo se puede transitar en vehículos todo terreno, con guías habilitados y después de cumplir ciertos requisitos ante Parques Nacionales, para continuar por una ruta que tiene tramos de cuestas pronunciadas y corre siguiendo partes del río San Juan y su afluente el río Los Patos.
Nuestra próxima parada será Calingasta, en el centro del departamento sanjuanino del mismo nombre. La villa –un centro turístico y agrícola que cultiva entre otras hierbas aromáticas– se levanta sobre la orilla izquierda del río Los Patos, que es su principal atractivo junto con una serie de miradores, curiosamente numerados pero todos con increíbles vistas hacia las elevaciones de la precordillera y al emblemático cerro Alcázar. Esta formación no es muy alta pero sí presenta un relieve colorido y caprichoso al que contribuyeron tanto la acumulación de sedimentos en la era Triásica como las lluvias y el viento. Bien puesto tiene el nombre, “el castillo” en árabe, aludiendo a una silueta tan reconocible como diferente de los demás, que todos los años en abril se convierte en el marco del Concierto de las Américas.
Finalmente vamos llegando a destino, el punto final de un viaje que no lleva más de un día pero implica atravesar millones de años en geología y paisajes. A un lado y otro de la ruta hay pequeños caseríos; más adentro alguna escuela-albergue que reúne en la semana a los chicos de los distintos parajes; casas de adobe y corrales de animales. Unos kilómetros más y se habrá llegado a Barreal, el pueblo más cercano al Parque Nacional El Leoncito y sus característicos observatorios; y a la gran extensión de barro seco y barrida por los vientos que se conoce como Barreal Blanco o Pampa del Leoncito. Lo que antiguamente fue un gran lago hoy es una llanura ocre de 14 kilómetros por cinco, tan plana como una mesa de billar, ideal para practicar una vez más un deporte que todo lo debe al viento: carrovelismo, impulsados por las fuertes corrientes que cada tarde invitan a subirse a la aventura. Porque en San Juan el viaje que con viento empieza, con viento termina.