Desde esas cuatro baldosas en las que estás parado se desperdigó por el mundo el tango más famoso de la historia, una de las canciones más versionadas que existen, con al menos 2500 grabaciones: justo ahí estaba la orquesta de Roberto Firpo –me dice Mónica Kaphammel frente a la barra del Museo del Tango La Cumparsita.
Estamos en la reproducción de una parte de La Giralda, la confitería que estuvo aquí hasta 1923 y fue demolida para construir el Palacio Salvo, un ecléctico edificio de 105 metros de alto, la obra maestra de Mario Palanti y copia casi idéntica del porteño Barolo del mismo autor.
Mediante el estudio de los planos arquitectónicos y fotos de la época, Mónica Kaphammel pudo marcar en el suelo el lugar que ocupaba la orquesta en la actual planta baja del edificio: allí Firpo estrenó “La Cumparsita” –compuesta por el uruguayo Gerardo Matos Rodríguez– el 19 de abril de 1917.
Firpo recordaría años más tarde aquel hito de la historia mundial de la música popular: “En 1916 yo actuaba en el café La Giralda cuando un día llegó un señor acompañado de unos quince estudiantes para decirme que traían una marchita y querían que yo la arreglara porque pensaban que allí había un tango. La querían para la noche, porque la necesitaba un muchacho llamado Matos Rodríguez. En la partitura en 2x4 aparecía un poco la primera parte y en la segunda no había nada. Conseguí un piano y recordé dos tangos míos compuestos en 1906 que no habían tenido ningún éxito y le puse un poco de cada uno. A la noche lo toqué con Bachicha Deambroggio y Tito Roccatagliatta. Fue una apoteosis. A Matos Rodríguez lo pasearon en andas. Pero el tango se olvidó; su gran éxito comenzó cuando le adosaron la letra de Enrique Maroni y Pascual Contursi”.
Mónica le da manija a un gramófono de 1904 y suena la versión cantada por Gardel en 1924, acaso la que más hizo famoso al género del tango a nivel global, por cierto una canción que durante ocho años no tuvo letra y es más conocida hoy por su versión instrumental: por alguna curiosa razón, cantada y sin cantar parecen temas distintos.
En 1924 Matos Rodríguez descubrió in situ que su tango se escuchaba en el Moulin Rouge y en todo París. A lo largo de los años lo bailarían Fred Astaire y Ginger Rogers, Tom y Jerry y hasta Rodolfo Valentino en una película muda: en una pantalla vemos esos tres fragmentos. La obra apareció en 350 programas de televisión y películas, incluyendo una de Harry Potter. También Orson Welles la usó para musicalizar el momento exacto de la invasión extraterrestre en su legendaria transmisión radiofónica de La Guerra de los Mundos. Y hasta el día de hoy miles se casan en Turquía entre acordes y melodía de “La Cumparsita” como marcha nupcial.
El museo homenajea al tango por antonomasia de todos los tangos. Y para demostrar la universalidad de esta composición, Mónica activa con el dedo la pantalla táctil del mapa interactivo La Cumparsita sin fronteras: vemos y oímos este tango de ritmo muy marcado interpretado en Mongolia con instrumentos regionales, y luego “viajamos” a Filadelfia donde un negro jazzero lo interpreta sentado en la vereda con un solo de flauta. De allí saltamos a la India y después a una insólita versión en vivo en un bar por John Lennon, en 1967: se lo oye improvisando genialmente un tarareo operístico algo psicodélico del gran tango uruguayo (se puede ver en YouTube).
LA GÉNESIS DE LA CANCIÓN “La Cumparsita” tiene su mito familiar de origen, relatado a los investigadores del museo por Rosario Infantozzi, sobrina nieta del compositor, y reproducido a los visitantes por el guía: “Matos Rodríguez creó la melodía a fines 1916 –a sus 19 años– en una noche febril en que sufría una tuberculosis y habría estado cerca de la muerte. A la mañana siguiente tenía la melodía en su cabeza y la tocó imaginariamente en un cartón donde había dibujado el teclado de un piano. Aquel joven estudiante de arquitectura tenía oído absoluto y tocaba el piano pero no sabía música, así que le silbó la melodía a su hermana, quien la escribió en un pentagrama. La obra debía ser una marcha para una comparsa de carnaval –el ritmo entrecortado de sus primeros acordes lo demuestra– en un tiempo en que el tango tenía mala fama. Por eso la hermana reaccionó indignada: “¡Becho! ¡Por el amor de Dios! ¡Esto es un tango!”.
En el museo escuchamos en las victrolas la versión de Gardel con letra de Contursi y la de Roberto Díaz con letra de Matos Rodríguez. El guía nos muestra también una primera edición en disco de pasta de la grabación de Canaro, quien llevó “La Cumparsita” a Japón y Francia.
EL TANGO ENTRA EN SOCIEDAD En las paredes del museo hay hojas de revistas antiguas que publicaban fotos de parejas bailando tango con flechitas que indicaban hacia dónde mover los pies. Esas lecciones estaban destinadas a la esposa e hijas de los tangueros, para que aprendieran a bailar en casa ya que estaba mal visto que salieran a las confiterías.
En un aviso publicitario de la época vemos cómo se distribuían internamente los salones de La Giralda. Por la Avenida 18 de Julio se entraba a la confitería, por la plaza Independencia al “salón de familias” y por la calle Andes al “salón de billares” y el café-concert, donde el tango era exclusivo para hombres. A su vez, en 1917, la calle Andes marcaba una divisoria muy significativa: por la Avenida 18 de Julio hacia el sur estaban los teatros para todo público, mientras hacia al norte comenzaba “el bajo”, la zona de cabarets y prostíbulos animados al ritmo del 2x4.
La Giralda estaba justo en el medio, dividida ella misma por la mitad: una “pecaminosa” y otra más familiar. Y “La Cumparsita” vino a romper esta frontera de modo simbólico porque era un tango más romántico, liviano y bailable, aceptable socialmente. Una de las virtudes extramusicales que se le atribuyen a la canción fue haber sacado al tango de los ambientes prostibularios.
El museo también documenta los factores tecnológicos que ampliaron el horizonte tanguero: sobre todo la aparición de las victrolas RCA Víctor, que le permitieron al tango entrar a la casa de familias adineradas y bares más pequeños sin orquesta, donde también se podía bailar.
¿URUGUAYA O ARGENTINA? Durante la Expo Sevilla de 1992 el Comisario del pabellón uruguayo, Gustavo Varela, eligió a “La Cumparsita” como melodía representativa de su país generando cierta polémica. Los representantes argentinos elevaron una queja que la prensa española se ocupó de magnificar. Un oportuno conductor de un programa de radio invitó a los contendientes y el argentino reivindicó la argentinidad de este himno popular rioplatense. El uruguayo dijo que Matos Rodríguez era nacido en su país y el contrincante adujo que la letra es del argentino Pascual Contursi, a lo que Varela respondió con una frase del mismo Matos Rodríguez: “Entonces toquen la letra”.
En las Olimpíadas de Sydney en el 2000 la delegación argentina desfiló con “La Cumparsita”, generándose cierto disgusto en el gobierno uruguayo. Pero el conflicto viene de muy atrás, porque en verdad “La Cumparsita” tiene varias letras: hubo dos de índole carnavalera escritas por miembros de una comparsa estudiantil que nunca fueron grabadas. Y años más tarde Matos Rodríguez escribió la suya, posterior a la de Pascual Contursi y Enrique Moroni, quienes no le pidieron permiso. La de los argentinos es la que grabó Gardel mientras la otra quedó en el olvido.
Al llegar Matos Rodríguez a París, Francisco Canaro le comentó que su tango se había hecho famoso con la letra de la dupla argentina. Entonces el autor inició acciones legales buscando prohibir que su tema se cantara con otra letra salvo la suya.
Del lado de Contursi adujeron que al momento de registrar los derechos Matos Rodríguez era menor de edad –tenía 20 años– y por lo tanto el trámite carecía de valor. Todo esto derivó en un largo juicio que se saldó recién después de la muerte de los dos contendientes: el mismo Francisco Canaro dictó un laudo arbitral en 1948 determinando que el 80 por ciento de los derechos correspondían a la familia del uruguayo y el 20 por ciento a la del argentino, un fallo salomónico que, para muchos, representaría la inútil justa medida de la nacionalidad de este tango universal.